La declaración de Carmen Yulín en Harvard

Por Manuel de J. González/CLARIDAD

“Soy una nacional puertorriqueña… Puerto Rio es mi Nación.” Esta frase, sobre todo cuando se pronuncia en Estados Unidos, es muy importante. La dijo hace unos días la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, hablando en la Universidad de Harvard y aunque la prensa no reseñó las reacciones del público, la intención que contiene no debió pasar inadvertida. No es lo mismo, advierte la frase, hablar de “ciudadanos americanos residentes en Puerto Rico” que de “nacionales puertorriqueños” y en estos momentos es importante remachar esa diferencia en Estados Unidos. 

Luego que nos aplastara el huracán María, Puerto Rico perdió un poco de la invisibilidad a la que históricamente nos ha condenado el colonialismo. Antes del huracán sólo el tema de la “deuda pública impagable” se comentaba en ciertos medios, mayormente escritos y, cuando cubrían la noticia, después del nombre nos endilgaban el apellido de “territorio de Estados Unidos”. Supongo que alguna gente pensaría que Puerto Rico es simplemente un páramo desierto. 

El huracán y su devastación hizo que llamáramos la atención, tanto de los medios principales como de grupos o individuos de mentalidad liberal, mayormente identificados con el Partido Demócrata. Entonces, además de ser un “territorio” de Estados Unidos pasamos a ser un lugar “donde residen más de tres millones de ciudadanos americanos”. Cuando algún grupo quería dramatizar la urgencia de la ayuda enfatizaba en lo de los “ciudadanos americanos” que residen en la isla azotada. Esos grupos, casi todos de la mejor buena fe, insistían en que prácticamente no había diferencia entre los tres millones de ciudadanos que viven en Iowa y el grupo que, similar en número, habita la isla caribeña llamada Puerto Rico. 

La manida frase terminó reforzando la estrategia que los anexionistas puertorriqueños vienen desarrollando desde los años ’90, diseñada por el entonces gobernador Pedro Rosselló. A diferencia de los tiempos de Luis Ferré y Romero Barceló, cuando los anexionistas limitaban sus esfuerzos a figuras y grupos dirigentes en la presidencia y el Congreso – que periódicamente y a cambio de jugosas aportaciones para las campañas electorales presentaban algún proyecto de ley para conceder la estadidad (como el que Gerard Ford presentó cuando ya dejaba la presidencia)– la nueva estrategia buscaba apoyo entre grupos liberales y académicos presentando el dilema puertorriqueño como un asunto de derechos civiles. Sin dejar de pretender el favor de presidentes y congresistas, que siguen cortejando a fuerza de aportaciones económicas, el discurso se concentra desde entones en el tema de la “igualdad” y en la negación de derechos a los “ciudadanos americanos” que viven en Puerto Rico. El ya un poco olvidado “plan Tennessee” y la llamada “comisión de igualdad” que crearon mediante legislación, son algunos de los elementos más recientes de esa estrategia. 

El discurso que se puso de moda después del huracán le hizo coro a los anexionistas. Los grupos que de buena fue querían presionar al gobierno estadounidense para que auxiliara a Puerto Rico repetían ad nausean que millones de “ciudadanos americanos” estaban siendo olvidados. La actitud de Donald Trump –que sacaba a flote el desprecio y el racismo no contra los “ciudadanos americanos” de aquí, sino contra los puertorriqueños– avivó el uso de la frase entre los sectores más progresistas que combaten al troglodita de la Casa Blanca. 

Desde hace tiempo vengo insistiendo –desde CLARIDAD y otros foros– en la necesidad de enfrentar la estrategia de los anexionistas quienes, ante el descalabro del Partido Popular y la desorganización del independentismo, han estado despachándose prácticamente solos en Estados Unidos. La única manera de enfrentarlo es educando a los estadounidenses –a los medios, grupos organizados y sectores académicos– en torno a la verdadera realidad de Puerto Rico. Los puertorriqueños tenemos su ciudadanía porque así lo dispuso su Congreso hace más de un siglo, pero aquí no vive un bonche de “ciudadanos”, disperso o compacto, sino un pueblo que porta una nacionalidad y personalidad propia. Esos tres millones de ciudadanos son nacionales de un país que a lo largo de más de cinco siglos de historia ha desarrollado a golpes de martillo su propia cultura, la que promueve y defiende. Somos iguales a los estadounidenses y a cualquier ciudadano de otro país porque tenemos y reclamamos los mismos derechos, pero también somos diferentes. Cualquier solidaridad es bienvenida siempre y cuando se respete nuestra particularidad nacional e histórica. 

Está muy bien que quieran ayudarnos y debemos estar agradecidos. También es importante que sigan denunciando el racismo y el desprecio que emana desde la Casa Blanca, pero reconociendo que ese racismo y desprecio se manifiesta precisamente porque somos diferentes, porque constituimos un pueblo caribeño con cultura y leguaje propio. La mejor forma de defendernos no es pretendiendo que somos un grupo de ciudadanos similar al que habita en Iowa, porque esa pretensión es falsa. Si de verdad lo fuéramos el racismo trumpista no estaría corriendo a raudales. Se nos defiende reconociendo lo que somos. Así también el racismo de Trump queda demostrado con mayor nitidez. 

Esa es también la mejor forma de derrotar la estrategia anexionista, que pretende meternos dentro del “melting pot” estadounidense dándole la espalda a la historia. Por eso fue muy pertinente la declaración que hizo Carmen Yulín Cruz en Harvard. Ella, quien por su valentía ante Trump se ganó la admiración de todos los que lo enfrentan, puede hacer mucho para que se nos conozca como realmente somos y para que, de paso, también reconozcan que cualquier solución al dilema político puertorriqueño tiene que empezar por respetar nuestra particularidad. 

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