La joya de la corona de Marvel: Black Panther

El universo cinematográfico de Marvel ha resucitado personajes algo olvidados en los comics, un renacer que como lector de literatura gráfica me fascina. Black Panther (EEUU, 2018), dirigida y escrita por Ryan Coogler, también nos trae un personaje algo olvidado, pero que requiere más atención por cómo toca el tema de la representación de raza en la cultura popular. El personaje fue creado en el 1966 por Stan Lee y Jack Kirby, dos artistas cuyas invenciones incluyen a los Fantastic Four y los X-Men. Lee y Kirby construyeron un personaje que estereotipa de muchas maneras al superhéroe negro, una limitación que se puede ver en el título de la primera serie dedicada a Black Panther, Jungle Action (escrita por Don McGregor, 1972-1976). El título refleja el salvajismo animal y la violencia que se asocia con personajes negros y que vemos en películas como Sweet Sweetback’s Baadasssss Song (dir. Melvin Van Peebles, EEUU, 1971) y el género del blaxploitation. Es importante notar que la película de Van Peebles no construye un estereotipo, sino un héroe negro mítico perseguido por una sociedad blanca que lo considera una amenaza. Por otro lado, Black Panther pierde potencia al representar una aristocracia de la “selva” sin ningún vínculo a las realidades sociales que enfrenta la comunidad afroamericana. Desde finales de los 1990 hasta el presente, escritores como Christopher Priest, Reginald Hudlin, Ta-Nehisi Coates y Roxanne Gay expandieron el mundo de Wakanda en los comics impulsando a Black Panther a la política internacional y cuestionando los problemas de la monarquía. El personaje pasa de ser una figura unidimensional que de vez en cuando apoyaba a los Avengers, al sabio monarca que usa su extenso conocimiento de la ciencia para velar por el ficticio país africano de Wakanda y comunidades predominantemente negras como Harlem.

En la película, T’Challa (Chadwick Boseman) es el rey de Wakanda y sus responsabilidades también incluyen asumir el rol de protector sagrado de su gente por los poderes que adquiere de una flor que crece en el reino. Esta fuerza mágica se combina con una armadura tecnológica hecha de vibranium, el mineral que solo se puede encontrar en Wakanda y que es altamente resistente. Aunque T’Challa es venerado, alimentando el mito del noble patriarca, las mujeres ocupan lugares de poder en esta sociedad africana. Entre ellas están la hermana de T’Challa, Shuri (Letitia Wright), que es una de las mentes más privilegiadas del universo de Marvel; Romonda (Angela Bassett), la madre de T’Challa, que sirve como reina madre; y Okoye (Danai Gurira), la líder de Dora Milaje, un grupo de guerreras que velan por la seguridad del trono. La película logra construir con mucho detalle un Wakanda muy próspero que combina elementos visuales asociados a las civilizaciones antiguas africanas con tecnologías modernas. La cinematografía de Rachel Morrison, la música de Ludwig Göransson y el diseño de vestuario a cargo de Ruth E. Carter le dan unos toques únicos a la fantástica nación africana que continuó desarrollándose a pesar de los siglos de colonización y opresión europea. Pero ahora enfrentan una amenaza interna, el terrible Erik Killmonger (Michael B. Jordan), uno de los villanos más desarrollados del universo cinematográfico de Marvel. Su desafío a la corona y a Black Panther tienen una justificación clara, pero su falla trágica es la ira, debilidad que lo lleva a su derrota. Sin dañar el final, todos sabemos que Killmonger perderá tanto por su rol de antagonista como por haber atentado contra el orden reinante de Wakanda.

La maravilla del personaje de Killmonger está en cómo éste se ha cegado por una ira colectiva contra Wakanda, Black Panther y todos los siglos de opresión contra la negritud, juntando así la fantasía con la realidad histórica occidental. Este último punto es el que lleva a Killmonger a sobresalir no sólo por la magistral actuación de Jordan, sino también por lo que representa. Como película, Black Panther desafía el universo cinematográfico de Marvel marcado por la blancura de sus superhéroes. La película no es una obra revolucionaria con un impacto similar al de Do the Right Thing (dir. Spike Lee, EEUU, 1989), que explora las complicadas interacciones dentro de una comunidad racialmente diversa en Brooklyn. Black Panther, tanto como todas las demás películas de Marvel, desarrolla una historia situada en un ambiente político muy similar al nuestro. Los personajes enfrentan organizaciones terroristas, corrupción gubernamental, y las consecuencias de conflictos bélicos, entre otras. Sin embargo, no es nuestra realidad y como consecuencia este universo ficticio pierde ambigüedad, un detalle que se hace evidente en la claridad con la que podemos diferenciar entre un villano y un héroe. Hay complicaciones en estas relaciones y un buen escritor sabe problematizar estos roles, como se hizo en Captain America: Civil War (dir. Anthony Russo y Joe Russo, EEUU, 2016), donde Tony Stark (Iron Man) y Steve Rogers (Captain America) chocan por sus diferencias en cuanto a su percepción del Winter Soldier. En Black Panther, Coogler ha creado un Killmonger que es para mí el mayor triunfo de esta película. Este personaje subraya la indiferencia de Wakanda ante los problemas del mundo exterior y lo absurdo de su monarquía. En manos de Ta-Nehisi Coates, que ha estado escribiendo el cómic de Black Panther desde el 2016, el reino africano confronta su mayor crisis, una revolución de mujeres dirigida por la líder de Dora Milaje que fue sentenciada a muerte por Romonda por asesinar a un líder que disfrutaba de violar las mujeres de su tribu. Tengo la esperanza de que Coogler, que cuestionó el abuso del poder y el racismo de la policía en su película Fruitvale Station (EEUU, 2013), examinará más a fondo estos dilemas en las secuelas de Black Panther. Pero por el momento, Coogler nos ha dado el primer capítulo de una historia más extensa que para mí ha sido la película más importante del universo de Marvel.

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