A Private War: Marie Colvin, corresponsal de guerra

Como suele suceder para los meses de noviembre y diciembre, muchos productores y distribuidores interesados no tanto en la venta de taquilla—eso se lo dejan a las megaproducciones que calendarizan sus películas para Navidad, verano y Halloween—prefieren poner en cartelera los filmes que tienen buenas posibilidades de ser nominados y eventualmente premiados por los Golden Globes del Circuito de periodistas Extranjeros asignados a Hollywood, que siempre están muy pendientes a los Festivales de Telluride en Colorado y Toronto en Canadá. A estas primeras nominaciones le siguen los de los gremios de Hollywood y por supuesto, los Oscares. Aquí ya van llegando estos filmes y la época navideña se pronostica como una de muy buen cine.

A Private War

(director Mathew Heineman; guionista Marie Brenner; autor Arash Amel; cinematógrafo Robert Richardson; elenco Rosamund Pike, Jamie Dornan, Tom Hollander, Stanley Tucci, Faye Marsay, Greg Wise, Nikki Amuka-Bird, Alexandra Moen, Corey Johnson, Fady Elsayed)

Este filme enfoca en una década del trabajo investigativo y de campo de Marie Colvin, periodista nacida y educada en Estados Unidos y corresponsal de guerra para el periódico británico The Sunday Times de 1985 hasta su muerte en uno de los bombardeos perpetrados por el ejército sirio en la ciudad de Homs en febrero de 2012. Para resaltar aún más la realidad que esta periodista vivió intensamente, la filmación de los lugares de batallas se filmaron en Jordania, precisamente donde se ubica Zaatari, el campamento de refugiados sirios más grande de la región. Jon Stewart fue productor ejecutivo del excelente documental After Spring/Después de la primavera de 2016 que recoge las historias de muchos de estos refugiados.

La historia comienza precisamente con la voz narrativa de Colvin/Rosamund Pike en una entrevista donde intenta definir lo que hace, por qué lo hace y lo que considera la misión de su vida: ser testigo de los horrores de la guerra y dar testimonio de los sufrimientos de la población civil. De ahí, acompañamos a Colvin en una de sus asignaciones—algunos dirían casi suicidas—en Sri Lanka en 2001 en medio de la guerra civil que ya llevaba casi dos décadas y con innombrables atrocidades que la prensa apenas cubría. Es ahí precisamente donde pierde la visión de su ojo izquierdo mientras intentaba llegar a una zona neutral que al parecer ningún grupo quería respetar. Puede que este incidente redujera sus asignaciones extranjeras pero en ningún momento la detuvo para seguir siendo la misma periodista a pesar de poder asegurar su carrera como redactora en The Sunday Times.

Su cobertura de Irak nunca siguió la reglamentación impuesta por las fuerzas militares estadounidenses. El interés de Colvin no era en los conflictos bélicos sino en cómo la población había sobrevivido o no el régimen de Saddam Hussein y luego la ocupación y bombardeos de los Estados Unidos y su mal llamada coalición. Junto a Paul Conroy, fotógrafo de frentes de guerra y quien la acompañará hasta Homs, recoge imágenes e historias de mayormente mujeres—abuelas, madres, hijas, hermanas—que pierden a sus seres queridos sin poder rescatar sus cuerpos o pedir justicia por miedo a morir ellas también. ¿Y entonces quién quedará para cuidar y alimentar a los vivos? Con Colvin y Conroy llegaremos a Afganistán, Libia y Homs. Aunque Colvin nunca pierde una oportunidad de cubrir estos conflictos—continuamente presiona a su editor, Sean Ryan, a asignarle estos lugares—sí vemos cómo esa presencia y participación en estos lugares le crean un estado mental que, en su caso, solo apacigua con el alcohol y aumento en trabajo. Ese Síntoma de estrés postraumático (PTSD) y su empeño en no tratarlo para no estar alejada de los lugares de conflicto la mantendrán alejada de amistades y amantes que quieren lo mejor para ella y la harán más agresiva en buscar más y más testimonios para que los gobiernos no puedan negar la verdad. También en sus propias palabras habladas y escritas no hay duda de que cubrir zonas de guerra, estar en el medio de donde pasa todo, es una adrenalina que nubla la razón y la empuja a poner en peligro su propia vida y, a veces, la de los demás.

A Private War me recordó un hermoso filme —a pesar de la experiencia traumática de su protagonista interpretada por la increíble Juliette Binoche y por la cobertura de frentes en guerra— que recibió el Premio Especial del Jurado y Mención Especial del jurado del Premio Ecuménico en el Festival de Montreal de 2013: 1,000 Times Good Night del realizador noruego, Erik Poppe. Usando la experiencia de Poppe como fotógrafo de las zonas de guerra, al igual que Heineman lo hace con A Private War, narra la historia de Rebecca quien sobresale en esta profesión hasta el punto de no poder distinguir entre su trabajo profesional y lo que parece haberse convertido en obsesión. Aunque espera que sus fotos tengan un impacto en los que legislan y hacen política, la mayoría de las veces parece ser una fascinación con la imagen que no se traduce a un enjuiciamiento. Comienza y termina con el ritual de una mujer virgen que ha sido escogida para detonarse como una bomba humana en una aldea o ciudad de Afganistán. Entre esos dos actos está la vida familiar de Rebecca con marido, dos hijas, casa, amigos y un espacio llamado hogar aunque haga viajes distantes y prolongados para cubrir un conflicto donde la muerte impera.

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