Fermín Arraiza Miranda

Esta columna se publicó originalmente en el Reportero el 24 de noviembre de 1983, luego fue reproducida en el libro del autor, Contracanto al olvido: Patriotas. Aquí en homenaje póstumo al compañero Fermín Baltazar Arraiza Miranda.

Por José Enrique Ayoroa Santaliz

recojo ávidamente lo que sobra

músculos todavía

fuerza en el pecho y voluntad a pulso

sentido de avanzar a contrafuego

sacándome a cuchillo la esperanza.

Edwin Reyes – 1976

A mi amigo, el Lcdo. Rolando Emmanuelli Sepúlveda, con mi profundo afecto.

Nuestro país vive un momento difícil.

Un estilo de vida ha hecho crisis, se desmorona y no ha sido aún sustituido por otro.

Todo está bajo la lupa: severamente enjuiciado.

Nadie parece querer cargar con su parte proporcional de culpa.

Se cruzan las acusaciones de responsabilidad.

La ira contenida del colonizado se descarga tantas veces con brutalidad contra los menos responsable –en una escala racional de valores- o contra lo que más le significa y ama.

La profesión que escogí desde niño, la abogacía, no escapa a este fenómeno social.

El abogado vive en las crisis y, de un modo, de la crisis.

Veámoslo por vía de un ejemplo: la farmacia ofrece determinado dentífrico a setenta y nueve centavos la, “pasta” de tamaño mediano. Usted solicita una, del encargado. La examina. Es del tamaño promedio. Está completa. El “estuche” no tiene perforaciones.

Es, en fin de su agrado.

Le entrega el precio convenido al “dependiente”.

La suma está completa, es de curso legal. El “dependiente” también acepta de buen agrado.

En ese caso, no se precisa para nada del abogado.

Es cuando la pasta no resulta del tamaño ofrecido, está arruinada, el “estuche” está perforado, el dinero está incompleto, o se colaron entre las monedas alguna dominicanas o mejicanas… Es decir, es cuando se produce la crisis, que se precisa del abogado.

Es entonces, además, -por lo general- cuando único valoran el oficio los afectados.

Todos los colegas conocemos de múltiples casos de personas, generalmente bien intencionadas, que “despotrican” continuamente –haciendo mofa de ellas, incluso- contra las garantías procesales que cobijan a toda persona que alguna vez es enjuiciado en Puerto Rico.

Ha tocado la desgracia a sus puertas: alguien ha utilizado espúreamente los tribunales de justicia como elementos de agresión, por revancha, venganza, o cualquiera otra insanidad.

Sólo entonces comprenden la sabiduría de esas garantías procesales, que son el más fino destilado histórico de siglos de reflexión y experimentación por los más preclaros cerebros que ha conocido la humanidad.

Tristemente, puede más el egoísmo que la caridad.

Mucho más para el abogado –cuyo hábitat es la crisis- resultan opresivos estos días de colectiva crisis social.

Su oficio mismo, por un lado, está siendo enjuiciado, impugnado

Por el otro, los iracundos hijos de esta crisis colectiva –cuando ocurren al abogado- más que un profesional de la Justicia, buscan un prize-fighter, un “pelador-profesional”, que materialice sus revanchas y venganzas.

Es muy difícil ser abogado hoy-en-día.

Mucho más, para un ser de profunda sensibilidad humana.

Recién acabo de cumplir cuarenta y cuatro años de edad y diecinueve de practicar la profesión de abogado, en una cuesta arriba que cada vez se hace más empinada y agotadora.

De entre los de mi edad, -de los de mi “época”, si lo prefiere –conozco pocos que signifiquen los atributos y valores de un auténtico abogado, como el compañero Fermín B. Arraiza Miranda.

La B es de Baltazar. Tiene nombre de Rey Mago.

Si alguna vez precisara de un abogado para un asunto personal; sobre todo, si se tratara de algún asunto en el que estuviera en juego mi libertad personal (que, para mí, es la vida), quisiera tener en “mi esquina” un abogado como Fermín.

No lo hay más honesto, más insobornable, más vehemente en la lucha por una causa.

En todo caso, las veces que le he visto “pecar” ha sido precisamente por exceso de vehemencia en el reclamo de los derechos de su representado.

Muy pocos, en todo el gran mundo, han defendido graciosamente tantas causas de pobres, desvalidos y, en general, ignominiados.

Lo he visto recorrer la Isla defendiendo causas, propugnando reivindicaciones humanas: en Arecibo, Aguadilla, Ponce, Humacao… Procesos judiciales que se han prolongado a lo largo de meses en cada una de las ocasiones.

En cada uno de ellos se ha “jugado” hasta la vida (no digamos el título).

Fermín tiene tal prestancia personal, y un timbre de voz tan agradable y sazonado, que más que un abogado parece un actor, en el mejor sentido de la expresión.

Es agudo en el contrainterrogatorio; convincente, apasionante, en la exposición.

Domina el Derecho. Es un investigador.

Sus alegatos son enjundiosos, sesudos.

Es valiente hasta la osadía, más no pierde la caballerosidad a pesar de su determinación fiera, sin concesiones, sensiblerías o zalamerías.

Muy pocos encarnan como él nuestra consigna profesional de: honrar la toga.

En estos días duros, -en los que más se golpean los más sensibles- quiero decirte, en público, Fermín, que esta profesión se nutre y sostiene de vidas profesionales consecuentemente viriles y verticales, como la tuya. Me descubro ante ti, titán.

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