La era poshumana del capitalismo

Rafael Rodríguez Cruz

Cada vez es más común, en la filosofía progresista, el referirse al mundo capitalista moderno como la “era poshumana”. Esto, que a primera vista parece un contrasentido, intenta conceptualizar una contradicción real que merece estudiarse. La llegada de la era poshumana, término al cual quizás tendremos que acostumbrarnos, es buena y mala a la vez. Buena, porque significa la eliminación del factor humano en el proceso de trabajo, o sea, el arribo de la automatización plena; mala, porque aún prevalecen en casi todo nuestro planeta las relaciones sociales capitalistas y la cultura del egoísmo.

En el lado positivo, se trata del efecto de la cuarta revolución tecnológica (2008-2019), fundada en la combinación de la robótica con la inteligencia artificial, la informática, microtecnología, virtualización del dinero y la bioagricultura. Expresado en términos simples, esto quiere decir que el músculo y el cerebro humano intervienen cada vez menos en la creación directa de riqueza material. La noción antropológica del ser humano imperante desde que Marx escribió El capital, o sea, la de una especie animal que diseña y emplea instrumentos de trabajo con arreglo a un fin preconcebido, ha sido objetivamente subvertida por la aparición de sistemas combinados de robótica e inteligencia artificial, cuyo potencial de funcionamiento autónomo podría en menos de medio siglo superar al de la raza humana. Por ahí vienen máquinas que diseñarán y fabricarán máquinas que, a su vez, funcionarán autónomamente. Ya hay robots que colaboran de forma espontánea entre sí. Stephen Hawking, en su libro Brief Answers to the Big Questions, plantea que ni el concepto de vida, ni mucho menos el de inteligencia, son ya definitorios únicamente del universo humano. La evolución de la «vida» en el planeta Tierra está vinculada cada vez más a la informática en sus formas progresivamente autónomas. Tanto evoluciona hoy la vida biológica, como la vida electrónica. De hecho, los cambios en el ADN humano, e incluso las alteraciones fundamentales en la evolución biológica del planeta, toman decenas de miles de años; no ocurre así en la tecnología moderna, en la cual las modificaciones ocurren en asunto de meses. La humanidad ha entrado en competencia con las máquinas; aunque, hay que admitir, también avanzan los esfuerzos por desarrollar aplicaciones que fusionen la inteligencia biológica con la digital, mediante la comunicación directa entre el cerebro humano, las computadoras y los robots. Sería aquí, al menos inicialmente, un caso de dos formas de inteligencia independientes colaborando. Habrá, pues, que encontrar en el futuro una manera nueva de conceptualizar, con propósitos antropológicos, la esencia misma de la especie humana.

El problema, para la sobrevivencia del sistema capitalista, es que únicamente el trabajo vivo crea valor y, sin él, no hay ni explotación capitalista ni plusvalía. En los sectores de avanzada tecnología industrial, por ejemplo, el trabajo vivo ya casi no existe; no solo ha caído relativamente, sino también en términos absolutos. En la agricultura de los países avanzados, la ausencia de trabajadores directos es aún mayor. Surge así, ante nuestros ojos, y un poco aterradoramente, lo que el sociólogo español Andrés Piqueras llama “las sociedades de las personas sin valor”. El capital industrial, simplemente, no va a emplear una fuerza de trabajo que no cumple papel alguno en la creación de los valores de uso, base material del valor de cambio. Al capital industrial le deja de interesar la humanidad. Las consecuencias de lo anterior para la ideología moderna son inmensas. Si la gente no hace falta en el proceso productivo, se abre paso, de manera rampante, la completa deshumanización cultural en las sociedades capitalistas.

Valga la aclaración, el impulso acelerado de las economías capitalistas avanzadas al desplazamiento relativo y absoluto del trabajo humano en la producción de mercancías no contradice el hecho de que desde hace más de tres décadas estamos en medio de una crisis económica de alcance mundial. De hecho, es precisamente el estancamiento severo de la economía mundial desde 2008 lo que ha llevado a las grandes industrias a invertir masivamente en nuevas tecnológicas robóticas, como un requisito para mantenerse competitivas. Piqueras insiste en que la izquierda no debería negar lo que ya es obvio: tecnológicamente, el capitalismo no ha dejado de ser una fuerza innovadora. La evolución de la industria de metales primarios en Estados Unidos es un buen ejemplo. Desde 1990 para acá se ha efectuado una caída de 42% en la empleomanía; pero, la producción, medida por su volumen, ha crecido. La explicación de todo esto es el alza increíble en la productividad del trabajo ligada al empleo de robots. En la industria automovilística, el impulso al desplazamiento de los trabajadores manuales es aún mayor. Se estima que para 2026 más del 50% de toda la producción automóviles en Estados Unidos estará robotizada. Lo mismo se vaticina para China y Japón. De hecho, la colaboración entre seres humanos en el taller de trabajo está siendo desplazada, particularmente en Asia, por la colaboración entre robots «inteligentes» que aprenden unos de otros y también de los seres humanos. Son “máquinas”, para usar un término quizás ya no políticamente correcto, que observan, captan y luego ejecutan operaciones previamente realizadas por trabajadores y trabajadoras de carne y hueso. El impulso a la robotización, nos dicen algunas revistas especializadas en el tema, es tan fuerte que ya ha comenzado a cobrar importancia en las plantas automotrices de México. Aunque todavía el porcentaje de robotización es de 10%, se espera que para 2025 alcance más del 30% de las operaciones. Somos testigos, pues, del advenimiento de un nuevo modo de producción, como afirma Slavoj Žižek en su libro Like a Thief in the Broad Daylight: Power in the Era of Post-Humanity.

Un poco hegelianamente, podemos decir que el capital también intuye que las premisas de su relativa estabilidad, como modo de producción dominante en el mercado mundial desde fines del siglo XVIII, ya no existen. El capitalismo completó fielmente lo que Marx llamaba su “misión histórica” de poner las bases materiales de un modo de producción superior a él mismo. Buena parte, sino la mayoría, de las transacciones financieras a nivel internacional, por ejemplo, ya no guarda la más mínima conexión con la creación real de valor; y con la generación de plusvalía, mucho menos. Hay quienes debaten, incluso, si a nivel mundial el trabajo excedente, o sea, la plusvalía, dejó de crecer en términos absolutos. Es un debate abstracto de filosofía, sí, pero cargado de mucha sociología interpretativa, como la contenida en los escritos de Rolando Astarita, Néstor Kohan y Andrés Piqueras, para mencionar tres de habla hispana. Más allá de lo abstracto del tema, el debate apunta a que lo que le queda al capital, además de las operaciones bancarias ficticias, es la explotación redoblada, salvaje podríamos decir, de aquellas regiones del Planeta en que aún se produce valor y plusvalía: el tercer mundo, algunas regiones marginales de los países desarrollados y las economías emergentes marcadas por salarios paupérrimos (Puerto Rico, Argentina, Brasil, India, Vietnam). Y en ellas, sí que la gente está desvalorizada, absoluta y relativamente.

La pérdida del carácter humano del proceso de trabajo es, pues, un fenómeno contradictorio. De un lado, abre la puerta a la posibilidad de superar el trabajo explotador y las sociedades de clases; del otro, despierta en el capital los apetitos más voraces, la expoliación del planeta y la completa pérdida de estimación de los seres humanos, es decir, la deshumanización política y cultural. El lado positivo es la aparición de un modo de producción objetivamente poshumano; el lado negativo, la sobrevivencia absurda de las relaciones sociales capitalistas, la avaricia y búsqueda de ganancias. Ni Cerbero, el can que en la mitología griega cuidaba las puertas del ultramundo Hades para que las almas en pena no escaparan, poseía la cualidad infernal y monstruosa del sistema capitalista en la era actual. Es un mundo de doble cara, escindido fatalmente como los personajes de Dick Tracy y Batman. De un lado, robots construyendo robots que pronto podrían, a juicio de Hawking, incluso dominar el mundo; del otro, seres humanos condenados a formas de trabajo semiesclavistas en las economías del Tercer Mundo.

Otro tema preocupante del cual se habla cada vez más en la filosofía es el de la deshumanización cultural ligada al uso generalizado de las nuevas tecnologías digitales. Franco Berardi, en su libro Fenomenología del fin: Sensibilidad y mutación conectiva, avanza la tesis espantosa de que la cultura cibernética ha inundado nuestras vidas a tal punto, que hemos mutado antropológicamente. La red cibernética, esa misma que nos ayuda a captar con exactitud los signos visibles, o sea, los datos fríos, tiene el efecto secundario y pernicioso de socavar nuestra habilidad para interpretar los signos ambiguos e indefinibles, que son los fundamentos mismos de la sensibilidad, del arte y de la capacidad de sentir el dolor ajeno. El resultado es la extinción del hombre o la mujer humanista. La era poshumana no es, para él, una etapa inherentemente progresista en la historia de la humanidad: «El actual desmantelamiento de la civilización moderna, la progresiva impotencia y la propagación de la violencia y la locura del fundamentalismo y el racismo no pueden comprenderse en su justa medida si no tenemos en cuenta la mutación antropológica que se ha producido en la sensibilidad y, por lo tanto, en la habilidad de percibir el cuerpo del otro como una extensión viva de mi propio cuerpo» (Berardi, 2017, p. 13). En adelante, para Berardi, no hace sentido hablar de una «esencia humana», ni en lo antropológico ni en lo filosófico. Estamos, según él, culturalmente deshumanizados. No es esta una proposición fácil de digerir; en especial ahora que, en teoría, podríamos dejar de trabajar. Digo, si es que antes no nos entramos a burrunazos con los robots…

Libros consultados:

1) Berardi, F. (2017). Fenomenología del fin: Sensibilidad y mutación conectiva. Buenos Aires: Caja Negra. 

2) Hawking, S. (2018). Brief Answers to the Big Questions. New York: Bantam Books. 

3) Kelly, K. (2016). The Inevitable: Understanding the 12 Technological Forces That Shape our Future. New York: Penguin Books. 

4) Piqueras, A. (2018). Las sociedades de las personas sin valor: Cuarta revolución industrial, des-substanciación Del capital, desvalorización generalizada. España: El Viejo Topo. 

5) Žižek, Slavoj. (2018). Like a Thief in the Broad Daylight: Power in the Era of Post-Humanity. United Kingdom: Penguin Random House. 

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