Háblame de Elliott: Un hombre que vivió su vida a plenitud

Conocí a Elliott en el año 2001, poco tiempo después que Elga y yo comenzáramos nuestra relación. En esos días me había enterado – por Elga – que su padre me había bautizado con el apodo de “El Güi”, un diminutivo de “El Güirero”. Me pareció simpático el apodo y en principio pensé que aludía al hecho de que yo era músico. Pero resultó que la referencia no era musical sino que deportiva: me llamaba “El Güirero” porque, según él, estaba “velando güira” con su hija.

Elliott estaba en ésos días en la cuidad de Nueva York con motivo de la pelea de Félix “Tito” Trinidad contra William Joppy. Elga, que estaba en Puerto Rico en esos días, había coordinado nuestro encuentro. A sugerencia de Elliott nos encontramos en el pesaje de la pelea, que tomó lugar en Bryant Park, cerca del área de Times Square. Yo honestamente no sabia qué esperarme; obviamente conocía a Elliott de la radio y la televisión (donde siempre aparecía simpático y sonriente) pero no tenía la menor idea de cómo sería en realidad ni de cómo recibiría al recién compañero de su hija.

Pero Elliott fue cálido y familiar desde el “mucho gusto”. Me recibió con un abrazo e inmediatamente procedió a presentarme a TODAS las personas que teníamos a nuestro alrededor. Creo que no me presentó a “Tito” porque no estaba cerca, pero igual conocí a gran cantidad de sus compañeros periodistas y a muchísimas otras personas, las cuales estoy casi seguro que Elliott acababa de conocer allí mismo.

Después del pesaje nos dirigimos al Bronx, a ver un juego de sus amados Yankees de Nueva York, organización que detesto apasionadamente ya que, entre otras cosas, son los archienemigos de mis queridas Medias Rojas de Boston. Elliott en ese momento no sospechaba mis inclinaciones Bostonianas – y mucho menos intuía que, poco tiempo después, acabaría convirtiendo a su hija en amante del equipo de Pedro, Manny y Big Papi – así que me hice el loco y me propuse disfrutar el juego. Recuerdo que hablamos sobre muchas cosas, pero sobre todo sobre deportes y música, pasiones que siempre compartimos. En algún momento del partido me asaltó el presentimiento de que estaba hablando solo y de que mi compañero, tan parlanchín hasta ese momento, llevaba ya un buen rato que no me dirigía la palabra. Pasaron varios minutos hasta que mi curiosidad me obligó a mirar a Elliott con el rabo del ojo y confirmar lo que ya me sospechaba: Elliott estaba profundamente dormido, con ronquidos y todo.

Entré en un momentáneo estado de pánico, durante el cual consideré mis opciones: ¿Lo despierto? ¿Sigo hablando solo como si no pasara nada? ¿Veo el resto del juego en silencio y espero a que algún rugido de la multitud lo despierte? Opté por esta última, pensando que su sueño no podría durar más que unos minutos. Pero, entrada tras entrada, el sueño de mi futuro suegro sólo parecía profundizarse. El punto es que el juego se acabó y no fue hasta que comenzaron a sonar las primeras notas del emblemático “New York, New York” por los altavoces del estadio que Elliott de repente hizo un movimiento brusco, abrió los ojos y, después de bostezar un par de veces, sugirió que nos fuéramos. Así como así y como si no hubiera pasado nada fuera de lo normal. Esa noche nos despedimos con un abrazo en su hotel, ambos sintiéndonos que habíamos salido de ese primer encuentro como buenos amigos.

Elliott me hizo sentir como un amigo desde el primer momento, y enfatizo aquí lo que ya se ha convertido en un tipo de “Pie Forzado” en estos escritos sobre él: sus muestras de amistad, cariño y solidaridad eran infinitas y estaban disponibles a todos por igual. Me atrevo a añadir que, en todo el tiempo que lo conocí, nunca lo vi de mal humor o en stress y muy pocas veces lo vi sin una sonrisa en los labios. Fue una persona feliz la cual, mientras estuvo entre nosotros, nos deslumbró a todos con su felicidad.

Nuestra hija Elena extraña mucho a su abuelo y la mínima referencia a Elliott la hace recordar su ausencia, lo cual generalmente viene acompañado de gran tristeza y muchas preguntas. El otro día, de camino a la escuela, me preguntó si yo extrañaba a “Abuelo”, a lo que yo contesté que sí, que lo extrañaba mucho. Yo procedí a preguntarle a ella qué era lo más que extrañaba de él y ella me contesto que “Todo. Extraño tenerlo conmigo”. Eso era Elliott. Un individuo que vivió su vida a plenitud, dándolo todo por su familia, sus amigos y su país. Un ser humano tan indispensable que su partida deja un gran vacío en las vidas de todos los que lo conocimos; un hueco imposible de llenar. Aun así, su alegría permanece con nosotros y al recordarlo no podemos evitar tener que emular su eterna sonrisa.

Miguel Zenón, alias “El Güi”. El autor es músico.

El 44 Festival de CLARIDAD se celebra del 22 al 25 de febrero en el estacionamiento Hiram Bithorn dedicado a Elliott Castro Tirado.

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