Gato especial

 

Maine es el nombre del gato. Es un felino especial. Es un gato espacial. Y para que él esté allí tan cerca de las estrellas, tuvieron que morir muchas ratas. Roedores que, por supuesto, también eran de ese estado del noreste de los Estados Unidos. Es una historia larga que haremos corta.

La cuestión que se planteaban los científicos de los Laboratorios Cronos era la siguiente: si una sustancia permite que una molécula se junte con otra ¿qué pasaría si se pudiera eliminar esa sustancia? Habría que hacerlo de forma que la separación no generara calor porque de no ser así el objeto en cuestión estallaría. Los laboratorios Cronos habían descubierto que un cuerpo sometido a una velocidad X comenzaba a separarse molecularmente. Si se controlaba esa velocidad de forma experimental podría evitarse la explosión. Eso significaba que un cuerpo cualquiera podría ser trasladado de espacio, y por ende, de tiempo, sin causar otro daño que una leve deshidratación. En teoría.

Los primeros experimentos, realizados con ratas de Maine, no habían resultado ser muy exitosos. Estallaban. Plaf. Con un sonido muy parecido a una calabaza madura cayendo al suelo desde la cabeza de quien se la roba en el mercado orgánico. Por esa razón se descartó la posibilidad de enviar exploradores al pasado que pudieran dar noticia a los habitantes de otros tiempos de la necesidad imperiosa de conservar los cuerpos de agua potable. Una especie de nostalgia con justificación. Así que decidieron que era mejor enviarlos al futuro, es decir, al espacio. Porque el cielo es el futuro. Es el límite.

Ya se va notando que el gato, Maine en este caso, parece fuera de lugar. Si el asunto es que hay que buscar agua potable, agua en resumen, un felino es el animal menos apropiado. Pero este Main Coon ( sí, esa es su raza) es un gato diferente. Recuerden, espacial-especial. Así que volvamos, que lo importante es que se trataba de un viaje con intenciones de salvar el mundo. Un viaje que buscaba detener la reducción de agua potable en el planeta. Un modo desesperado de detener la contaminación de los ríos y los mares. ¿Qué tiene que ver esto con gatos y ratones? Lo que pasa es que Maine es un gato encantador y uno no resiste las ganas de mencionarlo. Además esta raza de felinos ha viajado en el tiempo. No este gato en específico, sino su raza. Y de eso se trata. Del tiempo. Si le preguntan al cronista que va en la nave, el criptógrafo e historiador, Namewee Keikei, el podría contar cuál es el origen de estos animales domésticos.

“Todo comenzó durante la Revolución Francesa” diría, tratando de quitarse del medio de su rostro el cabello negro. Cabello tan oscuro que decir que es como la noche no es suficiente. El color de su cabello es como la total ausencia de luz. Sin embargo, brilla.

Pasa que este gato astronauta debe tener algunos antecedentes familiares en Francia. Una familia real.

«Un barco de bandera americana, capitaneado por Landon Wingship fue detenido en el puerto francés en Marsella por falta de unos permisos», explica Keikei. «Eso ocurría cada día. En este caso, sin embargo, se trataba de un plan para rescatar a María Antonieta. Se pone carga, poco a poco y de repente, como un fogonazo, aparece un personaje importante disfrazado de personaje sin importancia y se le introduce en la embarcación de modo como si tal cosa. Pues en aquel barco de Wingship fueron cargados docenas de muebles y pertenencias de María Antonieta, incluyendo una docena de gatos de Angora que pertenecían a la misma princesa real de Hungría y de Bohemia. En fin, en medio de aquel desastre revolucionario, el plan falló. María Antonieta y el delfín, Luis Capeto, también conocido como Luis XVI, fueron decapitados. Quizás debemos aclarar que el delfín no era un mamífero acuático. Era un heredero al trono. El barco americano zarpó hacia Maine al segundo de enterarse de que los nobles habían perdido la cabeza, lleno de aquellos muebles y de aquellos gatos.

Al llegar al puerto de Camden, hermoso si se le observaba desde el monte Battie, los muebles fueron tomados por algunos de aquelos marinos para adornar sus casas de madera. El capitán, por supuesto, se llevaba los más hermosos. No habría que culparlos. Eran hermosos y ellos estaban mal pagados. Otros fueron guardados y hoy día siguen en exposición en el pueblo de Wiscassett, en Maine. Los muebles, no los marinos.

El detalle está en que nadie se interesó por aquel gaterío que fue liberado, y se dice, según las listas del susodicho barco, que éstas eran en su gran mayoría un cargamento de «gatas,» (es decir hembras) pues no sólo eran los felinos muy codiciados en aquella corte francesa, sino que las hembras eran menos problemáticas pues no marcaban territorio en aquellos palacios con muebles costosísimos. Estas gatas se pueden haber apareado con los pequeños linces canadienses o con simples gatos silvestres de la zona quienes con el tiempo, las nevadas y los helados inviernos, habían evolucionado pelajes y enormes tamaños. El cruce entonces puede haber sido la fuente del Main Coon”.

Después de escuchar a Keikei uno llega a la conclusión obvia: No es cualquier cosa el animal ni este proyecto de salvar al mundo. Viajar al espacio de manera más o menos convencional parecía ser la forma más accesible a la tecnología del momento. Y así se hizo. Los problemas de la tripulación no eran difíciles de resolver. Para combatir los efectos de la ausencia de gravedad los viajeros realizarían tres horas de ejercicios al día. Así evitarían la atrofia de los músculos, que ya no tendrían que contraerse para mantener el cuerpo en movimiento. Los problemas neurosensoriales eran resueltos con un sencillo transmisor (receptores de pseudogravedad en el oído interno) para evitar la pérdida de equilibrio. Como todos sabemos, el transmisor es un átomo de fósforo sobre un cristal de silicio. La desmineralización ósea se reducía hasta anularla con el consumo de calcio y testosterona disfrazadas en barras de chocolate. Y así se hizo. Ninguna de esas cosas explicaría porque hay un gato que se pasea por la nave. Probablemente la historia de los gatos sea falsa. Sin embargo, debería estar claro, que en un viaje largo, matar el tiempo es un crimen necesario.

También habría que apuntar que se llevaron ratas. Y ratones. Que no es lo mismo ni se escribe igual. Si le preguntan al geneticista Francis Bacon, que viaja en la nave que salvará al mundo de la sed este recitaría, si tal cosa fuera posible, el genoma casi completo de la rata común, que al ser comparado con los mapas genéticos del ser humano y los ratones puede dar pistas valiosas acerca de la evolución y la biología de las enfermedades. El genoma de la rata parda noruega, que, como yo, puede vivir tanto en las ciudades como en el campo, es sólo un 5% más pequeño en volumen que su equivalente humano, y apenas algo mayor que la secuencia genética del ratón. Alrededor del 90% de sus 25 000 o 30 000 genes tienen equivalentes en las secuencias del ratón y del ser humano. Cada uno de nosotros conoce alguien que es más rata que un ratón. Un vínculo difícil de explicar si uno no tiene espíritu científico. Ese no es el caso de Gary Churchill, científico del Laboratorio Jackson de Bar Harbor, Maine, que alega que poseer el genoma de dos mamíferos tan vinculados entre sí como los ratones y las ratas daría a los científicos más información genética que cualquiera de ellos por sí solos al compararlas con la secuencia del ser humano. Un ratón y una rata pertenecen a la misma especie, pero la comparación de sus genomas podría resultar relevante también para otras especies, dijo Churchill, que no formó parte del estudio.

Otros hombres y mujeres de ciencia han dicho que, desde el punto de vista genético, las ratas no son simplemente ratones más grandes, y vaticinan que sus diferencias también resultarán valiosas para el estudio genético. «Están mucho más alejadas en la evolución de lo que estamos nosotros de algunos monos», dijo Layla Saxon, de la Unidad MRC de Genética Humana en Edimburgo, Escocia. «En cierta forma son mejores que los ratones en las pruebas de conducta. Parecen ser más inteligentes. El genoma de las ratas podría ser una gran ayuda en la búsqueda de genes que afecten la conducta». La investigación estuvo a cargo del Proyecto de Secuencia del Genoma de las Ratas y fue financiada por el Instituto Nacional de Investigaciones del Genoma Humano y el Instituto Nacional de Enfermedades Cardíacas, Pulmonares y Sanguíneas.

«Esta inversión está destinada a producir importantes beneficios en la lucha contra las enfermedades humanas», afirmó Elias Zerhouni, director del NIH. «Durante casi doscientos años, la rata de laboratorio ha desempeñado un papel valioso en los esfuerzos para entender la biología humana y desarrollar nuevos y mejores medicamentos», apuntó Zerhouni. El director del NIH señaló que, con «estos datos secuenciales, una nueva generación de investigadores será capaz de mejorar claramente la utilidad de los modelos de rata y, por tanto, mejorar la salud humana». Se estima que las ratas acarrean más de 70 enfermedades y que están implicadas en la transmisión de numerosas infecciones a los humanos, entre ellas enfermedades como el cólera, la plaga bubónica y el tifus. Por esa razón, a principios de siglo, se llevaron en muchas ocasiones a las aglomeraciones humanas, como la frontera de Afganistán y Pakistán o los ghettos de Sur Africa, de modo que se puedan estudiar los efectos in situ.

A la vez, la rata de laboratorio sirve también para las investigaciones de enfermedades humanas y probar nuevos medicamentos. La rata noruega fue el primer mamífero en ser domesticada para utilidad científica, lo que ocurrió en el siglo XIX. Entre otras áreas, las ratas han ayudado a realizar avances en la investigación médica sobre enfermedades cardiovasculares, desórdenes psiquiátricos, regeneración neuronal, diabetes, trasplantes y cáncer, entre otros. Los resultados aparecen en la edición del jueves de la revista Nature. Los científicos dijeron que las tres especies probablemente heredaron sus

genes de un antepasado común, hace unos 75 millones de años, algún tiempo antes de la extinción de los dinosaurios. Pero hay algunas diferencias claves. Por ejemplo, la rata utiliza más su sentido del olfato que el ser humano y tiene más genes dedicados a la detección de los olores. El genoma de la rata tiene también un mayor número de genes dedicados a la eliminación de las toxinas y otros peligros que el mapa genético del ratón. Pero imaginemos un humano con el sentido del olfato de un perro (en este caso ya habríamos encontrado el gato) y con una gran capacidad genética para eliminar toxinas, lo cual habría eliminado las grandes pandemias que ocurrieron a mediados del siglo XXI en las fronteras de Pakistán y en Sur Africa. No me refiero al incidente del cruce de Wagah, entre las dos potencias nucleares, India y Pakistán, con público a ambos lados del camino vociferando antes de la destrucción. Me refiero a la frontera con Afganistán, a las flores de las amapolas, a la guerra de los drones.

Cierto que Francis Bacon no conoce muy bien la historia de los Maine Coon. Sin embargo, a la menor provocación puede explicar cómo los delfines y los hipopótamos están lejanamente emparentados. Lejanamente. Si no tuviera que averiguar dónde está el gato, se los contaría. ¡Maine! ¡Maine! ¿Dónde se esconde un felino que viaja por el espacio?

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