Informe a la Academia

Por Zahira Mabel Cruz / Especial para En Rojo

El latín para mí es lo que ha sido desde hace cinco siglos: una lengua muerta. Con esto no quiero decir que sea incapaz de reconocer su utilidad para historiadores, especialistas en temas de la antigüedad, filósofos y lingüistas apasionados que por la naturaleza de sus trabajos e intereses, y para la realización seria y efectiva de sus investigaciones, probablemente deberían atender fuentes primarias en lenguas clásicas —no esperaríamos menos—. Sin embargo este no es mi caso, pero reconozco que siempre es mejor saber a no saber, a pesar de que existen cosas en la vida que a veces es mejor no saberlas. También reconozco que el concepto de lenguas “vivas” o “muertas” es para muchos una idea falsa de lo que son las lenguas, puesto que no puede haber nada intrínsecamente muerto acerca de un sistema de comunicación. Pero a fin de cuentas esto tiene que ver más con cómo lo considere la gente. Según tengo entendido, no existe un consenso entre los especialistas en cuanto al estatus de la lengua latina… sobre si vive o ha muerto.

La mezquindad no creo que sea uno de los rasgos de mi carácter, por eso también puedo ser capaz de reconocer el valor del latín como soporte gramatical en el surgir de las lenguas romances por lo que conocerlo, nos ayuda a tener una mejor comprensión de nuestra lengua. Pero en el momento de escepticismo en el que me encuentro desde hace poco más de veinte años, se me ha hecho cuesta arriba enamorarme de este y otros tantos cadáveres como lo pude haber hecho en otros tiempos de mayor esperanza. Responsable y comprometida asisto a clase para cumplir con el requisito del programa doctoral, pero todos sabemos que compromiso no es exactamente lo mismo que amor. 

Por los pasillos de esta universidad (UPR) he escuchado decir que el latín debe seguir siendo un requisito en nuestra universidad porque en las universidades prestigiosas del mundo también lo es. Pero el prestigio no creo que sea ya una categoría propia de tiempos de crisis y precariedad como los que enfrentamos. Sin embargo, en su lugar, sensatez y sinceridad parecerían ser valores más apropiados para sopesar la indispensabilidad de la enseñanza y el aprendizaje del latín en estos tiempos que atravesamos —que para nada son nuestro Siglo de Oro— en que en la mayoría de los casos el latín vendría a ser un lujo, entiéndase algo innecesario. Así, en honor a la verdad, a la sensatez y a la sinceridad —valores altamente favorecidos y promulgados por tantos insignes poetas, oradores, filósofos griegos y latinos— me tomo la libertad de dar mi opinión sincera sobre esto, además de compartir más adelante con ustedes algunas máximas o sentencias latinas al respecto. Porque aunque escéptica, no dejo de ser una académica o una intelectual. 

Máximas latinas:

Ridentem dicere verum quid vetat?

“¿Qué nos impide decir la verdad riendo?” (Horacio, Sátiras 1, 1, 24)

Obsequium amicos, veritas odium parit.

“La complacencia engendra amigos; la verdad, odio.” (Terencio, Andria 68)

Pessimum inimicorum genus, laudantes.

“Los aduladores, la peor clase de enemigos.” (Tácito, Agrícola 41, 2)

Nescire quaedam magna pars sapientiae est.

“Ignorar ciertas cosas es una gran parte de la sabiduría.” (Hugo de Groof, Epigramas)

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