Gladiadores

 

 

A Mayito, alias El Máquina

A los estibadores portuarios:

Salud, suerte y aumentos salariales

Yo tiré sacos con El Máquina. ¿Y qué hay de relevante en eso?, se preguntarán. Ya las proezas laborales no llaman la atención. Solo si fuiste gladiador de Puerto comprenderías como llegas a sentirte orgulloso de haber sido esclavo, y cómo, aunque pasa el tiempo, te sigue uno emocionando al observar la foto en donde estamos los más unidos de aquella brigada azul: Los Industriales.

Para la foto posamos solo una parte de la brigada: el 64895, el 45678, el 88345, el Usabaré (que no recuerdo su número) y el 88688, un servidor. Claro, como me quedé con la fotografía, nadie notó el detalle en un plano alejado de la esquina izquierda, cuando el flash atrapó en una carrera de locos al 67987, Mayito, alias El Máquina. Corría a buscar más lingas para seguir adelantando:

—¡Oigan, modelos, dejen el floreo que hay pincha!

El Máquina: un tipo de unos cincuenta y siete años y que roza los 1.70 metros de estatura, un tanto delgado, pero fibroso al punto de llevar cada músculo y vena del cuerpo en constante exposición. Un hombre que no piensa, no fuma, no toma, no se la gasta en los prostíbulos… ese era El Máquina. Todo en función de su mujer y sus cinco hijos.

Por aquellos días trabajé en mi primer barco. Se comenzaba la jornada a las 5:30 AM y yo ya estaba en la fila por si había que rellenar brigadas. Llevaba un mes exacto de contrata y era el que más estaba sonando de los estibadores nuevos. El Chama fuerte del 21, rapado y con mi trenza china, toda una promesa tirando sacos con la resistencia a full, y que nunca vagueaba.

Los estibadores Fijos siempre estaban en la lista para barcos y algunos vendían sus turnos, partiéndolos a la mitad con los contratos nuevos que se quedaban sin trabajo bueno para el día o la semana. Si eras contrata y querías pelear, que te vieran los Jefes de Brigada y que en solo unos meses te dieran el tan deseado título de Fijo, tenías que someterte y cobrar la mitad. De lo contrario, muchas veces te dabas el viaje al Puerto por gusto y debías de esperar otro día o semana para lo bueno; o quizá enredarte en las montas de sacos para los camiones; o a rellenar los vagones de trenes donde se trabajaba solo por unos kilos en moneda nacional… siete horas más intensas que un maratón.

Por eso, con los barcos, era diferente. Podías ganarte hasta Cien CUC en una semana, en dependencia del lugar que alcanzara tu brigada, y tirando los comodísimos sacos de arroz.

Yo ya estaba metido en la pelea pues un Jefe de Brigada se había fijado en mi trabajo y me recomendó para rellenar los que faltaban en la brigada de Los Industriales. Era el puesto para un barco de Nitrato de Amonio:

—Es fuerte la pincha, Chama, pero así te vas ganando el Fijo. Si lo haces bien te pongo en punta pa’ cuando entre el arroz…

Y fue así como me uní a los gladiadores de Industriales. Fue así cuando por primera vez escuché hablar de El Máquina. Nadie estaba dispuesto a ser su pareja, aunque después me enteré que su compañero habitual, desde hacía unos 13 años, era el 67890 e igual siempre mencionado: El Talibán. Desde que no estaba, se hacía un sorteo donde el ganador, más bien el perdedor, asumía de pareja con El Máquina.

—¿Quién es El Máquina ese? — pregunté.

— Aquel viejito —me respondieron.

—No jodas, Negrón. ¡Hoy lo coge el novato del año!

— Chama, tranquilo, no te meta’ ahí —me dijo sonriente.

Caí en cuenta de que me habían soltado en una brigada ganadora, pero que en ese momento estábamos en segundo lugar pues el día anterior la brigada de Los

Tigres tiró normalmente sus sacos en el turno donde no se coincidía por la mañana.

Y en la tarde, cuando tocó el turno a Los Industriales, comenzó a llover y cerraron la sección de carga del barco. Resultado: Los Tigres nos sacaban casi un turno de ventaja; cinco mil y pico de sacos de ventaja. La brigada que terminara en primer lugar era la que más cobraría en Pronto Despacho.

—¡Hoy vamo’ a tirar 12.000! Ellos van a 9000 por turno y en dos días están cogíos…

—Pinga, Máquina, ¿12.000?

— Dale, Negrón, deja la pendejá…

—Maestro, ¿usted es El Máquina?

—Sí, muchachón, y usted es…

—Leo.

—Mejor dime tu número, es más importante.

Observé en mi pulóver pues aún no lo tenía memorizado.

—88688.

—Que nunca más se te olvide, muchacho.

Y nunca más lo olvidé. Incluso memoricé el número de cada uno de nosotros.

—Jey, Máquina, aun no se ha hecho el sorteo y el novato quiere tirar sacos contigo.

—Con novatos no, Negrón.

— Tranquilo, puro ¿de dónde tú me conoces?

El Negrón y El Máquina sonrieron al unísono.

—Está bien eso.

—Suave con la niña, Máquina.

—¿Qué niña que cojones, Negrón?

—¡Ah, porque La Chama es brava!

—Asere, ¿que bolá contigo?

—Está jodiendo, chamaco. Calma, que el día es largo y ahorita vas a llorar —me dijo

El Máquina y se dirigió luego al Negrón—. Tranquilo, yo lo cuido, si explota lo mandamo’ a barrer pal’ tonel. Se verá bien escoba en mano…

—¿Y cuánto cobra el que barre? —pregunté.

— La mitad del dinero.

—Usted está loco, Negrón ¡Yo soy Iron Man! ¿Y cuánto nos buscamos en este

barco, Máquina?

— Si cogemos primer lugar, el Nitrato deja de treinta a cuarenta CUC.

— ¿Y en cuantos días?

—En cinco o seis. Pero ya llevamos dos y no te toca el completo, Chama.

—Algo es algo. Me hace falta el dinero.

—A todos, fiñe, a todos — dijo el Negrón.

Nunca había estado tan cercano a un barco. Es una especie de ciudad que flota.

Y de repente, frente a esa monstruosidad, había un grupo de gladiadores que estábamos listos para la pelea. Aunque también a nuestro lado estaba la brigada de Los Tigres esperando para lanzarse al abordaje y desactivar su respectiva bodega.

Aún no habían dado la señal de que habían abierto las compuertas. Cuando la dieron, a toda velocidad subimos por las escaleritas de sogas.

Desde siempre había soñado con subir a un barco, pero ya resuelto el asunto, no tuve tiempo para disfrutar la vista. Teníamos que descender a la sección de carga para después meternos hasta el infierno en que estaba convertida la bodega de

Nitrato de Amonio que nos tocaba vaciar.

La bodega de un barco es inmensa, quizá demasiado, y cabrían no solo dos, sino también tres o cuatro brigadas. Los charcos del Nitrato espaciados por el piso olían a orine. Todos los estibadores iban con sus botas de goma pero a mí aún no me habían dado el módulo de ropa. Andaba en unos Nike viejos y con solo unos pasos el Nitrato fue colándose entre los zapatos y empezaron a arder un tanto los pies.

El sol comenzaba a asomarse y nosotros esperábamos por los grueros a que trajeran los manojos de sogas…

—¡Lingas, lingas, lingas, traigan las lingas! —gritaba El Máquina con los puños cerrados y apuntando al cielo.

Todos sonreíamos con su locura, hasta que al fin llegaron las sogas y las desenganchamos acomodándolas sobre el piso para armar los entongues.

Comenzamos a rellenar la linga a nuestra izquierda. No más se tiró el primer saco, detallé las pezuñas desnudas del Máquina: sus manos eran como garras con callos en los dedos índices y anular, en las falanges, y ni hablar de las palmas. Atenazó el saco, más bien diría que lo apuñaló, por sus dos esquinas y yo hice lo mismo:

—Lo importante es ir parejos. Como cuando se baila, Chama.

Y sí, tirar sacos es como una danza en pareja donde hay que sincronizarse para no gastar al compañero. Con pasos cortos al frente, pasos largos en diagonal y quedando estirados hasta agarrar y cargar al mismo tiempo el saco para luego lanzarlo sobre la linga.

En un principio tuve algunos desajustes:

—Estás dando el paso muy largo, Chama —me decía en voz muy baja El Máquina.

Y es que los sacos producto a la humedad se deforman, se aplastan y casi adquieren la dureza del cemento. Es entonces cuando tienes que perder una muy valiosa fracción de segundo y de fuerza para destrabarlos.

Los íbamos acomodando en hileras de a veinte, donde cada entongue cuenta normalmente con una altura de diez sacos. Pero aquella mañana había prisa y debíamos amarrar los entongues a una altura de doce sacos… y pal’ carajo, ¡que aguantaran el sobrepeso las grúas! Por suerte no se zafó en el aire ninguna linga que provocara una lluvia de sacos, como en una de las viejas historias donde casi perdemos para siempre al Máquina.

Avanzábamos bastante rápido, la verdad. Lo demostraba la manera en que todos gritaban a cada rato para elevar el ánimo de la brigada. Aunque había algunos que gritaban por puro arrebato o borrachera, pues se sabía a todas luces quienes eran los marihuaneros, los pastilleros o los borrachos. Todo marchaba viento en popa hasta que superamos al número de lingas y otra vez debimos esperar por los grueros. En ese momento varios estibadores, yo diría que todos excepto El Máquina, aprovechamos para tomar un aire durante la espera por los grueros y las sogas.

—¡Lingas, lingas, traigan más lingas que Los Tigres están arriba!

—Vamo’ bien, Máquina, coge un time —le gritó el Negrón.

—¿Ustedes quieren cobrar menos? ¡Estos grueros están pinchando pa’ Los

Tigres…!

Y continuó gritando incesantemente El Máquina, hasta que al fin reaparecieron los grueros con los manojos de sogas y se terminó el descanso.

De tanto tirar sacos, el Nitrato va colándose entre los guantes y comienzas a pelarte las manos. Por eso los experimentados tiran a mano limpia. Aunque tarde o temprano llega el momento en que la sangre gotea por los brazos y tienes que seguir. Si para uno se paran dos y después cuatro… se retrasa el entongue y los

grueros, satisfechos, se sienten de vacaciones. A veces uno tiene que continuar casi al borde del desmayo. Alucinando. El mundo se vuelve un saco y no piensas en nada más. Cuando tratas de distinguir a tus compañeros solo vez sombras moviéndose.

—Hoy vamo’ a subir 12.000 pa’ recuperarnos de la lluvia de ayer —gritó por enésima ocasión El Máquina, y yo volteé para mirarlo fijo a los ojos. Observé una masa rojiza entre el olor a Nitrato de Amonio y unas temperaturas quizá superiores a cuarenta grados. Quise encararlo, pero sentí un rafagazo de voluntad tras distinguir esa silueta dando el valor para no desmayarse; para no explotar frente a todos.

Dos horas después, ya casi pasados por cuarenta minutos del horario de merienda, aún no la habían traído.

También nos estábamos quedando sin agua:

— ¡Vamo’ a parar por agua! —gritó alguien al Jefe de Brigada.

—Ya está al llegar —le respondieron.

—¡Pero rápido, que vamo’ a desmayarnos…!

Media hora después aun estábamos sin merienda y ya sin agua… aunque nadie había parado.

Un tipo de más de 1.90 mt y unas sobradas doscientas libras se tambaleaba… se tambaleaba… y terminó apoyándose a un entongue de sacos. Luego se inclinó con las manos puestas sobre las rodillas tratando de tranquilizar la respiración.

—¡Hay que tener también espíritu! —gritó El Máquina con las manos abiertas apuntando al cielo—. Coge un diez, White, ando ´alante en mis lingas y te ayudo a cerrar tu entongue…

Así era El Máquina. Pero siempre había cabrones que no daban el cien por ciento pues sabían que ahí estaba él para adelantar.

—Bájale el ritmo, Máquina, nos están cogiendo pal’ relajo.

—Tranquilo, Chama, al que es hombre, tarde o temprano le da pena y se acompleja…

Efectivamente, porque al rato siempre se escuchaban las voces:

—Caballeros, ¡déjense de descaro que el viejito y no para…!

Y así se contagiaba la brigada. El Máquina era mucho más que un tipo superdotado en resistencia. Era un líder en su pedazo de mundo. ―Al que es hombre, estar vagueando, tarde o temprano le da pena‖. Se me quedó grabado.

Al rato llegó la merienda. El más oportuno pan con jamón y queso que yo recuerde… y con lata de refresco incluida. Pero aunque te laves bien las manos, el olor y la textura babosa del Nitrato, como si no fuera suficiente llevarlo incrustado en el cuerpo, se mezcla con la comida e igual termina en tu interior.

Recuerdo al Máquina en aquella jornada merendando el químico a mi lado:

—Chama, no te me pongas bravo con esto que te voy a decir.

—¿Qué cosa?

—Extraño al Talibán. Es el único que de verdad puede seguirme. Veinte años juntos. Vanguardias Nacionales. Ganamos cinco veces los Nacionales Inter Puertos. Siempre estuvimos en las brigadas más calientes…

Y sí, en realidad tuve el tiempo para comprobar que era cierto. Se decía, como si fuera una leyenda, que juntos rendían por tres parejas. Y cuando conocí al Talibán, me percaté que los músculos no son el único indicador de la fortaleza. El tipo era todo nariz y boca, aunque antebrazos como Popeye el Marino.

—¿Y qué fue de su vida, Máquina?

—Na’, dijo que no aguantaba más esta mierda y que se iba pa’ Ecuador. Pero creo que es mentira. Me dijeron que anda por cuanto Chupa-chupa hay en la Habana y que está bebiendo mucho. Necesito verlo, tengo un mal presentimiento.

—Asere, tú le descargas al Talibán.

—¡Fue al único que nunca le pude sacar los pines!

— A mí tampoco me vas a gastar, Máquina… aparte, yo pienso ser escritor.

—Tú viene’ bien, pero por algo te dicen el Chama todavía. Y mira, mejor ya no pensemos más basura que nos ponemos lentos.

Se reanudaba la marcha bajo el sol del mediodía y comienzos de la tarde.

Recuerdo, como algo curioso, que a esa hora el Puerto era sinónimo de una fiesta de disfraces donde lo mismo te tropezabas con estibadores que parecían ninjas o espantapájaros… aunque los más veteranos eran casi nudistas, parecían inmunes al sol y ya con el tiempo habían adquirido colores de piel bastante uniformes. El Máquina siempre andaba ligero de vestimenta, y de estómago también, ya que nunca se atragantaba de más para que el cuerpo le respondiera rápido, como solía decirnos.

—Voy a hablar con los cocineros… ¡que así to’ el mundo se pone inútil!

—Coño, Maquina, suave que somo´ humano —le respondían siempre, pero al rato se establecía un ritmo eficiente aunque nunca como en la mañana.

—El cuerpo hace lo que tú lo obligues, Chama, la vaina está en no andar pensando mucha basura, que eso es lo que te frena —me dijo en voz baja, todo ojos el Máquina, antes de regresar a su estribillo favorito—. ¡Lingas, traigan más lingas que ya los Tigres están cojíos!

Y otra vez las rezongas, las risas… y otra vez su voz movilizando a la brigada.

Me gustaría decir que en mi primera jornada con los gladiadores, no me detuve ni por un instante a causa del cansancio, pero estaría mintiendo. En par de ocasiones el sol, que vencía al más pinto, las plantas de mis pies y las manos y antebrazos en carne viva me obligaban, literalmente, a coger un aire.

—Out por regla, Máquina, busca la escoba —gritaban sonrientes algunos camaradas.

—Dejen eso, que este gladiador es mi relevo —respondía el Máquina, y su voz me infundía una fuerza extraña—. Respira profundo, Chama, y no pienses mucho pa´ que tú veas. Acuérdame afuera darte un par de botas, que así no aguantas mañana…

Y seguíamos tirando sacos, aunque sé que el Maquina, para que yo pudiera terminar, le quitaba un tanto a su ritmo. Y es que nadie recuerda haberlo visto cansado, y quizá por eso, algo extrañados, cuando vivimos unos días en que no se le observaba animoso, sacábamos la cara, mejor decir los brazos las espaldas y el extra, para rendirle un cierto tributo silencioso y con gran respeto decirle maestro, aquí estamos rindiendo. Y ya después, tras los comentarios inevitables de ese cáncer que se apresuraba en devorarlo y su consecuente retiro, hubo decenas de ocasiones donde le pedimos que fuera a nuestras jornadas portuarias para darnos ánimos y organizarnos. Y en muchas ocasiones a fin de mes, juntamos dinero de nuestros salarios para calzarle el mísero subsidio estatal y tenderle una mano con el familión. Quizá por eso, apenado, anticipándose demasiado, decidió alejarse por completo, quizá antes de tiempo ya que aún servía. Pero al 67987, Mayito alias El Máquina, es preferible recordarlo sin pensar de más para no ponerse lento; se le recuerda estoico, perfecto, como en aquella jornada de sobrecumplimiento con sabor a cansancio y entrega, donde sí que tiramos los doce mil sacos y recortamos distancias para meternos de a lleno y empatar la pelea, ya que a Los Tigres no les fue muy bien que digamos. Se les veía en sus caras la derrota mientras nos tropezábamos para recoger las ropas y toallas en las taquillas, o de camino a las duchas; todos por igual intentando quitarnos de encima los restos del maldito Nitrato de Amonio. Era indudable que la confianza estaba en los rostros de los Industriales, ya que todo apuntaba que al final quedaríamos en primer lugar… y claro que lo hicimos, pues teníamos al Máquina.

Como guinda al pastel, mi primera jornada en Grandes Ligas coincidió con un día de cobro. Tras salir de las duchas fue que vine a conversar otra vez con El

Máquina y algunos de los gladiadores de Industriales. Todos comentaban cuanto hacía falta que le pagaran el estímulo por Pronto Despacho que tenían acumulado, y que no les congelaran otra vez el dinero. Hice la fila en la ventanilla, y todo ese inmenso grupo de gladiadores cansados, hambrientos o borrachos, no demoraron en formar más de tres o cuatro discusiones, y algunas bastante calientes.

Yo esperé con calma, tenía acumulada varias montas de vagones en el Tren y varios dobles turnos que se montarían en alguito aceptable para mi primer mes. Calculaba al menos unos treinta CUC… pero solo me pagaron las montas y lo demás quedó acumulado hasta el próximo pago: Es mejor no llevar la cuenta y esperar tranquilo, fue el comentario general. Al menos es el trabajo indicado para eso, pensé. Pues con el tiempo, aprendes que tirar sacos es una forma de vivir con la mente en blanco. Por increíble que parezca, te hace olvidar cualquier problema.

Se esperaba siempre con paciencia de monje en el parqueo el transporte de regreso, y más cuando el ambiente se sentía ya bastante relajado ya que todos íbamos con algún dinero en el bolsillo. Yo había palabreado con El Máquina para la ocasión, el llegarme hasta su casa para probarme unas botas que me iba a regalar, ya que mi módulo seguiría en espera quizá otro mes, según me había dicho, pues solía demorar con los novatos.

Montamos en el ómnibus y no más arrancó el vehículo, comenzó la rumba. Negros y blancos y mulatos y jabaos tocando en los asientos plásticos de forma ensordecedora, y hasta parecía que con la música iban recuperando las fuerzas. En días de cobro siempre hay fiesta, alcohol y putas. Y como si estuviera sincronizado a esa fecha del mes, se respiraba el triple de impaciencia mientras la guagua pasaba por una esquina cercana al Hotel Deauville. Ahí fue que me mostraron uno de los tantos sitios claves para resolver. Y me asomé por la ventanilla para observarlas de a dos y de a tres esperando en los balcones, como si estuviéramos en Las vegas.

Con un poco de imaginación, más el hambre de comida y sexo, casi podía sentir sus diferentes perfumes y sabores. Y cuando el ómnibus se detuvo en un semáforo, las chupa-chupas entre risas comenzaron a hacer señas. Todos los gladiadores sacamos nuestras cabezas por las ventanillas: “Ahorita les caemos”, les gritaron varios. “Pero no den tanta muela y suban”, respondían ellas con esas sayas extra cortas y las lycras y sus bollos bien marcados. Esas caras de putas fueron demasiado para algunos de los gladiadores, y al instante se sacaron sus pingas por las ventanillas y comenzaron a agitarlas al aire… “Con eso no van a hacer nada”, gritaban ellas… “Pero hombres… bajen…”, repetían sin cesar y en más de una ocasión la gente en la calle debía de hacerse los ciegos o los sordos.

—Como pierden tiempo estos locos —me dijo sonriente El Máquina.

El ómnibus continuó el camino y de repente El Máquina sacó la cabeza por la ventanilla y comenzó a mirar hacia atrás:

— ¡Eh!, ¿te embullaste, Máquina?

—¡Chofer, chofer, déjame aquí!

—¿Y qué hay de las botas?

—Bájate, si algo seguimos a pie.

Tras bajarse de la guagua, El Máquina con mucho apuro se dirigió hacia un tipo que estaba parado en la esquina e iba vestido con ropas que parecían de marca, pero algo gastadas, muy sucias, caneca de ron en un bolsillo y dando los pasitos del borracho. Fui tras él a toda carrera pues pensé que era cosa de problemas…

—¡Carajo, Talibán, así quería pillarte!

—¡Cojones, Mayito! —le respondieron, no recuerdo si antes o después del fuerte abrazo.

—¿Qué está pasando, compadre?, regresa al Puerto que aún me queda tiempo pa’ servir —le dijo con tono un tanto grave.

—Coño, ¿qué dices, Mayito?

—Que te extraño, hermano, ¡me tienen tirando sacos con este juvenil! —dijo el

Máquina intentando sonreír mientras me señalaba.

—Muchacho, te casaste con la más fea. ¡El Máquina e’ pareja! —me sonrió cortés el Talibán, pero después bajó un tanto la mirada.

Reanudaron el abrazo con un fuerte palmear en sus espaldas.

—No todos somos máquinas, Máquina —le escuché decir bajito, mientras yo comprendía por primera vez algo importante.

Comentarios: charliewriter@nauta.cu

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