La chulería de la ternura contra los Chulos de la pobreza

 

Nota: Leí este texto el 5 de octubre de 2021 en ocasión de la presentación virtual del libro Chulos de la pobreza y otras crónicas, de mi compañera columnista de la sección Será otra cosa de Claridad, Rima Brusi Gil de Lamadrid.

Lo que los mandamases hacen con Puerto Rico vuelve casi imposible mirar el entorno –y mirarnos nosotras– con ternura. A fuerza de sobrevivir aquí, a ras de piel se nos asoma primero, y a diario, la rabia, la pena, el pánico, la extenuación, todas emociones que, al desatarse, se sienten absolutas, secuestradoras de todo aliento. La ternura, por el contrario, se experimenta apocadita; se acomoda dondequiera; le cabe a una en el bolsillo de una sonrisa. Tiene el tamaño y la textura de una barriguita de gata, de una farina caliente y blanda, de un caracolito escogido especialmente para ti, o de una caricia con las yemas de los dedos. Las más de las veces irrumpe casi de sorpresa, y lejos de encadenarte el cuerpo, tiene el efecto neto de abrirlo, de disponerlo a recibir y a dar. Y todo, de buenas a primeras, adquiere otro cariz. La ternura, como la generosidad, da ganas de seguir. De vivir. En una palabra, es una inigualable chulería que, bien pulida y mejor empuñada, arrasa con los colmillos de cualquier chulo de la pobreza (poverty pimp).

Desde Mi tecato favorito hasta Chulos de la pobreza, Rima Brusi Gil de Lamadrid ha producido una biblioteca de ternuras sobre y para Puerto Rico en forma de textos que a veces podríamos llamar crónicas, otras, ensayos personales, y aun otras, género desconocido del parpadeo. Tras el largo entrenamiento que cargo en hábitos de lectura detenida, podría aventurar algunas ideas sobre cómo ha logrado Rima semejante hazaña por medio de su manejo del lenguaje y su trato cercano, casi como un susurro, de sus lectoras. Mas hoy, mientras celebramos este libro, ilustrado de manera igualmente tierna y hermosa por los trazos contundentemente sutiles de Zuleira Soto Román y publicado este año de 2021 por Editora Educación Emergente, no me interesa tanto analizar el texto como invitarnos a dejarnos acontecer por sus efectos somáticos y afectivos, que son también, sépase, políticos. Porque al igual que Zuleira con imágenes, Rima logra con palabras politizar la ternura y enternecer la política sin hablar de cositas fácilmente tiernas, como gatitos, perritos, platos de farina, ni caracoles escogidos especialmente para ti. La voz encuerpada de la cronista se abalanza a los corazones de nuestro dolor de país vuelto vagón, de nuestro desgarro tanto feral como doméstico, de nuestra contemporaneidad pandéudica, de nuestra quiebra, en todos los sentidos de esa palabra. En el medio del sangrado, ese cuerpo generoso que escribe, bucea y hurga hasta encontrar el otro lado de la carne abierta y, sin chaleco salvavidas, tanque de oxígeno ni maquinaria de remolque que no sean su compromiso con otras miradas, otras palabras, otras formas de percepción conceptual y sensorial, acaricia el promontorio avistado, y halándolo, ay, con tanto cuidado, logra hacerlo acercarse al primero, aquel desde donde la cronista se lanzó al vacío, suturando así el abismo sin hacer desaparecer la evidencia de la herida. Algo así, supongo, es el amor. Y el amor de este libro por nuestro país –que, por otra parte, ha recibido tanto y tan indecible maltrato– es tan contundente como la mar que lo rodea.

Si algo queda claro tras la lectura de esta colección es que la pobreza y su perpetuación son buen negocio para los amos del capital y la colonia, es decir, para los chulos (en el sentido de pimps). Esos últimos son los únicos por los que este libro no siente ternura, pues ansían y requieren la pobreza para que la maquinaria del “sistema” que les beneficia siga su mortal curso. Podríamos hablar así de una política chula de la pobreza, fomentada y reproducida por los críptidos de ayer y de hoy, pero también por todes nosotres cada vez que, detenidas en el semáforo, lanzamos una mirada prepotente –aun si apenada, caritativa, filantrópica– hacia el caserío, o hacia quien pide junto a nuestra ventanilla. En contraste, acercarnos a la pobreza con justicia requiere comprometernos a mirar desde la ternura política y la politizada ternura que las crónicas de Rima modelan.

Este libro nos conmina a asumir la obligación –en palabra y acto, en narración y en revolución– de desmentir a toda hora la generalizada ideología de que la pobreza es una condición inamovible de la naturaleza, de la genética, de la piel, del entorno… Chulos de la pobreza también nos muestra la urgencia de darle carne y corazón, hueso y sudor –esto es, estatuto de existencia digna como todas– a una cada vez más abultada mayoría en nuestro país (según el último dato que investigué, ronda el 52% la cifra de nuestra población que vive bajo el nivel de pobreza). Hacerlo aquí, en Puerto Rico, es absolutamente esencial y radicalmente contestatario, pues la historia “moderna” de nuestro archipiélago se ha fundamentado en la colosal fantasmagoría de la negación de la pobreza, de privar de estatuto de existencia digna a las personas y linajes familiares que el sistema empobrece por diseño, ya que nuestro “progreso” de embuste nos “eximió,” supuestamente, de la miseria de “las islitas” y “las repúblicas”…

La escritura, como tan bien demuestra este libro, puede ser-hacer-devenir emociones, sensaciones, convicciones otras. Entreguemos a ella nuestros cuerpos y dejémosla, en el caso del libro que celebramos hoy, hacer con nosotras su tierna política y su politizada ternura. A ello les provoco ahora con sólo una muestra de Chulos de la pobreza, en forma del texto –corazón del libro y del país, a mi juicio– “Comida para los pobres” (pp. 113-114):

***

Anoche se llevaron arrestado a Giovanni Roberto. Su crimen es predicar, con la ayuda de una tumbacocos, la descabellada idea de que los pobres merecen seguridad alimentaria.

En plena crisis de COVID-19, lo han metido en una celda a pasar la noche. Desde allí, canta. Yo lo que quiero/es comida pá los pobres.

Pobreza es exclusión, exclusión hasta de la ilusión (la que nos quede) de democracia. Es el reclutamiento del ejército, que parece ser el espacio que queda disponible de eso que mientan equal opportunity. O el de las iglesias: están las que prometen salvación y otro mundo y las que te cobran diezmo, pero a cambio te garantizan el trato preferencial de un dios caprichoso, comunidad y renacimiento instantáneos y un club de libros, digo, libro, en singular, pero gratuito y suficiente.

Es humillación, marginación. Condena a mirar de lejos (pero de cerca, porque no te las sacan de la cara) imágenes de riqueza y exceso. Dicen los defensores de la abundancia obscena del “punto uno porciento” que mirar la riqueza ajena motiva a los pobres a progresar. De ahí que los nombres “20” y “22” ya no evoquen paradas en Santurce, sino leyes, invitaciones generosas a quedarse en (¿con?) nuestras islas, comunidades amuralladas con escuelas, playas, parques, seguridad y hasta hospitales. Pero mirar constantemente la riqueza de los de arriba, cuando no existen las estructuras para llegar allí, lo que hace es conjurar los demonios de la frustración y la desesperanza.

Son las paredes de la deuda impagable, cerrándose a tu alrededor. Como en aquella escena en Star Wars, ¿la recuerdan? Tres protagonistas atrapados en un basurero intentan escapar de la muerte (los verdugos de la película son los representantes del “Imperio”, por cierto, pero ése es otro tema) mientras las paredes los van apretando, las aguas van creciendo y unos culebrones gigantes se les van acercando.

Es el miedo a que te arresten por robarte dos latas de café. A que te nieguen comida, techo, sanitizer y dignidad, mientras te llenan esa mochila sin fondo con “es responsabilidad de los padres”, “quédate en tu casa”, “lávate las manos”, “dios mediante” y “resiliencia”.

A que el COVID te enferme o mate con mayor frecuencia, mientras los que mandan nos engañan y regañan. “El virus no discrimina”. “La gente no está cooperando”. “Hay que abrir la economía a toda costa”. Unjú.

“Abrir la economía”. Los que se benefician de esa apertura no son los que tienen que poner y arriesgar el cuerpo para lograrla. A mí en la escuela me dijeron que la economía tenía que ver con el uso y distribución de recursos para satisfacer necesidades humanas. ¿Cómo es que Walmart “necesita” y los pobres no?

De arriba un grito: ¡Abrir la economía! De abajo, una canción: Yo lo que quiero/es comida pá los pobres.

 

 

 

 

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