Entre lágrimas se festeja la muerte: Perfume de gardenias

 

Especial para En Rojo

A mediados de los 70, cuando estaba entre mis cinco y seis años, vi una película mexicana en blanco y negro cuyo título no recuerdo. La película podría ser una versión mexicana de Arsenic and Old Lace (dir. Frank Capra, EEUU, 1943), una comedia con Cary Grant donde un par de viejitas adorables resultan ser asesinas. En la versión mexicana, la pareja de ancianas viven en un caserón de butacas cómodas que invitan a tejer y a tomar un café. Por uno de sus apacibles pasillos con consolas ocupadas por purrones de flores blancas ―posiblemente gardenias― y detrás de alguna puerta que se confunde entre tantas otras, hay un sistema de sogas y poleas que transportan carretones con partes de cuerpos que ellas mismas descuartizaron. Estos son llevados a un mugriento calabozo donde las dulces viejitas cocinarán los cuerpos en un caldero gigante. La película violenta las expectativas de su audiencia presentando unas graciosas abuelitas que esconden su instinto asesino y su gusto por la carne humana. La película de Macha Colón (nombre artistico de Gisela Rosario Ramos), Perfume de gardenias, se enfoca en una anciana, Isabel (Luz María Rondón), que a sus casi noventa años acaba de perder a su marido. Isabel esconde un talento que solo reconocen algunas vecinas de la urbanización: el diseño de velorios. Aunque Perfume de gardenias tiene giros sorprendentes que no tienen nada que ver con la oscuridad de la película mexicana, Isabel expresa su creatividad en un arte que celebra las pasiones del difunto y nos recuerda la fugacidad de la vida. Mientras la pareja de abuelitas mexicanas devoran cuerpos, Isabel los despide con el bello adiós que cada muerte requiere. He ahí su humanidad.

Uno de los grandes logros de Perfume de gardenias es la representación de un ambiente urbano isleño. Isabel camina sus calles largas de casas terreras, algunas de dos pisos, con portones automáticos, niños que juegan y vecinos que cortan la grama mientras le echan un ojo a la casa del lado. Detrás de cada puerta se esconden secretos que buscan colarse entre las rejas. Colón reconstruye este ambiente de manera impecable y usando cuerpos e identidades que representan la diversidad sexual, racial, corporal y de género boricuas. Estamos muy lejos de los ambientes del cine de Jacobo Morales, poblados por puertorriqueños blancos que usualmente idealizan un pasado de caballos de paso fino y de cómodas casas de campo. No menosprecio la isla imaginada del cine de Morales, pero me reconozco en el Puerto Rico de Colón.

Desde el principio, Perfume de gardenias retrata la urbanización desde una toma aérea, cada casita una caja llena de cuentos. De inmediato entramos en la realidad de Isabel, que intenta alimentar a su esposo encamado que ya ni responde. La edición de Juan Soto marca un ritmo pausado que lleva al espectador del espacio exterior al interior, que la fotografía de Pedro Juan López enfatiza con sus contrastes de luz. Vemos a Isabel tarareando mientras recoge, barre, cuelga la ropa a secar y se sienta a tejer, las sombras siempre a su alrededor. Inclusive, Colón expande la realidad de la isla con referencias pasajeras a los temblores y a las noticias de la lucha por la perspectiva de género, fortaleciendo el vínculo entre lo visual y el ambiente político. Las composiciones musicales de estilo clásico de Guarionex Morales Matos y las canciones de Yarimir Cabán crean unos espacios sonoros que sacan al espectador de la cotidianidad urbana y le impulsan hacia una surrealidad. Tanto el elemento musical como las inesperadas cápsulas de changos, animadas por José Luis “Chema” Baerga, develan cómo el ojo de Macha Colón captura los recovecos bizarros de la experiencia metropolitana.

Luz María Rondón actúa un personaje que rechaza el estereotipo de la mujer octogenaria indefensa y en necesidad de ayuda. Similar a las mujeres en el cine de Pedro Almodóvar, ella resiste con una dignidad férrea los cuestionamientos de su hija Melanie, actuada con mucha sutileza por Katira María. En un momento profundo, Isabel cuestiona a Melanie si ella está preparada para algo que no se menciona, pero se sabe que es la muerte de la madre. Mientras Isabel la observa detenidamente, Melanie se derrumba en lágrimas. Como directora y libretista, Colón/Rosario Ramos está consciente que lo indecible es poderoso. Rosario Ramos reconoce el poder de la economía de la palabra en su libreto, como cuando el personaje de Flor Joglar puya a su amiga Juana (Carmen Nydia Velázquez) con una sola palabra, “gula.” En su rol de directora, Colón sabe resaltar el talento de actrices tan experimentadas como Sharon Reilly en el papel de Toña, uno de los personajes más deliciosos del cine puertorriqueño; tanto como aprovechar la presencia tan dulce de actrices menos experimentadas como Carmen Milagros Ortiz en el rol de Tata, la mejor amiga de Isabel.

A pesar de que la película trata sobre la cultura de muerte en Puerto Rico, Colón evita sentimentalismos innecesarios. En un momento, Isabel enfrenta a su vecina Julia, actuada con una honestidad impresionante por Blanca Rosa Rovira Burset. Es una escena tensa que las lleva a ambas a las lágrimas. Sin embargo, sus llantos se confunden con risas demostrando la tenue división entre el dolor y el disfrute de la vida. En Perfume de gardenias, Macha Colón reconstruye El velorio de Francisco Oller. En la pintura, la solemnidad del hombre negro que observa el cuerpo del niño no cancela los festejos de los que allí se reúnen para velar la criatura. Evocando este contraste, Colón concluye su película con una imagen donde hasta desde los techos se atestigua con solemnidad y celebración el final de una vida digna de ser recordada. Pude ver Perfume de gardenias por el Tribeca Film Festival online, que desgraciadamente le prohibió acceso a los isleños. Pero tan pronto abra en la isla, corran a disfrutar y a apoyar esta película de Macha Colón.

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