La oferta de acción de principios de 2018

Aparte de los estrenos tardíos de 2017, el año comenzó con películas de acción imparable: Black Panther (que Juan Ramón Recondo reseña esta semana y que ha sido un éxito de taquilla casi histórico); Red Sparrow, Jennifer Lawrence al estilo de los filmes de heroínas y espías como Salt (Angelina Jolie de 2010), Hannah (Saoirse Ronan de 2011), Lucy (Scarlett Johansson de 2014) y Atomic Blonde (Charlize Theron de 2017); Death Wish, remake de la muy popular (cinco secuelas de 1974 a 1994) historia de crimen y vigilantes/ajusticiadores. Aunque de 2017, incluyo Hostiles, un western reflexivo e histórico que puede tener afinidad con The Last of the Mohicans (Michael Mann 1992 con Daniel Day-Lewis), Unforgiven (Clint Eastwood 1992) y Open Range (Kevin Costner 2003) pero que se separa de éstos por su acercamiento y estilo a temas tan difíciles y todavía debatidos.

HOSTILES

(director y guionista:Scott Cooper; autor: Donald E. Stewart; cinematógrafo: Masanobu Takayanagi; elenco: Christian Bale, Rosamund Pike, Rory Cochrane, Jonathan Majors, Wes Studi, Adam Beach, Xavier Horsechief, Q’orianka Kilcher, Tanaya Beatty, Jesse Plemons, Timothée Chalamet, Paul Anderson, Ben Foster)

La escena inicial es brutal por su violencia y su mirada de pionero blanco en territorio indígena conquistado a la fuerza por hombres en busca de tierras con el total apoyo del ejército. Pero esa realidad histórica de 1892 en este caso, no se amplía hasta mucho después de ver a una mujer, Rosalie Quaid, desamparada tras haber perdido a toda su familia y lo que una vez llamó hogar. Mientras tanto conocemos al capitán Joseph Blocker, famoso por arrebatarle las tierras a los indígenas a como diera lugar aún si conllevara el asesinato de familias enteras. Blocker y sus amigos en armas siguen buscando, encerrando y moviendo a “territorios reservados y controlados” a la población que queda de las diferentes tribus que en este caso son Apaches. En el fuerte ubicado en Nuevo México se le instruye en su última misión: trasladar a Yellow Hawk y su familia Cheyenne hasta Montana, su tierra original, como un gesto de apertura del gobierno hacia un hombre casi moribundo. Solamente cuando es amenazado con insubordinación, Blocker acepta escoltarlos ya que Yellow Hawk es uno de sus peores enemigos por haber causado la muerte de muchos de sus soldados.

Este lento y difícil viaje incluye tanto a soldados conocidos como nuevos, un condenado a la horca por haber masacrado sin provocación a una familia indígena, Rosalie ya bastante recuperada emocionalmente, Yellow Hawk, su hijo Black Hawk, su hija Moon Deer, su nuera Elk Woman y su nieto Little Bear. Poco a poco las barreras de odio, sospechas y rencor irán debilitándose al igual que el grupo se reducirá a sólo tres al final. Hablarán entre sí—a veces con apenas susurros, pocas palabras o miradas y gestos—y saldrá a relucir el genocidio perpetrado contra la población originaria de estas tierras arrebatadas por un imperio en vías de establecerse como potencia hemisférica.

El tempo es pausado para darnos tiempo de absorber la barbarie perpetrada en estas hermosas tierras, el contraste de sus habitantes y el valor de la palabra perdón.

RED SPARROW

(director: Francis Lawrence; guionista: Justin Haythe; autor: Jason Mathews; cinematógrafo: Jo Willems; elenco: Jennifer Lawrence, Joel Edgerton, Matthias Schennaerts, Charlotte Rampling, Mary-Louis Parker, Joely Richardson, Ciarán Hinds, Bill Camp, Jeremy Irons, Thekia Reuten, Douglas Hodge, Kristof Konrad)

Aunque se colapsan momentos críticos en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia (después de la desaparición de la URSS sí, pero bajo qué políticas internacionales, no sabemos) su encuadre es de paranoia por saber qué secretos sabe cada cual. Tanto la C.I.A. como la Inteligencia Rusa están al tanto de las tramas de cada uno y al saber su identidad pueden tramar el intercambio y engaño de información. Pero en este caso hay un espía escondido (mole) y el saber quién es se convierte en la misión principal de la recién entrenada “sparrow”, Dominika Egorova. A pesar de las objeciones de Matron (Charlotte Rampling), la directora de entrenamiento, por ella no ser ciegamente obediente y seguir las reglas al pie de la letra, su carácter—a veces incontrolable—e inteligencia y sus conexiones familiares la lanzan al medio de una de las misiones más importantes. El personaje de Dominika tiene muchas de las aracterísticas de Lisbeth Sander de The Girl with the Dragon Tattoo (2009 y 2011): siempre pasos adelantada a lo esperado por otros.

Ese objetivo estratégico es Nate Nash, el único que conoce al mole y que no revela su identidad ni a sus superiores ni a sus torturadores. Se supone que Dominika podrá seducirlo, lograr su confianza y conseguir el nombre de su contacto. Pero ella también tiene un punto débil: su enlace emocional con su madre Nina quien necesita cuidado especializado por su enfermedad degenerativa. Aunque actúa independientemente y engaña con igual facilidad a los que creen conocerla bien, es el bienestar de Nina lo que la guía a tomar decisiones críticas en su vida.

DEATH WISH

(director: Eli Roth; guionista: Joe Carnahan; autor: Brian Garfield; cinematógrafo: Rogier Stoffers; elenco: Bruce Willis, Vincent D’Onofrio, Elisabeth Shue, Camila Morrone, Dean Norris, Kimberly Elise, Beau Knapp, Len Cariou, Kirby Bliss Blanton)

Una de las críticas principales del Death Wish de 1974 fue su aparente endoso a la política de vigilante donde la persona afectada recurre a sus propios métodos para castigar a los culpables del delito que la policía no logra esclarecer. Después de la más reciente matanza en Parkland, Florida podemos debatir si este filme argumenta en contra o a favor de que cada individuo se arme para defender a los suyos y de paso evitar otros crímenes. Me parece que esta vez—contrario a 1974 donde hasta el protagonista/Charles Bronson tenía el endoso de los detectives—se le recuerda a los espectadores el peligro que conlleva este comportamiento. Esta vez Paul Kersey es un cirujano en la sala de emergencia y trauma en vez de contable en el libro y arquitecto en el filme original lo que ética y moralmente lo pone en una incertidumbre. Desde el comienzo se contrastan los espacios y las vivencias de jóvenes en los guetos de Chicago con la quietud y supuesta seguridad de los profesionales que viven en los suburbios.

Desde la primera escena la vida parece colgar de un hilo y asesinar por la razón que sea es algo esperado. Puede que, como dicen los detectives Raines y Jackson, con paciencia y tiempo se cometerá un error, alguien hablará de más y se encontrará a los culpables. Pero las estadísticas de los crímenes no resueltos cuentan otra historia. Vemos la desesperación e impotencia de Kersey al no poder hacer nada para encontrar a los culpables, lo fácil que se le hace comprar cualquier arma, corta o larga, y conseguir los permisos sin verificación de antecedentes, encontrar instrucciones para manejar un arma a través del Internet y disfrazarse en la noche (o de día) para detener los actos de delincuentes como los que le causaron tanto dolor. Frank Kersey, como su hermano (hermosamente interpretado por Vincent D’Onofrio de “Law & Order: Criminal Intent”), es la voz de la razón y equilibrio a pesar de ser el que siempre está endeudado y no tiene un trabajo fijo.

Bruce Willis—como lo hizo en su serie/secuela de Die Hard—le da a su personaje la veracidad y ambivalencia necesaria para no convertirse en héroe universal. Aunque la historia original se desarrolla en NY para al final trasladarse a Chicago, aquí es a la inversa con una escena similar para redondear y a la vez dejar abierto la posibilidad de otra secuela.

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