Encontrado en las Redes:Como Juan Forn llegó al Caribe

Jorge Lefevre

Juan Forn llegó al Caribe de manera misteriosa. Supe de él (es imposible no hablar de uno al hablar de un otro que ha inspirado tanto) en mis años universitarios, cuando la lectura de CLARIDAD se volvió una obligación autoimpuesta de formación política, y la lectura de En Rojo casi un corolario gozoso de aquella obligación, con un resultado formativo similar en el terreno cultural.

A Juan Forn se le publicaba en En Rojo semanalmente su famosa columna de los viernes en la contraportada (¡!) de la revista Página 12. (Es también novelista, editor, traductor, pero eso no nos interesa). La primera columna que leí fue sobre Nick Drake («El más triste de los Drake»), un cantau- tor que en ese momento yo no conocía. En una página, mezcló anécdota, interpretación musical, has- ta una puesta al día de las grabaciones encontradas. (Pero, ¿qué es esto? Biografía, reseña musical, impresionismo?) Con la columna de Drake, me volví admirador de su música incluso antes de es- cucharla, semanas después, gracias a la piratería musical. Gracias a Juan Forn, en realidad.
Hablaba de trozos de vida cultural (luego de varias horas, esta es la mejor descripción que se me ocurre sobre su labor). Historias de música, de literatura, de arte, de la guerra fría, que a veces aparecían curiosidades de aficionados, pero no eran más que marcas cotidianas de acontecimientos en la vida de artistas y personas. Hablaba de Argentina con la misma naturalidad que de la Unión So- cialista de Repúblicas Soviéticas, señal de un gran escritor y de alguien que ha vivido intensamente la vida artística. (Por algo, el amigo Eugenio Ballou me dijo, alguna vez, que Cezanne Cardona es como nuestro propio Juan Forn. ¡Hasta habla de sombrillas para hablarnos del Caribe! De esos hala- gos que me dan envidia de la buena. )

Han descrito su trabajo como «periodismo cultural», «crónica cultural». No está mal. Yo casi siempre hablo de «crónicas de lo no vivido», de «arqueología cultural». En varias ocasiones, temprano en mi vida universitaria, le pregunté a dos personas cercanas a la dirección de En Rojo cómo llegó Juan Forn a sus páginas. «¿Quién?», me respondían. Dejé de indagar. Su entrada al periódico resultó misteriosa, pero fortuita y productiva, por lo menos para mí. Años después, cuando Rafael Acevedo regresa a la dirección de En Rojo, me contó que formalmente se le comunicó a Juan Forn sobre la reproducción semanal en el suplemento cultural. Y él, encantado. ¿Cómo no lo estaría, el gran narrador de la cultura de entre guerras y de la guerra fría, de formar parte del último vestigio institucional del Partido Socialista Puertorriqueño, un periódico que antes era «el periódico de la clase obrera» y lo era ahora, en la degeneración del marxismo en Puerto Rico, «el periódico de la nación puertorriqueña»?

Desde temprano, debo admitir que supe que Juan Forn hace lo que yo quisiera. Si me preguntaban si era escritor, bromeaba (bromeo todavía) que solo escribo correos electrónicos. Pero ex-istía el interés, y el disfrute de sus columnas eran la mejor motivación. Las paredes de mi casa (siem-pre en tránsito: Río Piedras, Chicago, Arecibo, Dorado) estaban adornadas por los recortes de En Rojo: sus columnas de Paul Erdos, Kafka, Nicanor Parra hablando de Neruda, la cabeza de Stalin en el cementerio de Praga, Lucian Freud, Cortázar abandonando su biblioteca… No estaban expuestos todos a la vez. Después de ciertos meses, cambiaba, como si mi espacio cerrado tuviera una esquina, una continua exhibición rotante, de las páginas que me marcaron.

Cuando regresé a Puerto Rico en el 2016, lo intenté. Me comuniqué con Rafael Acevedo y le propuse colaborar mensualmente con En Rojo. Originalmente, pensé que podía ser una columna mensual sobre Bob Dylan. «Diantre, Lefevre, en todos mis años en En Rojo, nunca había escuchado una idea tan mala como esa». Me aceptó mis primeras dos columnas de Dylan, pero en la tercera ya hubo un impasse. El mensaje implícito, para mí, era: «piensa en Juan Forn. Repite forma, pero no contenido. Y si la forma se repite, se debe a la vida misma, no a agotamiento estético». Pero fracasé en la empresa. Sobresalgo en borradores, no en obras.

Si describo esta tangente no es para regresar a la autobiografía, sino para recalcar mi admiración total hacia Juan Forn a partir de la derrota personal: lo que yo fui incapaz de hacer mensualmente, hacía él cada semana. Cuando sus amigos le preguntaban cuándo regresaría a trabajar novelas (género en el que se inició como escritor), solía remarcar: «¿Pero no ven que estoy trabajando en contraportadas?»
Mis próximas crónicas sobre música y cultura siguieron ese mismo hálito de su crónica, pero ya de manera aficionada, como quien llega a la música a los 35 años y es capaz de hacer buenas composiciones, pero con la humildad de saber que está ya fuera de carrera y ambiente, que los logros no son hitos sino interrupciones.

No creo en la vida después de la muerte. Aprendí (por los filósofos de la época que ni tú ni yo vivimos, Juan, pero que tanto aparecen en tus columnas) que el ateísmo es una gran apuesta (no algo que se conoce con toda seguridad) por el desamparo existencial, vacío desde el cual debemos erigirnos. Pero, si me equivoco, y en alguna otra esfera nos encontráramos, te pediría que me dieras un momento, te daría un abrazo fuerte y te daría las gracias.

Nota editorial: Aprovechamos esta nota de Lefevre para aclarar que durante un tiempo  (poco mas de 2 años) estuvimos «tizando» la columna de Forn, hasta que nos entraron cargos de conciencia, así que nos comunicamos con Forn y aquí su respuesta:

hola, alida.
una sorpresa muy divertida tu mail.
te cuento que cuando dirigía radar, en la segunda mitad de los 90,
antes de internet (al menos en el diario: ninguno de nosotros tenía
banda ancha, ni en su casa ni en la redacción), yo tenía una carta
preparada para todos los autores que me gustaban y cuyas notas
reproducía en radar. la carta decía «somos un pequeño diario de
izquierda y no encanta cómo escribe y publicamos siempre sus notas
pero no tenemos para pagar». una vez me contestó hitchens: dijo que
éramos unas ratas, pero le caíamos simpáticos así que nos autorizaba.
te digo lo mismo, alida.
pero nobleza obliga, como con otros pequeños diarios del continente:
una vez al año, me tenés que mandar un paquetito de uno o dos libros
que creas que me pueden gustar, o dar una contratapa.
mi dirección es:
paseo 115 nº 70,
depto 3,
(7165) villa gesell
argentina.
te mando un texto de regalo, lo voy a leer la semana que viene en
chile, donde publican una edición ampliada de el hombre que fue
viernes, mi librito de contratapas. beso grande

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