La misión común de la sociedad y de las religiones

Especial para  CLARIDAD

La misión de cada ser humano es cuidar de los demás y de la Tierra, que la Vida, o Dios, nos ha confiado. En medio de esta pandemia, la humanidad puede ver claramente de qué lado están las personas. Hay quien se pone a favor de la vida. Hay quien apoya la élite que domina el mundo y ve los pobres como descartables. Organismos internacionales confirman que, mientras aumenta mucho el número de personas que viven debajo del nivel de pobreza, los más ricos ganan más dinero con la pandemia.

El domingo 4 de octubre, el Papa Francisco sorprendió la humanidad con una encíclica que llama a todos a reanudar la cultura de la amistad social y fraternidad universal. Dos sectores de la sociedad reaccionaron negativamente a la carta Todos somos hermanos y hermanas. El primer sector que se opone al papa es la élite económica, porque el papa responsabiliza al Capitalismo de los mayores sufrimientos de la humanidad. El otro sector es una parte no insignificante de la jerarquía y del clero católico que no entiende porque un papa parece más interesado en transformar el mundo que actuar dentro de la misma Iglesia.

Cada año, en octubre, la Iglesia Católica celebra el mes de las misiones. El tema para este año 2020 fue elegido mucho antes de que se pudiera imaginar la pandemia: «La vida es misión» y el lema que la desarrolla es la palabra del profeta: «Heme aquí, envíame a mí» (Is 6,8).

La misión de las iglesias cristianas es colaborar para que el proyecto divino (el reino) se manifieste en todas las acciones de justicia, fraternidad y paz. En este mundo pluralista, las Iglesias deben ser comunidades de diálogo y aceptación del otro y nunca de intransigencia y rechazo del otro y del diverso. Las Iglesias deberían percibir que su misión hoy está siendo cumplida por la ONU y por los organismos internacionales que trabajan por la unidad de la familia humana. Hombres como el Papa Juan XXIII, Madre Teresa de Calcuta, el obispo Helder Câmara y Martin Luther King entendieron profundamente eso.

La noche de 11 de octubre de 1962, en Roma, después de haber inaugurado el Concilio Vaticano II con todos los obispos católicos, el papa Juan XXIII se enteró que la Plaza de San Pedro estaba llena de gente. Apareció en la ventana, saludó a la multitud y dijo: «Miren la luna llena. Ella vino a embellecer nuestra fiesta. Vayan a su casa y a la primera persona que encuentren en casa, den un abrazo o hagan un gesto de afecto en nombre del Papa. Digan que el Papa les envía este gesto de amor”. Esto sigue siendo el núcleo de la misión de todas las personas espirituales.

El autor es monje benedictino y ha escrito más de 40 libros.

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