La pesada herencia de la mojigatería

Por Reinaldo Pérez Ramírez

rei_perez_ramirez@yahoo.com

Siempre sentí que estaban sucediendo demasiadas cosas, todas juntas, que precisaban un esfuerzo sobrehumano … para hacerme cargo del instante. De ahí que no me anduviera con remilgos éticos cuando debía sacarme algo de encima, así, por las malas.”

(El Perro, en Relatos Reunidos)

César Aira

Los comentaristas de oportunidad no han perdido un minuto para “explicar” las razones a las que cada cual adscribe el por qué en las manifestaciones del 1ro de mayo de 2019, la participación ciudadana fue notablemente inferior a la de años anteriores, particularmente el año pasado. Generalizo aquí y comprimo las variadas hipótesis, que pueden resumirse en dos “momentos eureka” de los analizantes. No hubiese esperado tamaña descompensación intelectual de alguno de los comentaristas. Realmente, me sorprendí. Esto último fue lo que me motivó a invertir un poco de tinta y energía neuronal para -como el perro/personaje de Aira- …“sacarme algo de encima”… aunque en este caso, siempre por las buenas y nunca …” por las malas”.

Las “razones” apuntadas en el superficial magma analítico fueron, a saber: (1) la división en el seno del liderato y la base del movimiento obrero, y (2) …“el comportamiento premeditado, calculado y planificadamente violento y provocador de un pequeño grupo de participantes, que fue el responsable inmediato del desasosiego provocado el 1ro de mayo de 2017 y 2018”.1

Intuyo que el lector de este comentario está conmigo y con los analizantes en cuanto a que la primera razón, es decir, la división en el seno del movimiento obrero y su liderato constituyó ciertamente un factor para la escasa asistencia, sobre todo, mirando hacia adentro de sus matrículas. Concedo, además, que el faranduleo mediático superficial logró vender también la segunda razón apuntada, la de la violencia “calculada” de jóvenes que pudiesen ser –y lo son de algún modo poderosamente simbólico– nuestros hijos y nietos. Dicho sea de paso, ese aserto es un calco de la posición oficial del Gobierno, de la Policía, de la Junta de Supervisión Fiscal, de los banqueros de la Milla de Oro, de los representantes de los bonistas, de los grandes bufetes de abogados de aquí y de allá y del conglomerado mediático GFR.

Según este atormentado análisis, un grupo minúsculo de jóvenes manifestantes habrían provocado por sí solos que la gente de a pie se hubiese desmovilizado de un año para otro, precisamente en el momento en que el país sucumbe indefectiblemente ante el descarnado ejercicio del poder imperial representado por la Junta de Supervisión Fiscal, con el auxilio camuflado del gobierno colonial cómplice. Al fin y al cabo, Gobierno y Junta son los que provocan esa violencia, necesaria e ineludible, que no debería asustar a nadie.

La verdad es que la violencia real está en el sufrimiento de nuestros sectores populares ante la debacle en la que un país prácticamente indefenso observa cómo unos procónsules deciden destinar el presupuesto del mismo a pagar la deuda sin auditar nula, odiosa e ilegal a un grupo de bonistas en lugar de financiar los servicios esenciales del país.

Para cualquier ser humano pensante debería ser evidente que este atropellado, conveniente y simplista análisis es falaz. La complejidad y densidad del accionar humano en el tiempo no puede ser reducida a tales simplezas peregrinas, decoradas con el brillo falso de los medios que lavan la cara del paradigma del poder. Hasta lo perfuman. Por eso, no podía permanecer impávido ante el despliegue de superficialidad que la mayoría de los analizantes exhiben como blasón, en una pobre –muy pobre– discusión pública. Pero mucho menos hubiese tenido que hacerlo cuando gente valiosa –si por algo, por sus luchas, más que por lo atinado o no de su persistente, autoconvocada y casi compulsiva presencia en los medios– falla tan malamente al país -y sobre todo a sus jóvenes- en un momento tan crucial de nuestra historia. 

Más allá que una proposición absurda, constituye una barbaridad atroz adjudicar la razón de la participación ciudadana menguada a la actividad del 1ro de mayo a la propaganda oficial sobre una “violencia” supuestamente orquestada por un grupo de jóvenes. La verdad es que la violencia real está en el sufrimiento de nuestros sectores populares ante la debacle en la que un país prácticamente indefenso observa cómo unos procónsules deciden destinar el presupuesto del mismo a pagar la deuda sin auditar nula, odiosa e ilegal a un grupo de bonistas en lugar de financiar los servicios esenciales del país. 

Una valiente joven puertorriqueña permanece encarcelada desde hace más de un año por haber “provocado un incendio” en el cemento -como si eso fuese posible- frente a una institución bancaria. Esta joven y otros representan la dignidad de un país lacerado hasta la ignominia, lejos de lo que el acomodo dócil a la protesta reglamentada por el poder aséptico permite. Recordemos: en los años setenta participamos sirios y troyanos en la guerra -física y real- del ROTC, tan sólo para lograr sacarlo del campus y evitar oír los drills de los cadetes en uniforme marchando mientras discutíamos en clase la civilización occidental, o la carta de los elementos. En cualquier lugar del mundo, la inmensa mayoría de la gente jamás se sorprendería ni se asustaría cuando sus jóvenes luchan armados con escudos de madera, tambores, palos, piedras e ideas -algunos con chalecos amarillos- llamando la atención a la injusticia creciente de un mundo roto, profunda y crecientemente desigual. En la(s) colonia(s), esa ecuación de la desigualdad está en carne viva. El que no lo entienda, no entendió nada; no se hace cargo del instante. 

Lamentablemente, tristemente la historia registrará mal ese inesperado discurso que condena de manera invertida la violencia que nos salva, en lugar de condenar la del poder que la ocasiona. Sin serlo -aclaro- parecerá el que pudiera haber pronunciado un diletante mojigato. 

1Julio Muriente, END, 5 de mayo de 2019. El énfasis es nuestro.

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