La torpezas graciosas de los dioses de Marvel: Thor: Ragnarok

Thor: Ragnarok (dir. Taika Waititi, EEUU, 2017) logra su cometido, entretener lo suficiente como para uno olvidar la fortuna que ha pagado por un popcorn y un refresco. Esto que acabo de señalar no es necesariamente una crítica negativa. La tradición de buenas “películas popcorn” ha definido a Hollywood desde sus principios puesto que se crea una megaproducción en la cual se han invertido millones de dólares (es obvio que la cifra cambia dependiendo de la época) para atraer al público. Estas prometen un escape a la rutina y los problemas que nos afectan a diario con algo de comedia, aventura, música u horror, según las exigencias de su género. Entre estas películas podemos contar maravillas como Raiders of the Lost Ark (dir. Steven Spielberg, EEUU, 1981) y Aliens (dir. James Cameron, EEUU, 1986), tanto como la serie insufrible de Transformers (dir. Michael Bay, EEUU, 2007-2017) y las comedias mentecatas de Adam Sandler.

Thor: Ragnarok es una efectiva “película popcorn” que le da un humor muy necesario a la versión de Marvel Comics de la mitología nórdica. En esta trilogía de películas dentro del universo cinemático de Marvel, Thor (Chris Hemsworth), el dios del trueno, protege a Asgard de amenazas que incluyen a su hermano Loki (Tom Hiddleston) en Thor (2011), los “dark elves” de Thor: The Dark World (2013) y su hermana, Hela (Cate Blanchett), en Thor: Ragnarok. Las películas de Thor siempre han sido pesadas y algo frías por su enfoque en luchas entre el bien y el mal en mundos completamente diseñados por computadoras. Entre torres resplandencientes y armaduras colosales, Asgard está tan poco lleno de vida que es inevitable desear ver más de Loki, el “trickster” cuya villanía simpática le añade inesperados giros a la saga. Sin embargo, en esta última, la majestuosidad del mundo de Asgard, que ha sido conquistado por Hela, la diosa de la muerte, contrasta al colorido planeta de Sakaar. El Grandmaster (Jeff Goldblum), que reina sobre este planeta con las idiosincrasias bizarras de Willy Wonka, esclaviza a todo ser capturado por sus cazadores para convertirlos en gladiadores que luchan para el entretenimiento de las masas. Thor es la nueva adquisición que el Grandmaster se muere por ver luchar contra su campeón, Hulk, cuya nave se había estrellado en el planeta. La ambiciosa meta del héroe es escapar de su esclavitud y regresar a Asgard para derrotar a Hela. De esta manera, Thor evitará la llegada de Ragnarok, que significa el final de su mundo.

El humor del director neozelandés, Taika Waititi, funciona muy bien para ridiculizar a los dioses de Asgard. En su comedia, What We Do in the Shadows (Nueva Zelandia/EEUU, 2014), Waititi le da el mismo tratamiento a los vampiros. En ésta, el director usa la técnica de documental para enseñar los problemas de cuatro vampiros que comparten una casa en Nueva Zelandia. Waititi triunfa en desafiar el mito del vampiro a través de su humor que resalta lo absurdo en la minucia rutinaria de estas criaturas. En Thor: Ragnarok, Waititi divide la historia entre las proporciones épicas de Asgard, que reflejan la oscuridad de Hela, y los livianos colorines de Sakaar que nos recuerdan la necia sensualidad de su rey. Asimismo, la cinematografía de Javier Aguirresarobe reafirma la diferencia entre ambos mundos alzando con bríos de hagiografía la historia de Odin y Hela para luego bajar al humor astracán de las torpezas de Hulk y la hombría risible de Thor. Me parece que es la película más cómica del universo cinematográfico de Marvel y esto logra dar una frescura bastante bienvenida a la historia de Thor.

Sin embargo, reducir la historia trágica de Hulk, contada en la serie de comics Planet Hulk (escrita mayormente por Greg Pak y que duró del 2006 al 2007), a una graciosa nota al calce es una fallida interpretación de uno de los momentos más importantes en la trayectoria del personaje. En los comics, Hulk es exiliado al espacio porque los Illuminati (Tony Stark, el millonario detrás de la armadura de Iron Man, Reed Richards, el hombre de goma de Fantastic Four, y Dr. Strange, entre otros) decidieron que la ira descontralada de la mole representa un peligro para la humanidad. Al enterarse de lo sucedido, Hulk destroza la nave en la que viaja y se estrella en un planeta donde es forzado a servir como gladiador. Sin embargo, el Hulk de la serie no es el gigante bobo de Thor: Ragnarok, sino un ser iracundo que junta a todos los esclavos para luchar por su libertad. En el camino, Hulk descubre los horrores de la esclavitud, la crueldad del poder, la belleza del amor y sufre una pérdida que lo marcará por el resto de su existencia. Esta historia tan compleja demuestra el valor literario del arte de los comics. Entiendo la diferencia entre la literatura y el cine, pero el tratamiento cinematográfico tan liviano de la historia gráfica de Hulk es imperdonable.

Hulk debió tener su propia película que pudo haber sido el Spartacus (dir. Stanley Kubrick, EEUU, 1960) del universo de Marvel con brillos de John Carter of Mars (la serie de novelas de Edgar Rice Burroughs y cuya adaptación fílmica en el 2012 no le hizo justicia). Pero no fue así. Los que vean Thor: Ragnarok sin conocer la historia de Hulk, podrán disfrutarse una “película popcorn” bastante bien lograda dentro del mundo de Marvel y quizás cuestionen cómo se trata el tema de la esclavitud tan ligeramente. Los que conozcan el Hulk de los comics, les dolerá como se usa su historia para justificar la presencia del personaje en la historia de Thor. La representación cómica tan acertada de Thor en la película se hace insípida al presentarnos un Hulk tonto cuyos actos carecen de toda consecuencia.

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