Hamiltonitis o “The Lin-Manuel Miranda Hour”

El telón de Hamilton, en el Centro de Bellas Artes de Santurce, bajó por última vez la noche del domingo, 27 de enero. Sin duda es la obra teatral más vista y más exitosa en la historia del teatro isleño: más de veinte funciones a sala llena y un público total de alrededor de 45 mil espectadores y la mayoría de ellos puertorriqueños y no extranjeros. Además, todos los boletos regulares disponibles se vendieron en un solo día precisamente dos meses antes del estreno. Hubo largas filas de muchas horas en la boletería del teatro de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y en las sucursales de Ticketpop en las tiendas Walmart y otras. Los que esperaban pagaron entre 99 y más de 400 dólares para comprar sus asientos para la obra. 

Para los que no pudieron llegar a la UPR o a un Ticketpop, hubo una venta en línea que iba a realizarse el mismo día. Pero la venta digital se canceló después de solamente una hora y doce minutos. Al parecer no hubo forma de limitar la venta digital de boletos a solamente residentes de Puerto Rico. A los que por razones geográficas u otras no pudieron llegar a las filas de venta ese primer día, quedaron dos otras opciones: la primera fue entrar en una lotería diaria a través de la APP de Hamilton para intentar ganar uno o dos del pequeño porcentaje de boletos disponibles para cada función a 10 dólares cada uno. La segunda opción requería quedarse en fila frente al Centro de Bellas Artes el día de cada función para averiguar si habría boletos no recuperados de la lotería u otros no utilizados por la producción. Esos boletos se vendieron en 250 dólares. De mi experiencia en fila, el número disponible variaba entre un máximo de 80 a un mínimo de sólo 5 según el día y la función. Cada día las filas de espera llegaron a más de 200 personas. También hubo una función reservada para estudiantes a 10 dólares el boleto y esa fila comenzó el martes anterior a la función del miércoles.

En general, Hamilton despolitiza la guerra revolucionaria americana por ampliar y hasta reinventar la noción de la identidad americana ya como una utopía de entremezcla e inversión racial y étnico-cultural. No solamente el hecho de que George Washington es afro-americano; todo el mundo es algo-americano: un arco iris de trasfondos, herencias y tonos raciales, culturales y humanos. Hamilton pone en práctica lo que debe haber pasado dentro de los repartos teatrales hace décadas, y gran parte de su popularidad en Nueva York deviene del deseo de su público local y extranjero de experimentar esa utópica visión multi-étnico-racial.

Todo esto indica que Hamilton pudiera haber ofrecido 20 funciones más en Puerto Rico y todavía no hubiera habido butacas suficientes para todos los que deseaban pero no podían presenciar la obra porque no hubo boletos –baratos o caros– disponibles. 

¿Por qué tanto el interés en Hamilton, una obra musical en inglés sobre la vida de Alexander Hamilton (la cara en el billete de 10 dólares americanos) y uno de los fundadores de la República Estadounidense?

“Hamiltonitis”, o la obsesión con la música, letra, trama, montaje y reparto de Hamilton, resulta del hecho de que después de su estreno hace casi 4 años en Nueva York, la obra se ha convertido en el éxito más grande en la historia de Broadway, la zona de teatro comercial más importante de Estados Unidos y el mundo entero. Ganó 11 premios TONY (equivalente en Broadway a un OSCAR en el cine hollywoodense). Sigue en Broadway, donde supuestamente no hay boletos disponibles hasta 2020 o 2021, y ahora varios otros repartos profesionales –como el de San Juan—están estrenándose en ciudades a través de Estados Unidos y en Londres. Hay loterías en esos lugares también porque todos los boletos están vendidos. Hamilton sobrepasa a The Lion King y hasta Circe du Soleil en su éxito global.

Sin embargo, más importante para el público puertorriqueño es el hecho de que el autor, letrista, compositor y actor-cantor principal de Hamilton es el puertorriqueño nacido en Nueva York, Lin-Manuel Miranda. De familia de Vega Alta, Lin-Manuel se ha controvertido en ícono contemporáneo de la productividad excelencia creativa teatral de un inmigrante (o hijo de inmigrantes) “americano”: “immigrants get the job done”, como dice una canción de Hamilton. De casi la misma manera, la obra nos hace pensar que hace 250 años Alexander Hamilton, hijo ilegítimo del dueño de una plantación en la isla caribeña de Nevis, también muestra el rol de ícono por su ambición, inteligencia y desempeño estratégico e intelectual. Hamilton llegó a la colonia británica de Nueva York para estudiar, entró en el lado rebelde de la guerra americana de independencia y salió como parte del núcleo de los fundadores de los Estados Unidos. 

Pero la popularidad de Hamilton en Puerto Rico parece tener menos que ver con el tema de la obra teatral como tal y más con la curiosidad de saber de qué se trata su gran éxito en Nueva York. Aún más se registra el deseo isleño de festejar y compartir la celebridad de Lin-Manuel. La cara de Miranda ya es conocida en cine, televisión, los medios sociales y al lado de los Obama en la Casa Blanca, además del teatro profesional. Descontando el gran número de extranjeros que sí llegaron y pagaron más para ver a Hamilton, para la mayoría de los puertorriqueños dentro de la sala de festivales Antonio Paoli en el Centro de Bellas Artes esto fue “The Lin-Manuel Miranda Hour” con él en el papel principal. Muchos de ellos no asisten regularmente a obras del teatro puertorriqueño en otras salas. Pero en esta ocasión, vinieron para ver, casi tocar y sentir la presencia del muchacho del barrio que se convertió en estrella tan maravillosamente en Nueva York. Por eso, al igual que allá en Broadway, Hamilton fue un evento artístico-social único en el teatro local acompañado por reseñas celebratorias y comentarios periodísticos de una élite literaria e intelectual que incluye Luis Rafael Sánchez, Ana Lydia Vega, Mayra Santos-Febres y Silverio Pérez entre otros.

No obstante, en Puerto Rico en enero de 2019, Hamilton cosechó controversia al igual que aplausos, frustración al igual que la alegría carnavalesca. El andamiaje de su presentación integraba los elementos crudos de la crisis fiscal de la isla, la ley PROMESA, la Junta de Control Fiscal, el desprecio abierto de la Universidad de Puerto Rico por su propia administración y el gobierno isleño, el todavía presente choque de los huracanes Irma y María y la patente incompetencia de las autoridades locales y federales para entender y enfrentar la gravedad del proceso de recuperación después de los huracanes.

Pocos meses después del huracán María, Lin-Manuel Miranda habló a una sala llena de cientos de estudiantes de la UPR en Río Piedras y su propuesta enfatizó cómo el montaje de Hamilton en el entonces dañado y cerrado teatro universitario beneficiaría a la UPR y sus estudiantes. Tuvo la recepción abrumadoramente positiva de una estrella de “rock” con numerosos estudiantes cantando las canciones de Hamilton que sabían de iTunes o el CD de la obra. Según él, la obra iba a presentarse en el teatro para ayudar a la UPR, habrían boletos disponibles para los universitarios, talleres y charlas para los estudiantes, un sentido de intercambio artístico-cultural entre los artistas de teatro locales y el elenco y los productores de Hamilton. Tanto la universidad en crisis como el país, todavía en ese momento enfrentando una recuperación sin luz y dirección estratégica, se beneficiarían de la presentación de la obra. Habría precios módicos para estudiantes y residentes de Puerto Rico y precios a nivel de Broadway para los extranjeros y otros que podrían pagarlos. 

Sin embargo, la entrada de varios estudiantes con gritos y pancartas nos despertó del sueño Robin Hood-esco. Protestaban porque Lin-Manuel escribió una columna en el New York Times a favor de la ley PROMESA e hizo campaña para la ley en Estados Unidos. Más tarde, después de ver la explotación y corrupción patente, retractó su apoyo de PROMESA, la Junta de Control Fiscal y COFINA, pero tal vez no con la fuerza y energía con que había originalmente apoyado el proyecto.

Casi un año más tarde, accesibilidad a los boletos sería un problema desde el 10 de noviembre de 2018, cuando la venta en línea terminó después de solamente una hora. Muchas personas quedaron aislados de la venta directa y nunca lograron obtener boletos. Jet Blue, Turismo y los productores (¿y otros?) tenían boletos para ofrecer en paquetes a viajeros, turistas, amistades de la compañía y VIPs, pero no hubo acceso para muchos puertorriqueños. Por ejemplo, sin la venta por Internet los viequenses encontraron obstáculos contundentes. 

Como crítico de teatro por los últimos 40 años, pero también como residente de Vieques, no tuve manera de conseguir un boleto excepto a través de la lotería. Pude asistir a Hamilton solamente porque una amiga me regaló un boleto de los tres que había conseguido en la UPR el día de la venta. Pero fue solamente uno y María Cristina no pudo asistir a la obra conmigo. Entramos en la lotería y nos paramos en fila frente a Bellas Artes sin suerte. Este caso se repitió ad infinitum. Cuestiones quedan sobre quién recibió boletos y cómo. La noche que vi la obra una tercera parte o más del público parecía compuesto de visitantes del exterior. 

El teatro universitario se reparó para servir para el montaje de Hamilton a través de un donativo de un millón de dólares de la Fundación Miranda. No obstante, los productores decidieron desmontar la escenografía y mudar la obra a la Sala Antonio Paoli del Centro de Bellas Artes. A pesar de garantías de la Hermandad de Empleados No Docentes, entraron en pánico frente a la presión económica y política y aprovecharon de la mención de fricción laboral causada por la torpeza administrativa dentro del Recinto para justificar su decisión. Supuestamente, Hamilton llegó para apoyar a la universidad y la isla en un tiempo de crisis, pero los productores no quisieron enfrentar la política real de Puerto Rico pos-María y la crisis administrativa y fiscal de la misma universidad. Por un lado, el ambiente de circo creado por el proceso de la policía estatal controlando el tránsito, los estacionamientos llenos, la espera en largas filas para recoger boletos y entrar al teatro, los quioscos de refrescos, los agentes de turismo tomando fotos, el tener que pasar por detectores de metal, etc., responde más a un espacio comercial y no universitario. Por otro, la universidad perdió una oportunidad de mostrar su centralidad dentro de la vida cultural del país y su capacidad de innovar para abordar los retos que el montaje de Hamilton presentaba. Dudo mucho que la administración actual de la UPR sabría cómo responder a esos retos ni que el gobierno isleño del momento quería proveerle al Recinto de Río Piedras una oportunidad de lucirse.

A su favor, Hamilton y la Fundación Miranda sí reparó el teatro de la UPR y ha dejado en lugar un fondo amplio para subsidiar las artes en Puerto Rico. Las primeras entidades para recibir ese apoyo son todos muy valiosos –Andanza, Y no había luz y EDUCARTE, entre otros—y el proyecto continuará a través de la Fundación Flamboyán en años futuros.

Finalmente, llegamos a Hamilton, la obra teatral, que casi se perdió entre el “hype” periodístico, la política tras bastidores, los rumores de quién llega o no llega a ver la obra y las miles de personas jugando la lotería o paradas en filas diariamente. Como obra teatral musical, Hamilton es excepcional. No soy fanático de las obras musicales de Broadway, pero sin duda esta obra añade una nueva dimensión al teatro comercial americano. ¿Cómo? En general, Hamilton despolitiza la guerra revolucionaria americana por ampliar y hasta reinventar la noción de la identidad americana ya como una utopía de entremezcla e inversión racial y étnico-cultural. No solamente el hecho de que George Washington es afro-americano; todo el mundo es algo-americano: un arco iris de trasfondos, herencias y tonos raciales, culturales y humanos. Hamilton pone en práctica lo que debe haber pasado dentro de los repartos teatrales hace décadas, y gran parte de su popularidad en Nueva York deviene del deseo de su público local y extranjero de experimentar esa utópica visión multi-étnico-racial.

Su otro gran logro es lingüístico-musical. Los reinventados personajes históricos dialogan en canciones de rap y hip-hop que re-escriben la historia de la “revolución americana” en el idioma y los ritmos de las poblaciones más oprimidas del mismo país.. El uso de la palabra y el junte de lo popular con un cuento; el rapero callejero ya se convierte en actor y cuentista para interactuar directamente con su público. El escritor, Lin-Manuel Miranda en este caso, adapta un estilo de “orature” (Ngugi wa Thiong’o) popular para deleitar públicos del teatro formal a través de la fluidez de su ritmo poético y los niveles múltiples y simultáneos de su lenguaje. Es asumir, dominar, manipular y extender la creatividad del barrio para otro público y, en este caso, el éxito comercial. Siempre existe un grado de ambivalencia dentro de ese acto artístico de transformación, pero también es inevitable. 

El destacado montaje, como tal, muestran precisamente porque Hamilton ha captado la atención de los públicos de Broadway. La movilidad y el uso de los espacios creados por su escenografía, la coreografía de los cuerpos que llenan los diferentes niveles y espacios, los vestuarios que cambian contínuamente a través de la acción, las actuaciones muchas veces magistrales del reparto en papeles mayores o en múltiples papeles –es todo lo que se espera por su gran éxito en Nueva York– pero también muestran algo más en términos de su combinación de creatividad, precisión y compromiso. Tienen razón los que se han quejado de que no es la historia verdadera; es ficción –como también es “la historia”; es el arte teatral, que es algo diferente y, tal vez, superior a la historia como tal.

No obstante, mi confesión final es que el cuento de la obra, la vida de Alexander Hamilton, me deja inerte. No puedo relacionarme con Washington, Jefferson, Madison, los Adams, Burr, Hamilton, etc. Es un mundo de fantasía que no concuerda con las vidas de mis antepasados de Alemania, Francia, Holanda y Escocia que llegaron a las Américas después de la Guerra Civil. Puedo apreciar el método y el arte de su representación, pero como cuento Hamilton no me transforma la fantasía en realidad.

Lo sobresaliente de Hamilton, como obra teatral, en Puerto Rico es que representa el proceso de la transmigración diásporica caribeña que ha transformado su nuevo ambiente y ahora regresa, aunque no sin fricción, para mostrarnos su éxito y enseñarnos una utopía racial en el teatro como un ensayo para lo que debe ser su repetición permanente en la vida real.

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