Jaime en el recuerdo

 

Por Jaime Benítez Martínez

Para sus amigos

 

Conocí a Jaime a través de Carlos Gallisá allá para 1964. Yo estaba buscando trabajo, y después de varias conversaciones me indicó que si me interesaba, él creía tener una oportunidad para mí en la agencia internacional que presidía, Lennen and Newell. Inicialmente no fue posible y conseguí trabajo en otra agencia de publicidad, pero mantuve la comunicación con Jaime casi diariamente. Nos unía el interés por el baseball, la música, el trago y la discusión sobre Puerto Rico. Jaime no era un presidente cualquiera, era un ejecutivo excepcional que odiaba lo que hacía. Nunca, y nunca es nunca, utilizó un minuto de su tiempo libre para compartir con sus clientes, adelantar el negocio o incentivar a sus empleados. Tal como él mismo lo expresó en la Introducción de su libro  Partiré Canturreando:

Arbitraria y superficialmente dividí la humanidad en dos: Los terrestres, las laboriosas insoportables hormigas que se pasan la vida preparándose para el futuro y los otros, aquellos que no quieren bajarse de la alfombra mágica, los fracasados que esperan la aplanadora con un vaso en la mano, los que se mueren por un atardecer en altamar, los que se conforman con poder «partir canturreando», los que saben que todos estaremos «protegidos por el olvido», como dijo el poeta.

Jaime tenía una  gran capacidad para excluir de su mundo privado a ostentosos, aburridos, negociantes, manipuladores, gente calculadora, inversionistas de amistades y todo aquel que no despertara su entusiasmo hacia lo que a él le interesaba, que incluía, después del baseball: la música, la literatura, la poesía y la independencia de Puerto Rico. Todo mirado desde un incisivo sentido de humor e ironía. No me puedo olvidar de una noche en el bar del Colegio de Abogados cuando de momento me dice «No mires y vámonos». Acababa de llegar borracho un fanfarrón abogado apodado «El Pinto», El Pinto Miranda. Con su bandera americana en la solapa, el Pinto irrumpía en las mesas a debatir de lo que fuera. Era uno de los dueños de los Senadores de San Juan, no sabía mucho de pelota, pero le gustaba decir disparates que a Jaime le molestaban sobremanera.

Jaime tenía gran agudeza para detectar conductas sospechosas. Conversamos sobre la clásica despedida de duelo de Balaguer al «Estadista dominicano», una joya…  Cortesano de palacio por propia definición, tan adulón como los locales que tienen menos verbo pero igual malicia.

Uno o dos años después, Jaime retomó la  invitación y me fui a trabajar con él a Lennen and Newell. Tanto le molestaba el ambiente publicitario a Jaime que ya el martes o miércoles me llamaba para decirme » Vamos a beber hoy, pa’ salir de eso». Casi siempre empezábamos en el Colegio de Abogados. Si Carlos se unía, después era para el Viejo San Juan, si no, la mayoría de las veces era para » El Bohemio», un bar de dominicanos en los bajos de Caribbean Towers en Miramar. Cuando llegábamos la bartenderle decía al pianista: llegaron Jaime y Jaimito y nos recibían con Take me out to the ballgame. Jaime cultivó al pianista quien tocaba todo lo que él pedía, canciones que solo ellos dos conocían. Siempre quería escuchar Tristeza marina. Y precisamente el otro día cuando hablamos me dijo que Néstor Duprey se la cantó a capella bien entonada. En los recesos  del pianista, me hacía cargo de la vellonera y Jaime tenía que soportar en todas y cada una de las tres selecciones, a mi cantante preferido, Rolando Laserie cantando Las Cuarenta.

Me fui de Puerto Rico a finales de los ochenta y nos desconectamos por treinta años. En un Festival de Claridad, mi hija Edna le pidió que me dedicara una copia de su poemario, El Orfebre Demente. Me escribió: A mi querido amigo Jaime, ¿Cuándo vamos a tomarnos unas cervezas en El Bohemio? Allí está Toño Umpierre y también Gango Romaní. Siempre fue mejor sitio que el Colegio de Abogados. Llama para conversar un rato. Como siempre, Jaime

 A partir de ahí surgió nuestro reencuentro vía telefónica que incluye un repaso de las viejas amistades, casi todos idos. Especulamos con entusiasmo sobre las peripecias a las que se enfrentaría Carlos Beltrán dirigiendo a los Mets en Nueva York (los Mets de Jaime) y cuál sería la suerte de Alex Cora con mis Medias Rojas de Boston; pero no pudo ser. A Jaime le interesaban los personajes secundarios en todos los campos, en nuestras conversaciones mencionamos a los peloteros Félix Mantilla, Arturito Miranda, Valmy Thomas, Pepe Lucas; del hipismo recordamos al Capitán Moraza, quien pasó de ser el dueño de caballos más importante en Puerto Rico a guardia de seguridad en El Comandante; en la política a Luis Laboy, Monagas, Buitrago, Pucho Marzán, entre tantos. En una de nuestras conversaciones la pegué cuando le mencioné el título de la columna a la que él se refería, sin mencionarlo, en una entrevista que le hicieron donde subrayó el trato cordial y de apoyo que recibió siempre de Juan Mari Bras. Hablaba de la época cuando Juan era el director de Claridad, y que solo le había criticado una vez. “Mariano Marea» era título, le dije. Claro, Juan estaba muy ocupado para oír a Mariano Artau una tarde de carreras y por la noche transmitiendo los juegos de pelota de los Vaqueros de Bayamón, pero Jaime y yo que sí lo oíamos y sabíamos que Mariano, mareaba. Coincidimos desde el primer día de Wanda en que después que probara los tostones de pana en la Fortaleza, buscaría la reelección. Y así fue. Intercambiamos libros y todas las semanas hablábamos riéndonos a carcajadas de circunstancias pasadas y presentes.

El sábado 7 de marzo Jaime me llamó como a las 5:00 de la tarde.En esa llamada coordinamos varias actividades, me había enviado unas copias de Partiré canturreandopara lectura de los estudiantes presos en el proyecto de estudios que mi hija Edna coordina desde la Universidad. Se había comprometido a darles una conferencia  sobre su libro a los presos y a los estudiantes del Recinto. Planeamos una entrevista para Claridaddonde íbamos a discutir la vida de Pantalones Santiago, con quien trabajé por muchos años. Me indicó que me iba a mandar unas preguntas para que le diera mi opinión y añadiera otras para él evaluarlas, ya que planeaba hacerle una entrevista a Juan Dalmau durante el verano. Me comentó que tenía una buena opinión de Dalmau y quería ver cómo reaccionaba a un fogueo.

 

Esa tarde fue la última vez que hablamos. Su llamada entró mientras yo escuchaba: “La playa de Vega Baja y la Mar Chiquita, un rinconcito de ensoñación…”,  la carta de presentación del Trío Vegabajeño y uno de los temas favoritos de Jaime. Y así, como siempre, entre tragos, tertulia y buena música, fue nuestra despedida.

 

 

Jaime Benítez Martínez

Nueva York, 1 abril 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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