Será Ora Cosa: Interiores

 

Especial para En Rojo

Hoy me quedé en la casa con mis cosas.

Las paredes revelaron la crudeza del año.

-Amanda Hernández

 

  1. Ahora que el tacto y la cercanía son ocasiones propicias para el contagio, dos índices variables de riesgo y culpa, una parte significativa de nuestra experiencia transcurre adentro. Si hace apenas unos meses, la casa figuraba como un personaje de segundo orden, un extra en la comedia improvisada de nuestras rutinas, ahora, la casa protagoniza. Ya no vivimos en una casa, sencillamente. Vemos, olfateamos, oímos, inventamos la vida al otro lado, a través de ella. ¿Qué hace la casa cuando prestamos atención? ¿Qué mirada se arroja al mundo cuando la vivencia se da desde el marco de una puerta, un balcón, una ventana o una azotea?
  2. Anne Carson dijo alguna vez: “si la prosa es una casa, la poesía es alguien en llamas corriendo a través de ella”. Su comentario me recuerda (visualmente al menos) a una obra de Vija Celmins, House #2(1965). Una casa cualquiera, en un lugar indeterminado, refleja en su parte exterior imágenes de un cielo yuxtapuesto a una guerra. La prosa es la casa, con puertas y ventanas firmes, segura en su estructura y su lugar en el mapa, apartado de la contienda. La poesía es el encuentro de la casa con aquello que está afuera, con la historia que la casa no alcanza a ver, y la consume.

3.Mucho antes de conocer la poesía de Marigloria Palma, conocí su casa. Lo único que la diferenciaba de las demás casas en la calle Luna era una placa de piedra. ¿Quiénes eran Alfred Stern y Marigloria Palma? Sus nombres no sonaban a nada. La placa, ese letrero glorificado en la pared, tampoco entraba en detalles. No sería hasta mucho después que descubriría que la casa de Palma era más que un lugar inerte. El pasillo, la puerta, el reloj, el teléfono, los domingos, las reinitas, el balcón, el estrépito del borracho en la calle, la mantilla de la madre, todo en ella vibraba.

4.

Carne guisada. 

Los rezos de mi madre:

¡Oh Dios Crucificado!”

Así abre el primer poema de Versos de cada día (1980) de Marigloria Palma. Es una lista, algunos apuntes sobre los sucesos del día, según se desarrollan, en orden de aparición. La casa no se nombra todavía, pero se sugiere. Es el escenario de un guiso y un rezo. No es usual que un poema comience con una referencia culinaria, como la “carne guisada”. Un guiso no es folklórico del mismo modo que el plátano, el aguacate, el guineo, el coco, el mangó, todos productos protagónicos en nuestras estampas costumbristas. Pero el retrato de Palma es distinto. La personalidad de la casa, su prosa, queda resumida en la disonancia del guiso (imaginemos su olor propagándose por toda la casa hasta alcanzar la calle) y la interjección de la madre (a quien presumimos católica, apostólica y romana). La olla expide, la madre suspira y Palma toma nota.

  1. Palma escribe como si nunca saliera. Su compañía son los objetos de la casa, y su actitud frente a la vida (al menos a esa Vida en mayúsculas que progresa en la calle) tiende al voyerismo. En lo que respecta al mundo exterior, Palma a duras penas se asoma.  Juzga, eso sí, pero no interviene. En contraste, sobre lo pequeño, Palma se arroja a su observación, como si comprendiera que allí también se acumula el polvo y, por tanto, su porción de historia. Pienso en la estrofa que le sigue al poema de la carne guisada:

Sangre en oriente,

Napalm y bombas.

Los niños masacrados; 

las naranjas de sangre. 

Lo grande y remoto se proyecta al interior de la casa. Vietnam se transporta a la calle Luna, y es del tamaño de una naranja de sangre. Es como si mirar la fruta fuera recordar el color de la guerra cuando el fuego se mezcla con la sangre: naranja. Después de esta lista, la voz poética divaga, se distrae con los ruidos de afuera, como para no calcular cuántos morían, mientras se cocía el guiso.

  1. Algunas cosas que caprichosamente reconstruí sobre Palma después de leer Versos de cada día. Sé que prefería hablar del reloj, de la persistencia de la aguja, en lugar del “tiempo” en abstracto. Sé que el tufo del mar llegaba hasta su balcón, donde se podían observar los cruceros anclando y escupiendo turistas. Sé que tenía una batita de casa decorada con fresas. Sé que escribía como para no asustar el momento, como para retener la bandada de reinitas al lado de su puerta. Que probablemente luchaba en contra del sueño, por miedo a que las cosas, sin ella, dejasen de existir:

El reloj cabecea. 

Me figuro que es un insecto cansado.

¿O soy yo que me quedo dormida 

y que voy destruyendo con mi ausencia las cosas; 

disolviendo la pared con mis párpados?

  1. A veces, si no nos fijamos, las casas dejan de existir. La casa de Henry Klumb, por ejemplo, desapareció hace unos días. Cuando el fuego se hermana al olvido, las cosas perecen. Si las ruinas de una casa invitan a una reflexión del pasado, ¿qué se puede reconstruir de las cenizas? Donde antes hubo una casa, habría que pararse y pensar el país. La historia tiene una vida interior del mismo modo que la prosa tiene a la poesía: en reciprocidad.

 

Artículo anteriorLa Mascarada Suprema
Artículo siguienteUn sistema corrupto de arriba a bajo