La esperanza y la arrogancia a través de la galaxia

La mejor ciencia ficción usualmente apela a nuestro pesimismo en cuanto al futuro de la humanidad. Esto me parece esencial en esas películas del género que giran alrededor de cómo sobrevivimos más allá de nuestro planeta. Obras maestras como 2001: A Space Odyssey (dir. Stanley Kubrick, EEUU/Reino Unido, 1968) –donde la relación entre la tecnología y la humanidad lleva a una exploración de espacios oníricos– y la olvidada joya que es Silent Running (dir. Douglas Trumbull, EEUU, 1972) –donde el solitario protagonista decide proteger la última vegetación de la tierra que conserva dentro una nave en la que viaja a través del espacio– nos recuerdan que no importa cuán lejos vayamos, siempre podremos contar con la redención de la esperanza y con el potencial destructivo de nuestra arrogancia. A pesar de que la saga de Star Wars, y en especial la octava secuela, The Last Jedi, escrita y dirigida por Rian Johnson, no es una exploración filosófica de nuestra humanidad en un oscuro futuro, la esperanza de la revolución y la arrogancia del imperio definen su conflicto principal.

The Last Jedi retoma la historia de esos personajes que muchos de nosotros conocemos desde pequeños. Volvemos a ver a Luke Skywalker (Mark Hamill), que ahora es un huraño ex-Jedi, y a Leia Organa (Carrie Fisher), la cabeza de una república que de nuevo se encuentra en peligro de extinción. El renacer de la oscuridad en The Force Awakens (dir. J.J. Abrams, 2015) se hace más contundente en The Last Jedi. El enfoque en The Force Awakens es más personal y doloroso por la muerte de Han Solo (Harrison Ford) a manos de su hijo, Ben/Kylo Ren (Adam Driver). Este es el momento central de la séptima película. A pesar de que en The Last Jedi, el director revela aspectos nuevos de Skywalker y Kylo Ren, la acción tiende a ser más épica ya que gira mayormente en torno a la resistencia de las menguantes fuerzas del bien en contra de las poderosas hordas de Snoke, el líder supremo del mal. Sin embargo, los nuevos personajes continúan evolucionando. En ésta presenciamos un Poe Dameron (Oscar Isaac) que reta la autoridad, una Rey (Daisy Ridley) que examina su sensibilidad a la fuerza, un Finn (John Boyega) que atestigua el precio doloroso de cooperar con el mal, y un Kylo Ren que adentra aún más en la oscuridad. El triunfo mayor de esta última película de Star Wars es cómo entrelaza el microcosmos de cada personaje con el macrocosmos de la guerra entre las diferentes facciones.

Rian Johnson maneja muy bien las historias donde eventos del pasado regresan para atormentar a sus personajes. Su excelente película, Looper (EEUU, 2012), que también escribió y dirigió, trata sobre un asesino a sueldo o “looper” cuya misión es matar a la versión futura de sí mismo para que no quede evidencia de sus crímenes. Johnson también dirigió el mejor episodio de la maravillosa serie televisiva Breaking Bad (creada por Vince Gilligan, 2008-2013), “Ozymandias,” donde su protagonista, Walter White (Bryan Cranston), al fin siente en carne propia las consecuencias de su arrogancia monumental. En The Last Jedi, Johnson crea un balance entre los conflictos personales de cada personaje y la guerra. Inclusive este balance es claro hasta en la forma en que se retratan las batallas. La película nos deleita con una de las confrontaciones más bellas visualmente de toda la serie que se lleva a cabo en un aposento donde predomina el color rojo, que en ese preciso momento simboliza el odio y hasta el deseo prohibido que tientan a sus personajes. Este color vuelve a asomarse en la confrontación final en un planeta cuya superficie de sal blanca esconde una capa de rojo sangre. Johnson y el director de fotografía, Steve Yedlin, entienden la relación entre la lucha de sus personajes y la forma en que los alrededores reflejan visualmente estas complejidades internas. Las batallas aéreas en esta película son de las mejor logradas en Star Wars ya que cada nave expresa las particularidades de cada personaje, desde los sacrificios que toman algunos para destruir el mal hasta los impredecibles giros del X-Wing Fighter de Poe Dameron. Cuando las naves son destruidas en la batalla, el espectador siente la pérdida de cada vida.

La película tiene unas fallas, como cuando se desvía de la historia principal para seguir una misión en la que Finn viaja a otro planeta y que concluye en parte con una denuncia en contra de la crueldad hacia a los animales. También hay varios personajes muy interesantes y magistralmente actuados, pero cuyas intervenciones son una excusa para empujar la historia en cierta dirección. Al menos espero que una de estas intervenciones los haga gritar de orgullo (no digo más nada acerca de esto porque fue una grata sorpresa para mí). No obstante, The Last Jedi construye unos mundos que se sienten reales. Un elemento que debilita la odiosa trilogía de precuelas de Star Wars es su dependencia en imágenes generadas por computadoras. Estoy consciente que estos efectos son necesarios en una película en donde se crean ambientes nuevos. Sin embargo, The Last Jedi nos brinda una fauna y algunos personajes usando las técnicas de marionetas que en su día hicieron de los planetas de la trilogía original lugares concretos habitados por seres raros que se sienten reales.

Como nota final, quiero resaltar la celebración tan emotiva que hace Johnson en honor a la fuerza de Carrie Fisher a través de Leia. Este momento de la película, que no revelaré, me llevó a las lágrimas porque rompe con la división entre la realidad y la ficción al demostrar que mujeres como Fisher no pueden simplemente morir. En The Last Jedi, que es una de las mejores secuelas de Star Wars, Leia nos recuerda las profundidades misteriosas de la esperanza ante la necia arrogancia del poder militar.

Artículo anteriorLa responsabilidad política en el colapso de nuestro planeta
Artículo siguienteOscar López y Luis Gutiérrez en Moca y Las Marías