Hacia una definición de la ciencia ficción: Los criterios de Aldiss.

No basta que la idea reclame la realidad, también la realidad tiene que tender al pensamiento. Entonces se verá que el mundo posee desde hace mucho tiempo el sueño de una cosa, de la que le basta tener conciencia para poseerla realmente.

Karl Marx

0. El escritor inglés, Brian Aldiss ha fallecido. Mi primer acercamiento a su obra se lo debo a la gentileza del escritor José Liboy. En 1986, Pepe me regaló Bang Bang y donde las líneas convergen, una novela del inglés traducida en España y que, aún así, con los modismos peninsulares, era muy entretenida. Logré conseguir un ejemplar en el idioma original (Brothers of The Head and Where The Lines Converge) y desde entonces la tengo entre mis lecturas favoritas. Lo que sigue es mi homenaje a esa experiencia.

1. Nadie sabe, a ciencia cierta lo que es ciencia ficción. Valga la redundancia. Para Brian Aldiss, uno de los que la crítica especializada llama maestros del género, la etiqueta ciencia-ficción se presta a confusiones. Cobija a muchos creadores diferentes bajo la misma bandera. Se ha cargado de significados peyorativos. Así, el escritor británico presenta una solución a ese desorden. Propone olvidarse del término ciencia ficción y denominar ese corpus textual simplemente como surrealismo.

Sin duda Aldiss no es muy bueno aclarando cosas. Su propuesta crea más confusión. Yo, sin tomar en consideración que provengo de un pequeño satélite flotando en el Caribe, voy a proponer una analogía que acabará con estas discusiones académicas. Me explico: si las necesidades mínimas para producir la fusión se llaman Criterios de Lawson, y son criterios de densidad iónica y tiempo mínimo de confinamiento necesario, entonces, por analogía, las necesidades mínimas para producir ciencia-ficción se llamarían Criterios de Aldiss: criterios de 1. densidad onírica; 2. fusión tecnológica, y 3. tiempo mínimo de desarrollo.

Debo admitir que había pensado desde hace mucho tiempo, antes de la caída del muro de Berlín, que uno de mis escritores favoritos, Walter Benjamin, había intuido y quizás demostrado, que la imbricación entre el surrealismo y algún modo particular, sistemático, de interpretación de la realidad era un develamiento importante y políticamente significativo. He podido leer en Benjamin una suerte de animé japonés con una carga que ni siquiera Mamoru Oshii es capaz de repetir. Es suficiente ver Tenshi no Tamago (El huevo del ángel) para tener una idea de cómo la mitología, el sueño, la metáfora, son los modos de anticiparse al presente. El mundo es ya post-apocalíptico. Sin embargo, es la belleza de las imágenes lo que nos permite apurar el trago y entender que creando esa visión cuasi futurista hablamos sobre el pasado y el presente. ¿De qué otro modo puedo ilustrar la concepción de la historia del intelectual alemán? Quiero decir, ¿no es un tanto manga, dibujo caprichoso, su alegoría? En su Tesis de Filosofía de la historia, Benjamin ataca la concepción positivista de la historia como sucesión de eventos ilustrándola con un panorama desolador de la mano de Paul Klee:

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y éste deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso

Walter Benjamin: Tesis de Filosofía de la Historia, Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1971, § 9

Creo que con Benjamin, lo dicho por Brian Aldiss no suena tan simplista. Pero aún así la idea de Aldiss supone una explicación amplia para la que no tenemos espacio ni tiempo.

2. Por supuesto, no todo surrealismo es ci-fi. Ni viceversa. Una fracción de este movimiento podría catalogarse de literatura de anticipación. Entonces, ¿por qué Aldiss lo llama de esa manera? Quizás Aldiss se refiere a su propia obra. la ya mencionada, Brothers of the Head, por dar un ejemplo. En esta novela dos hermanos siameses, Barry y Tom, comparten en un apartado pueblo de la costa inglesa con una tercera cabeza que dormita en el hombro de Barry. Las relaciones entre los dos hermanos (y la cabeza) es turbulenta. Un empresario de espectáculos los convierte en estrellas de rock conformando el grupo The Bang Bang. Suficientemente surreal. Pero esas fábulas punk no son las más célebres en el mundillo ci-fi que también tiene sus escritores y críticos conservadores. Asimov no tiene nada de surreal. Tampoco Robert Heinlein. Se trata de un escritor célebre, con títulos como The Moon Is A Harsh Mistress, The Puppet masters (desaparecen seis agentes de servicios supersecretos tras el aterrizaje de una nave aérea desconocida) y de un estilo correcto, de narraciones lineales.

Entonces, ¿quién es el mejor ejemplo de surrealismo ci-fi? Sin duda sería, Philip K. Dick, que vivió como un surrealista automedicado. La locura como método. En cualquiera de sus novelas. Y, ¿qué son algunos textos de Calvino? Pensemos, estrictamente en su libro Las cosmicómicas. Se trata de narraciones en boca de un personaje llamado Qfwfq que parten de axiomas de la ciencia y se transforman en una delirante mitología. Poemas en prosa, sería más exacto decir. Pero también lo son Las ciudades invisibles, si me apuran mucho. Esas delimitaciones casi concretas de espacios imaginarios son ciencia ficción.

Dicho esto de manera somera, propongo una lectura profunda del género en el Caribe Hispano. Y mi homenaje al fallecido escritor inglés incluye este pequeño aparato crítico con el que delimitar el género: los criterios de Aldiss.

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