La intimidad expresada a través del baile: Yuli y The White Crow

 

 Por María Cristina/En Rojo

Hemos tenido la suerte de ver en la cartelera de Fine Arts dos filmes de bailarines sobresalientes de ballet clásico: Rudolf Nureyev y Carlos Acosta. Ambos filmes intentan presentar momentos claves en las vidas de estos dos bailarines, especialmente cómo entran a este mundo tan exclusivo y competitivo. Solo uno de ellos logra presentar el espíritu, la entereza, los desafíos y la profundidad de su persona.  

Yuli 

(directora Icíar Bollaín; guionista Paul Laverty; autor Carlos Acosta; cinematógrafo Alex Catalán; elenco Carlos Acosta, Keyvin Martínez, Edlison Manuel Olbera Núñez, Santiago Alfonso, Laura de la Uz, Yerlín Pérez, Mario Elías, Andrea Doimeadios, César Domínguez)

Aunque la historia de Yuli/Carlos Acosta está sin duda enraizada en todo lo que significa ser cubano en la Cuba Revolucionaria—con todos los desafíos económicos que esto significa—su guion es del conocido y afamado escritor británico, Paul Laverty—quien desde 1996 es el colaborador más estrecho del maravilloso director Ken Loach—y su dirección es de la talentosa española Icíar Bollaín (También la lluvia, El olivo, Te doy mis ojos). Lo que este filme prueba es que escritores y directores conocedores de la lucha de clases, el capitalismo rampante, el liberalismo caníbal y los movimientos revolucionarios a través de la historia pueden contar historias tan profundas como la de Yuli y, en este caso, darnos un hermoso filme donde la vida íntima se expresa a través de una coreografía excepcional.

El filme abre como un documental ya que Carlos Acosta mira a distancia la sede de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba para entonces recordar sus primeros días ahí, obligado por su padre a ser parte de un grupo que le era totalmente ajeno. Esos recuerdos son interrumpidos por un presente donde es el propio Acosta el que dirige la coreografía de la danza que ofrece capítulos muy dolorosos de su vida. Es precisamente la relación con su padre, Pedro Acosta, la que ha marcado su vida desde pequeño hasta la adultez. Es una danza hermosísima con una fuerza que se balancea entre la destrucción y el saneamiento. Pero a ese chico que hacía breakdancing en las calles de su vecindario no le interesaba para nada ser otro, diferente, apartado de su familia y todo lo conocido que le daba un sentido de protección y seguridad. Así seguimos al niño Yuli desde sus primeras lecciones de ese baile de “maricones”, como él le expresa a todos, a través de su exitosa carrera que ya a los 18 años había ganado los premios más prestigiosos a través del mundo. La historia profundiza en el dolor de sentirse alejado de todo lo familiar, de nunca sentirse enraizado, de ser un extraño en tierras ajenas. 

Todas las actuaciones—incluyendo la del propio Carlos Acosta en el presente—son muy hermosas por la intensidad y entrega a lo íntimo y público a través de los años. Pero es el personaje real que desarrolla Santiago Alfonso—quien no es actor profesional—como el padre de Yuri, quien puede no entender ese mundo del arte y la danza, pero que sabe que es el camino para que su hijo tenga una vida diferente a la de él, sus muchos hijos, y sus antecesores esclavos y cimarrones. 

The White Crow 

(director Ralph Fiennes; guionista David Hare; autora Julie Kavanagh; cinematógrafo Mike Eley; elenco Oleg Ivenko, Ralph Fiennes, Louis Hofmann, Adèle Exarchopoulos, Sergei Polunin, Olivier Rabourdin, Raphael Personnaz, Chulpan Khamatova)

Ralph Fiennes (el insigne actor de The Grand Budapest Hotel, The English Patient, The Reader, The Constant Gardener, Oscar and Lucinda, Quiz Show y Lord Voldemort en la serie de Harry Potter) dirige su tercer filme y escoge presentar momentos cumbres de la vida del bailarín ruso Rudolf Nureyev antes del occidente convertirlo en leyenda. Es muy difícil escoger estos momentos de una persona tan privada y hostil hacia el público que lo aplaudió y celebró por tantos años. El punto culminante (muy bien coreografiado), hacia donde toda la historia se dirige, es su deserción en el aeropuerto de París en 1961, a los 23 años, cuando pide asilo para no tener que regresar a la Unión Soviética (URSS), donde sentía que no podría desarrollarse como primer bailarín de una compañía de ballet de prestigio como él entendía que merecía. Enfatizo esto aunque los que vean el filme interpreten su deserción como un acto político, algo que Nureyev nunca expresó; quería la libertad de desarrollarse en lo que siempre estuvo seguro de ser, el mejor bailarín de su época. 

A través de este acercamiento biográfico, el joven Nureyev es disciplinado (lo contrario de Yuli), exigente consigo mismo y los que le rodean, soberbio, egoísta y siempre dispuesto a criticar a otros al nivel de insulto y humillación. Poco importa si este es un retrato fiel del bailarín, pues para cautivar al espectador tiene que haber otros matices de este ser humano. Fiennes intenta incluir esa otra mirada al darnos estampas visuales en blanco y negro de su niñez de pobreza, ausencia y negligencia del padre y acercamiento de la madre al buscarle otra salida a su hijo (algo similar entre Yuli y su padre). Esas escenas en blanco y negro son excelentes, especialmente en el primer intento del niño Rudolf de demostrar su habilidad de mover sus pies y piernas al ritmo de bailes tradicionales. Pero la línea que predomina es el Rudolf adolescente y joven adulto que despliega su dominio sobre sus compañeros de la escuela de baile, los administradores culturales y de agencias políticas y hasta el mejor profesor de ballet escogido por él, Alexander Pushkin (no el poeta). 

Lo que no tiene The White Crow y que sí resplandece en Yuli, es la actuación y el movimiento corporal de sus protagonistas. Oleg Ivenko puede ser un muy buen bailarín ruso, pero no puede dramatizar a su personaje sin exagerar gestos y sin tener modalidad de voz para hacerlo creíble y humano en momentos de crisis, aún con sus alardes de grandeza. Tener la cámara casi todo el tiempo en close-up requiere dominar el arte dramático que Ivenko no logra. Su actuación consta de poses y movimientos bruscos. No hay suficiente baile en escena para reforzar su personalidad, excepto el maquillaje y vestuario de sus personajes. Para apreciar el Rudolf Nureyev que cambió el papel del bailarín en el ballet clásico, pueden acceder a una gran variedad de documentales en YouTube, pero también este año acaba de estrenar Nureyev de Jacqui y David Morris que esperamos Fine Arts pueda exhibirlo este verano. 

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