¿Estamos todos en un mismo barco?

Por Cristian Roldán/Especial para CLARIDAD

El asesinato de George Floyd fue un golpe nuevo sobre una vieja herida. En cuestión de minutos las imágenes del linchamiento cruzaron las fronteras, catalizando protestas tanto a nivel nacional como internacional. Habían pasado dos meses desde que la pandemia del Covid-19 había forzado la población a quedarse en casa y mantener una distancia social de seis pies. Si lo repensamos en un contexto socio-político, la distancia social no es un concepto nuevo para las minorías en los Estados Unidos. No son seis pies ni dos metros lo que nos separa, son quinientos años. Si bien es pragmático abogar por que cada individuo mantenga una distancia física, ignorar que lo que nos ha separado no ha sido una pandemia, sino el racismo como producto del (des)orden creado por la empresa colonial, es ponerle un vendaje a un cáncer que ha carcomido el desarrollo de la humanidad. Como resultado, las protestas, el saqueo y la represión policiaca mostraron que más que fisuras, la sociedad estadounidense, al igual que la puertorriqueña, están llenas de grietas profundas, que históricamente insisten en resolverse.

Irónicamente la respuesta de la ciudad de Chicago para lidiar con las protestas contra la brutalidad policiaca fue movilizar la policía. Al hacerlo los saqueos se desplazaron a los barrios marginados y hacia los pequeños negocios. Lo que comenzó como una lucha social vertical, se degeneró en violencia horizontal. La gente rompían los cristales de las tiendas y entraban como juan por su casa a llevarse lo que pudiesen. Los meses de confinamiento en el hogar, sin ingresos desataron la desesperación. Mientras las tiendas se vaciaban, los social media se llenaban de hashtags y consignas que iban desde ‘Defund the police’, ‘Justice for George Floyd’, ‘Black and Brown unity’, hasta ‘we are all in this together’.

Esta última consigna, “we are all in this together”, es un argumento miópico que hace alusión al viejo decir de puertorriqueño de que en esta pandemia “estamos todos juntos en el mismo barco”. Esta analogía hace recordar a los barcos negreros de hace quinientos años atrás, cuando los colonizadores cruzaban las aguas del atlántico en los mismos veleros que los esclavos. En aquel entonces, si un brote viral ocurría, era el esclavo quien terminaba en el fondo del mar. Desde entonces mucho ha cambiado. Pero como dice el viejo adagio, todo cambia para que nada cambie.

Tras los saqueos, los negocios locales instalaron paneles en los ventanales que pronto se transformaron en obras de arte mostrando solidaridad y apoyo con el pueblo afroamericano. En el barrio puertorriqueño, los artistas nos organizamos para pintar los paneles y hacer visible nuestra empatía con la causa del pueblo afroamericano en Estados Unidos. Sus causas no han sido ajenas a nosotros. La erosión de la memoria colectiva, el constante desplazamiento, el trauma intergeneracional, las olas migratorias, la educación colonial y la fragmentación sistemática son algunos de los retos que compartimos los pueblos marginados en los Estados Unidos. Estos síntomas son producto de una colonización tanto externa, en el caso de Puerto Rico, como interna en el caso de las minorías en los Estados Unidos. Colonización que hemos internalizado incluso dentro de la isla, y se refleja en la escasez diversidad en el liderato tanto de la élite colonial, como de la oposición. Los negros en Puerto Rico que han sido los padres de la puertorriqueñidad como identidad cultural y cimiento de nuestra nación, creadores de la bomba, la plena, los vejigantes, el tumba’o, los tambores, entre otros elementos culturales, rara vez pueden hacerse un espacio en el liderazgo y la vanguardia de la isla. Han sido ellos los oprimidos que través del arte y la imaginación han vocalizado su necesidad de igualdad, y tejido con sus agonías las bases de nuestra identidad.

Hoy en día el arte público tanto en la isla como en la diáspora ha funcionado para seguir abogando por la igualdad, y la representación de aquellos que han sido ignorados. En Paseo Boricua, como se le conoce al Epicentro de la comunidad puertorriqueña en Chicago, los murales han funcionado como una plataforma para denunciar las injusticias sociales que se viven tanto en la isla como en la diáspora como producto de la relación desigual socio-política que confrontamos. Paseo boricua sirvió como galería para una exhibición orgánica de arte público que reclama la solidaridad mutua y reciproca entre las minorías oprimidas en los Estados Unidos y denuncia al racismo como una manifestación más de una estructura colonial.

El colonialismo busca justificar lo injustificable en los aspectos más superfluos como lo es la apariencia, el color de piel, las diferencias en creencias religiosas, el lenguaje o el estatuto migratorio. En adición al arte público, la comunidad llevo a cabo una vigilia para conmemorar la vida perdida a causa del racismo. La misma se llevó a cabo frente a la iglesia unida metodista Adalberto donde varias mujeres indocumentadas han tomado santuario en el centro de nuestra comunidad puertorriqueña, comenzando con Elvira Arellano. Actualmente el Museo Nacional de Arte y Cultura Puertorriqueña en Chicago está organizando una exhibición con las obras de arte en los paneles.

Decir que estamos todos en el mismo barco es hacerse de la vista larga mientras se tira por la borda al negro a la primera crisis que surge. El linchamiento de George Floyd, la apropiación de las tierras palestinas por Israel, las reservas indígenas en Estados Unidos, la encarcelación de niños inmigrantes en la frontera, la junta de control fiscal y la ley de cabotaje en Puerto Rico, son manifestaciones de un colonialismo que no solo se limita a la geopolítica Estadounidense, sino que abarca otras naciones, tanto externas como internas, como un cáncer metastásico que comenzó hace cinco siglos en el renacimiento, con la conquista y hasta el son de hoy se propaga por la humanidad. Es un colonialismo definido por el binario entre los países “desarrollados” y los que han sido “subdesarrollados”, los primeros sostenidos por el discurso de la supremacía blanca y nutrido por “las venas abiertas” de “los condenados de la tierra”.

Joven artista de Chicago.

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