Interrogaciones después del verano caliente

Especial para CLARIDAD

Si la movilización inmensa del pasado verano es la mayor que se ha visto en la historia de Puerto Rico, entonces queda sobre la mesa una pregunta inevitable: ¿qué impacto tendrá un acontecimiento de esa magnitud en el proceso electoral? Las encuestas realizadas durante el mes de octubre de este año difícilmente dan cuenta del alcance que tuvo y tendrá el proceso del verano. Por consiguiente, en lugar de hacer vaticinios en un terreno novedoso y desconocido, resulta más interesante una actitud de interrogación, con la capacidad de observar tendencias que no siempre se expresan de forma lineal, visibles, sino que pueden abrirse paso mediante aparentes retrocesos.
¿Quién hubiera pensado, por ejemplo, que los sectores más golpeados por la política de austeridad, encabezados ayer por los dos partidos de gobierno y hoy por la Junta de Control Fiscal, cientos de miles de personas se pudiesen levantar con tanta energía y creatividad para imponer la renuncia del gobernador? No es una casualidad que ese poderoso estigma haya recaído sobre el Partido Nuevo Progresista debido a que ese partido ha sido el más agresivamente neoliberal y el más cruento en la política de austeridad. A este partido le corresponden tres momentos que precedieron al verano pasado con el carácter de haberse convertido en cimas de las movilizaciones masivas en nuestra historia: la huelga del pueblo en julio de 1998, la gigantesca marcha a favor de la expulsión de la marina de guerra estadounidense de Vieques al comenzar el milenio, y la movilización contra la Ley 7 el 15 de octubre de 2009. Los tres acontecimientos estuvieron aguijoneados por la política de privatizaciones, de desmantelamiento de los derechos laborales y por medidas de austeridad. Pero, sobre todo, los tres acontecimientos respondieron a la política clasista agresiva de un partido que dice defender la conversión de Puerto Rico en un estado de los Estados Unidos.
No se trata de poca cosa. Una contradicción salta a la vista. Para intentar entenderla es necesario considerar otro aspecto clave del escenario. El PNP ha logrado, con la ayuda decisiva de una renovada agresividad colonizadora de las autoridades federales, desmantelar el estado Libre Asociado. En gran medida ha podido hacerlo porque el Partido Popular Democrático (PPD) se ha desplazado hacia su política neoliberal y se ha convertido en su socio menor. El resultado ha sido la transformación del autonomismo en un partido conservador completamente alejado de cualquier reivindicación nacional y absorbido por una política clasista subordinada a una claque financiera. Tanto el PNP como el PPD han convertido la política en una estructura compartida de cabilderos y contratista que operan en la crisis enriqueciéndose en la medida que grandes sectores del país se empobrecen.
Ninguno de los gobernadores del PPD – Sila Calderón, Aníbal Acevedo Vilá y Alejandro García Padilla – buscaron alternativas a la política neoliberal de privatizaciones, contra-reforma laboral y medidas de austeridad. Mucho menos fueron capaces de articular un nuevo proyecto económico después que el PNP logró la eliminación de la Sección 936. Se contentaron y se conformaron con la misma política de dimensión global defendida por los llamados estadistas. Por consiguiente, abonaron el desmantelamiento del ELA, se acoplaron a la política de claque que adelantó el PNP, y se convirtieron en socios menores de una crisis nunca antes vivida en Puerto Rico.
Una vez entendemos la liquidación histórica del llamado autonomismo, puede formularse la contradicción mencionada. ¿Cómo es posible que exista la percepción de que la estadidad goza hoy día de una preferencia mayoritaria en nuestra población? Supongamos que no se trata de una falsedad. ¿Cómo puede entenderse tal cosa? ¿No han sido las grandes movilizaciones históricas una reacción contra la política neoliberal de privatizaciones y austeridad principalmente promovidas por el PNP? ¿Cómo es posible que el pueblo se levante masivamente contra un partido cuya ideología se presenta apoyada por una mayoría? ¿Contra quién se expresa, entonces, tal mayoría?
No podemos olvidar que la mencionada mayoría podría se una construcción estrictamente electoral. Si se mide en ese terreno, su explicación no resulta tan extraña porque compite allí contra un partido históricamente desmantelado y desacreditado por las propias autoridades coloniales. El PPD sencillamente es un muñeco roto. Frente a un partido desvencijado y sin prestigio, debido a su asociación política con el PNP, la supuesta mayoría electoral de la estadidad puede resultar un espejismo provocado por la reverberación de un vacío. Si se observan las últimas encuestas, hay algo repetido en ellas muy significativo: la estadidad, medida electoralmente, se encuentra completamente estancada. ¿Cómo es posible que al desbancarse el ELA, con el PPD en un crisis parecida a una liquidación, la estadidad no haya crecido sustancialmente?
La contestación a esta pregunta debe orientarnos hacia una comprensión histórica del significado de las grandes movilizaciones sociales contra el neoliberalismo propio del bipartidismo. Existe evidentemente un vacío político en Puerto Rico. No es fácil saber cómo se llenará. Sin embargo, no hay duda sobre la profunda crisis de los dos partidos de gobierno. Basta pensar en varias cosas para hacer un perfil de la crisis del PNP: 1) no pudo mover a nadie para celebrar los cien años de la ciudadanía estadounidense; 2) tampoco pudo movilizar su base para celebrar los cincuenta años de su existencia. Además, si se considera la pérdida evidente de más de 350,000 mil votos entre la victoria de Luis Fortuño en 2008 y la de Ricardo Rosselló en 2016, el deterioro es evidente. El pasado 25 de julio no pudieron ni celebrar el natalicio de Barbosa y las elecciones especiales recientes pusieron al descubierto una incapacidad evidente para movilizar un supuesto corazón del rollo que se ha ido extinguiendo.
Si se considera el mar de banderas puertorriqueñas que ondearon en las calles durante las protestas del verano, en contraste con la vergonzosa marcha en defensa de la estadidad, con unas cientos de banderas estadounidenses, puede visualizarse la profunda contradicción que hemos señalado. A esto puede añadirse algo que raya en el escándalo: la nominación de Pedro Pierluisi a la gobernación por parte del PNP con el apoyo de la mayoría del liderato. Un abogado y cabildero de la JCF, en el momento en que esta Junta está en su mayor desprestigio ante la opinión pública, se convierte en candidato del PNP. Lo acompaña en la papeleta una comisionada residente que apoya a Donald Trump, el presidente más desprestigiado en nuestra historia. ¿Parece creíble un escenario como este? Se explica que Díaz Olivo se sienta con la autoridad para pedirle a Wanda Vázquez que no corra para la gobernación. Pretende con este llamado desesperado esconder lo visible: la podredumbre completamente expuesta del PNP que no resiste ya unas primarias. En el espejo de esa podredumbre los llamados estadistas quisieran ver el rostro de Bhatia como la oposición. Se sentirían cómodos y mejor acompañados.

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