La música con Elimar Chardón

Por Pabsi Livmar

Si bien la música ha sido el motivo por el cual Elimar y yo hemos creado lazos fuertes de amistad, lo que más me agrada de Eli es, precisamente, quién es, cómo es, tan genuina, honesta, íntegra. He tenido la dicha de descubrir a alguien que realmente da su todo por la educación, por su país, por una sociedad que tiende a aislarla por su personalidad excéntrica y performances.

En el mundo de la música, el bajo y la batería se complementan, son uno. Quizás por esto, siempre ha existido una estrecha relación entre bajistas y bateristas cuando logran esa conexión especial al hacer clic. Hago esta analogía para presentar a mi amiga y bandmate Elimar, desde mi perspectiva y como la conozco, para quienes quieran saber más de ella que lo que aparece en redes y medios. 

Elimar, la amiga, es incondicional, y eso siempre deja mucho que decir sobre su calidad como persona. Conocí a Eli, como le llamo, a principios de 2002 en el extinto Time-Out de Plaza del Caribe. No hicimos más que intercambiar unas cuantas palabras y hubo afinidad instantánea. Su peculiaridad al vestirse y sus pasiones por el arte llamaron mi atención. Sentí que ella era una de esas personas por las que uno se alegra de conocer y espera que se conviertan en compañeras de vida. Para aquél entonces, ella se pasaba los días dibujando y yo escribiendo mis memorias, pero lo que verdaderamente nos unió fue la música y el hecho de que ambas nos situábamos fuera de la norma en esta cultura: ella tocaba bajo y contrabajo; yo tocaba batería. En los dieciocho años que la conozco, hemos compartido la adolescencia, las luchas del estudiante universitario, tocar en tarima, las dificultades personales y económicas que se nos presentan. Hemos vivido tanto que siento alegría al afirmar un hecho que suena increíble: durante el transcurso de nuestra amistad, Eli y yo no hemos tenido la más mínima discusión, incluso siendo tan diferentes, con gustos divagando por lados opuestos. Y esto, por supuesto, cuenta muchas entre líneas sobre ella.

Elimar, la persona, se distingue por su madurez, calidad humana y entereza. Pero aún más, por su amor por su país y su disgusto ante los atropellos e injusticias sociales que vivimos los puertorriqueños. Es una activista incansable por los derechos humanos, la equidad de género y los sectores más vulnerables y desventajados de nuestra sociedad. En el plano personal, tiene la capacidad de enseñar con elocuencia y buenos argumentos sus perspectivas. De Elimar me gusta recalcar que cuando pienso en ella, pienso en alguien con sed de conocimiento, pero, a la misma vez, en alguien que es una fuente inagotable de saberes. Tiene la facilidad de hablarle a quien sea sobre música, historia y física, pero también, con igual intensidad en gracia y energía, sobre enaguas, maquillaje y la moda de vestir Lolita.

Elimar, la maestra, es un despliegue de amor y energía hacia sus estudiantes y compañeros. Quienes la rodean y se dan a la tarea de conocerla, la quieren. Aprecian su autenticidad. Hoy ha creado, por decir así, una segunda familia con sus compañeros de la Escuela Loaiza Cordero. De su boca solo escucho maravillas sobre ellos. Las fotos y dinámicas que aparecen en Facebook entre este grupo de docentes demuestra que el cariño es mutuo. Que estos mismos maestros hayan llegado a la vista de fianza y a buscarla cuando fue liberada del Centro de Detención de Guaynabo refuerza la admiración y solidaridad que además sienten por ella. Por su facilidad innata de trabajar con niños, la he invitado a ser mi mano derecha en talleres infantiles que en calidad de escritora he impartido. En estos eventos, Eli ha demostrado y puesto en acción su pasión por educar bien mientras impone cariño, confianza y respeto, tanto hacia ella como entre los niños que tiene a su cargo.

Elimar, la músico… No hay palabras para describir su talento. Compone, toca el contrabajo, toca el arpa, hace performance. Hay que verla en escenario para entender. En las agrupaciones en las que hemos coincidido, se caracteriza por ser quien soluciona los problemas técnicos de última hora y los que ocurren minutos antes de una presentación, como cuando se daña una línea y hay que improvisar con algún invento o de alguna manera que solo se le ocurre a ella. Elimar se asegura de lo primordial: The show must go on. Always. 

Si bien la música ha sido el motivo por el cual Elimar y yo hemos creado lazos fuertes de amistad, lo que más me agrada de Eli es, precisamente, quién es, cómo es, tan genuina, honesta, íntegra. He tenido la dicha de descubrir a alguien que realmente da su todo por la educación, por su país, por una sociedad que tiende a aislarla por su personalidad excéntrica y performances. He notado que al preparar sus clases no solo habla sobre teoría musical, sino que también trae a colación, y como asuntos de urgencia, temas de relevancia actual, como por ejemplo el bullying, la importancia del feminismo y cómo podemos lograr la equidad social. Elimar, en resumen, enseña y es amor. No conozco a Elimar como algo distinto. Ella no representa riesgo, peligro o amenaza, como algunos han querido pintarla. Elimar es solo una mujer con un fuerte sentido de justicia social incluso en las situaciones más insignificantes. Y eso, en resumen, es ella: mujer, músico, maestra. Amiga.

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