La Final de todos los tiempos que no se juega

En el 2005 fui a Buenos Aires por primera vez y una de las metas del viaje era visitar La Bombonera, el mítico estadio de Boca Juniors, club con el que simpatizaba, por su historia, su vinculación con Diego Armando Maradona y el mito que lo rodeaba. Para mi desgracia, unas semanas antes del viaje, en la ida de los cuartos de final en la Copa Libertadores entre el Boca y el Chivas de Guadalajara, el dirigente de Boca, Jorge José “Chino” Benítez, escupió al jugador del Chivas Adolfo “Bofo” Bautista, en la vuelta en Guadalajara luego de que Boca perdiera la ida 4-0 en La Bombonera. La Bombonera estuvo cerrada un tiempo, justo cuando estuvimos en Buenos Aires, así que el juego que fuimos de Boca como local contra Jujuy, lo tuvieron que jugar en otra cancha. Aún así, fue de las experiencias deportivas más impresionantes de mi vida, nunca había visto cantar una afición por 90 minutos y más sin parar, la pasión era increíble. También las medidas de seguridad eran inéditas para mí, las mujeres y hombres entrando por separado y como hacía frío, había que abrirse el abrigo para estar seguro de que no tuvieras los colores equivocados, es decir, que no fueras a tener azul y dorado en el lado de Jujuy. Ahí acabé de enamorarme del fútbol argentino y su pasión. Como todo enamoramiento, he sufrido muchos mal de amores, desengaños y decepciones a lo largo de estos años. Diez años después de este evento, en el 2015, en la vuelta de los Octavos de Final de la Copa Libertadores, luego del 0-0 del primer tiempo, cuando salieron los jugadores de River en La Bombonera, alguien les tiró con gas pimienta en el túnel de seguridad. Luego de una espera, la CONMEBOL suspendió el partido y lo confiscó a favor de River; como en la ida en El Monumental River había ganado 1-0, quedó definida a su favor la eliminatoria. En ese momento, que lo vi en vivo en la televisión, me impresionó mucho pues quien lo hizo era un ultra fanático de Boca que su pasión lo cegó al punto de hacerle daño a su propio equipo. En ese momento escribí un artículo sobre las barras bravas argentinas1 y me adentré en este tema tan complicado en el cual el deporte es el motor y a veces lo que tapa muchos otros aspectos, política, economía, mafia. El fútbol argentino es sumamente complicado pues ha llegado a un punto que todos los círculos de poder en la sociedad argentina están implicados. Por ejemplo, el salto al poder político del actual presidente Mauricio Mari fue a través del fútbol, Macri era presidente de Boca Juniors, luego fue alcalde de Buenos Aires y luego presidente. En el fútbol argentino las barras bravas controlan muchísimo, pues van más allá de ser ultras que van al estadio a cantar, están implicadas en los equipos, quién entra al estadio, en el mercado ilegal de entradas, etc. En Argentina, ya hace algunos años, por ejemplo, que los partidos de fútbol se juegan solo con público local, simplemente porque la violencia entre aficionados era tal que no se podía asegurar la integridad física de los aficionados visitantes. Así, llegamos a esta final llamada la Final de Finales, la Final del Siglo, La Final de todos los tiempos. La que no sabemos cuándo terminará.

El domingo me senté por cuarta vez a ver el juego entre Boca Juniors y River Plate de la final de la Copa Libertadores. La magnitud de esta final inédita es difícil de explicar a seguidores de otros deportes. Pero quien sigue el fútbol sería como si el Barça y el Real Madrid se enfrentarán en la final de la Champions League. La Copa Libertadores es la copa inteårcontinental de clubes de América y estos rivales, que para muchos representan la rivalidad más fuerte en este deporte, nunca se habían enfrentado en esta final. Ambos han sido campeones de la Copa Libertadores pero sin ganarle al otro. De las muchas cosas que leí a partir de que se supo que la final sería entre ellos, me impactó uno que decía que en el fondo nadie quería jugarla, porque incluso las victorias se olvidan, pero de las derrotas nadie se olvida, y jugarlo implicaba el riesgo de perder frente al archirival, y ese miedo ante el fracaso eterno era más fuerte. Pues eso parece. El partido de ida en La Bombonera se aplazó un día por lluvia. Fue un gran partido el cual quedó empate 2-2, o sea, todo se definiría en la vuelta del sábado 24 de noviembre en la cancha de River. Unas dos horas antes del partido, cuando estaba llegando la guagua con los jugadores de Boca al estadio Monumental, empezaron a tirarle botellas y piedras, éstas rompieron los cristales, la policía tiró gas pimienta para despejar y ésta le cayó a los jugadores de Boca. Ellos entraron a la cancha camino al camerino muy afectados. Las próximas horas fueron de película, que si juegan, que si se suspende, que si se aplaza, que la CONMEBOL quiere jugar, que uno de Boca está en el hospital. Finalmente el juego se suspendió para el domingo y ayer, cuando por cuarta vez estoy sentándome a verlo, suspendido indefinidamente. El martes la CONMEBOL se reúne para determinar cuándo se juega. Ahora parece que Boca va a pedir que le apliquen a River el mismo castigo que le aplicaron a ellos en el 2015 y que le confisquen el juego y le den los puntos. Esto aparenta no tener muchas posibilidades ya que el incidente se dio fuera del estadio, y aunque River en parte es responsable de la seguridad, también la ciudad lo era. Además que la CONMEBOL no quisiera que la final de finales se decida en un escritorio. Este era el momento de brillar para ellos, estaba el presidente de la FIFA Gianni Infantino, el de la CONCACAF, el de la MLS, una gran cantidad de prensa internacional y los ojos del mundo.

Esto sucede en un momento de gran tensión política, social y económica en Argentina. A una semana de la reunión del G-20, donde el problema de seguridad ahora es prioridad. Para muchos esto es sintomático de la crisis social que vive Argentina, ya sin importar el resultado del juego de fútbol ni quien gana, Argentina perdió por mostrarse al mundo incapaz de asegurar que se jugara un juego de fútbol incluso sin aficionados del equipo visitante. Hay quienes culpan a las mafias, las barras bravas, a los dirigentes, a las fuerzas de seguridad de la capital, a las del estado, a la crisis, a la tensión política. Lo cierto es que hay 22 jugadores esperando para jugar, millones de aficionados como yo listos para sentarnos por quinta vez a ver quien sale campeón y un país entero que se pregunta hasta dónde va a llegar su desintegración social.

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