INSURRECCIÓN DEL 1950

[La actividad de Albizu] en la segunda época, entre 1947-1954, exactamente cuando Estados Unidos ha escalado las cumbres atómicas de su poderío —produce dos hechos en cuya hondura no se ha penetrado, públicamente, por lo menos. Ya están lo bastante distantes para un examen sereno y para producirles una esclarecedora hermenéutica. El 10 de diciembre de 1947, en el curso de una entrevista sostenida en el Hotel Normandie, entre Albizu Campos y este conferenciante, comentando las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, Albizu Campos dijo: —“Truman convirtió el prejuicio racial en genocidio, al bombardear Hiroshima y Nagasaki. Pero en un ricoché político, eso los obligará a la admisión del Hawaii a la estadidad.” Pregunté inmediatamente si Puerto Rico sería afectado. Su contestación fue la siguiente: “No creo que cometan la torpeza de anexarse a Puerto Rico. Pero habrá que recordarles que Puerto Rico es una nación, que no es asimilable. Y habrá que recordárselo no con hechos más o menos individuales, sino de una manera más general”.

A la luz de esa palabras se esclarece el sentido de la insurrección del 30 de octubre de 1950. La insurrección de 1950 recuerda a Estados Unidos que Puerto Rico es una nación, que no es asimilable una nación que por la mano de sus hijos que la sienten más intensamente tirotea al imperialismo desde Jayuya hasta Wáshington.

ATAQUE AL CONGRESO

El otro hecho es el tiroteo a la Cámara de Representantes del Congreso Federal el 1ro de marzo de 1954. Se escoge la Cámara de Representantes porque es ahí que se origina la Ley de Servicio Selectivo que obliga a los puertorriqueños a rendir tributo de sangre al imperialismo. Y he aquí un hecho en que la actividad necesaria e inconsciente del avatar histórico va más allá de la actividad deliberada y consciente de sus protagonistas. Cuando se produce este ataque el entonces procurador General de Estados Unidos, Mr. Brownell, lo califica, humeantes aún las pistolas, como “un llamamiento a la rebelión en Estados Unidos”. El mediocre funcionario norteamericano, en uno de esos momentos de inspiración que produce la alta tensión emocional de los hechos armados, vio el sentido profundo de lo que acababa de ocurrir.

No estuvo en la mente de sus protagonistas. Pero aquel importante caso sobre la ley de integración racial, que dormía hipnóticamente en las gavetas de la Suprema Corte en Wáshington, fue prontamente sacudido de su polvo y el fallo se produjo. Me parece evidente (lo es para mí, sin duda), que el grave ejemplo de los atacantes puertorriqueños se temió encontrara emulación en las salvajemente oprimidas masas negras norteamericanas, y que la vacilación del estado federal atrajese sobre la capital un oleaje terrorista negro. Con el fallo, se lanzó sobre las autoridades provinciales (llamadas estatales) la responsabilidad de retrasar el desarrollo del movimiento negro en Estados Unidos. Y además se le debilitaba dividiendo su atención en los objetivos provinciales sobre los cuales se lanzaba la responsabilidad.

Ya concluyo. Pero molestaré todavía vuestra paciencia con dos palabras finales. Más promisor aun para el futuro de Hostos y Albizu es saber, como lo sabemos nosotros, que el imperialismo condenado por Hostos y combatido por Albizu, estaba ya sentenciado a muerte en su misma naturaleza. Fase final del capitalismo en putrefacción se hundirá en un verdadero e inevitable gutterdammerung, arrastrando en su naufragio todo el caduco sistema colonial. Las personalidades insignes que formen el cuadro dirigente que en ese proceso independizará a Puerto Rico no son aún identificables. Pero en ellas estarán vivos Hostos y Albizu Campos. Porque Hostos opinó que la lucha por la independencia de un pueblo debe ser dirigida por las ideas más avanzadas de la época en que tal lucha se produzca.

Y Albizu juzgó la lucha por la independencia de Puerto Rico como parte de la guerra total contra el imperialismo.

—“Otra vez la patria se me escapa de las manos…” —dice en su última angustia el sociólogo militante—.

—“Antes que quitarnos la patria tienen que quitarnos la vida”—concluye el jurista armado.

Juan Antonio Corretjer

Conferencia en el Ateneo Puertorriqueño, el 11 de enero de 1965. En Re: Albizu, Ciales, Casa Corretjer, 2014.

Artículo anteriorChile: Una revuelta popular desde abajo para parir un nuevo ciclo
Artículo siguienteProtegen a Radio Universidad al son del bolero