La marea de los muertos (final)

Preguntando aquí y allá encuentra la fábrica junto al lago pero está cerrada y abandonada. El vecino más cercano vive a dos kilómetros de distancia carretera arriba. Hay una pequeña comunidad cerca de su casa.

Tomando café negro, sentada en el balcón de la casa de un hombre que ronda los cincuenta años, le pregunta si conocía al propietario de la tabaquera.

–Sí, le conocía. Trabajé allí, maestro torcedor, hacía los Perfectos pero de eso hace mucho tiempo.

–Le pagaba diez centavos por cigarro, ¿no es así?

–Nadie sabía eso, excepción hecha del gerente y el patrón. Los cigarros que hacía yo eran extraordinarios, sabor, tiro… Divaga, un dejo de nostalgia cruza por su mirada.

–Sabe usted, El Maharajá de Kapurthala los fumó en París. Ordenó cien cajas para su corte…entonces, usted es familia del señor López.

–Nunca lo he visto.

–Pero conoce de cosas privadas. ¿Espiritista?

–No, dueña de un hotel en Cabo Rojo. Pero cuénteme, qué pasó.

–Todos se murieron: el señor López, su viuda, el gerente. Usted sabe, en la influenza del Dieciocho.

Tras de una pausa delicada, exhala y añade:

–La primera fue la niña. Se llamaba…

–Fabienne.

–Ya. Usted es espiritista. Ojos negros como el carbón. Dígame, ¿alguno tiene necesidad de oración o de luz para adelantar en el otro mundo?

–Todos. ¿Qué edad tenía Fabienne cuando murió?

–Dieciséis años. Hermosa como el lago al amanecer, serena, delgada. Una rosa. Murió el dos de noviembre, durante la marea de los muertos, como le dicen en la costa. Precisamente allí murió mientras estaba de vacaciones con sus padres.

–¿En noviembre, fuera de la temporada de los baños?

–Para baños tenía los ríos de por aquí. Pasa que tanto ella como su mamá cumplían año la última semana de octubre.

–Murió de influenza, dice usted.

–Ella sí, los padres se murieron de la pena y a finales de diciembre la contrajeron, la epidemia.

Francine guarda su secreto. Visita como antaño al doctor en San Juan y permanece en su casa dos o tres días según los deberes ministeriales de él le permitan. Habla con Matilde sobre Leslie. La joven no se ha contaminado pero le ha impresionado la muerte de la niña. Nunca la oye tararear el Intermezzo salvo cuando pasa por su habitación tarde a la noche.

Con el padre no cruza palabra sobre la muerte de Leslie. En cambio, una noche menciona a Fabienne. Ve palidecer a su amigo de la infancia. No es para menos, piensa.

Tose el doctor. Examina la servilleta detenidamente. Cruza los brazos:

–Conocí a Fabienne, la que Leslie mencionaba en su diario. Fue a finales del dieciocho. Poco después cerraron el hotel tras la muerte de tus padres. Tú andabas por Venezuela, si bien recuerdo.

Pausa para encender un cigarro. Le hace señas a Braulio quien le añade jerez a su copa. Prosigue:

Las historias de Leslie y la mía tienen puntos de coincidencia. Pero eso se aproxima más al mundo espiritista y yo, como hombre de ciencia…

–Más que coincidencia, convergencia, Eduardo.

–Fíjate, pasamos juntos una semana con un grupo que pensó que estaría a salvo en un hotel costero, alejado de las miasmas en la ciudad. Creo que Fabienne cumplía diecisiete años ese mes; yo tenía veintiuno. Hubo aciertos, miradas, conciertos. Bailamos una sola vez, el domingo antes de la marea de los muertos. Sus padres eran gente muy formal. Nos observaban con cierto agrado. Recuerdo que en algún rincón Fabienne me dio un beso alborotado… cosas de muchachas que leen Cumbres Borrascosas en las augustas soledades de la imaginación.

Exhala humo de cigarro, paseando la mirada por el salón.

Continúa:

–Cuando murió ya me había marchado a la capital para tomar un vapor a Cuba. Le escribí un par de veces a la Casa López pero las cartas me fueron devueltas sin abrir. Recibí una tercera, de su padre, donde daba cuenta del deceso. Pensé que era un ardid para separarnos. Finalmente la encontré dos días antes de marcharme a La Habana … en una esquela en La Correspondencia, que tampoco era concluyente pero dadas las circunstancias entonces…

Francine calla. Cuando trata de decir algo el padre de Leslie la mira y mueve la cabeza de un lado al otro, dando finiquito al tema.

La epidemia de tifus se controla el 24 de diciembre. Dos marineros de un buque venido de Ceilán, el Paramaribo, han sido los portadores del tifus.

Ambos sobrevivieron; doscientos diez no.

Eduardo ha sido la penúltima víctima de la epidemia.

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