Las autopsias de aquel verano: Lisardo enamorado

Créanlo o no, asistí —ilegalmente y sin mejor opción— a las autopsias de dos hombres en República Dominicana. Se habían macheteado mutuamente hasta la muerte. El forense explicaba al grupo de estudiantes allí presente el procedimiento. Analizaba con agudeza las condiciones de sendos cuerpos. Despegaba los órganos de la cavidad abdominal. Los tomaba en las manos remeneándolos en el aire al mismo tiempo que balbuceaba sobre el consumo “desmedido” de aguardiente.

Mientras les tomaba el peso, identificaba las heridas mortales e interpelaba a los aspirantes a galeno, se apareció otro hombre. Entró como cualquier Juan por su casa —igual que yo—, se plantó en medio del salón alegando con voz autoritaria ser el primo de los occisos . Venía a explicarnos entonces, los motivos del altercado entre sus familiares. Me quedé con la boca abierta muy a pesar mío, y se escuchó el retumbar de la puerta tras la deserción del primer estudiante, muy a pesar suyo, lo sé. Aquéllo, de momento, no tenía forma de interpretarse. Vimos como el hombre lloró sobre los cuerpos abiertos de par en par en la camilla y se lamantaba sobre “el disparate tan cabrón” que habían cometido por culpa de un chisme. “Todo había sido una confusión, manito”, le decía a uno; “hijo de tu maldita madre”, le decía al otro, gimiendo ya sin lágrimas. El forense pasó trabajo, a pesar del olor que muy bien servía de repelente, para despegarlo de los cuerpos y sacarlo de la sala mientras el hombre seguía maldiciendo y culpando a la vieja chismosa del picapollo.

Yo había borrado esta tan singular experiencia de mi mente, igual que muchas otras durante los últimos diez años. A veces es mejor así. Sin embargo, hoy he vuelto al lugar a causa de una novelita del Siglo de Oro titulada Lisardo enamorado, de Alonso de Castillo Solórzano. He llegado a ella casi como por equivocación, así como llegué al instituto forense en Dominica aquel verano del que es mejor no acordarse.

Bueno, a decir verdad, la novelita es una recomendación que me hicieron para cumplir con el requisito de una clase. Lisardo enamorado es una mezcla entre las obras de Cervantes y las de Lope. Por no decir algo nuevo, diría que es una comedia de enredos en donde por defender el honor se “daguean” los hombres a la menor provocación y matan a sus mujeres cuando les parece que estas les hieren la honra y le faltan a las promesas. Algo que a pesar de los siglos nunca he dejado de ser, algo de tema muy actual —Ah no, perdón, que es muy medieval y ya nosotros nos pasamos de modernos—. En fin, en ella hay pastorcillos, ermitaños, locos, peregrinaciones a los montes sagrados buscando la bendición del Altísimo y su Inmaculada madre, cautivos, rescates, moros, judíos, doncellas bonitas y feas, padres abnegados, hombres valientes dotados de gracia y talentos, muertes, alcahuetes y alcahuetas, celos y saraos para lucir los trajes y abolengos. Su estructura es un tanto híbrida, mezcla la prosa y el verso y múltiples novelas dentro de la novela. La culpable de los males y las desgracias en todas ellas siempre será la mujer porque “No se puede negar, señores míos, que la mujer no sea un objeto apetecible a la vista, y un regalo del alma cuando se quiere bien; mas son tan varias en cualquier empleo, que hasta hoy se le ha acabado de dar enteramente la verdadera definición a su condición, conociendo cuán notables caprichos tienen y cuán difíciles son de interpretar” (131).

El análisis extenso y académico lo dejaré para cumplir con el requisito de la clase. Tal vez les cuente luego de qué va y cómo me fue. Por ahora me ocupo en volver a olvidar el suceso de las autopsias y el verano aquél.

Artículo anteriorJóvenes derrumbando mitos acerca del aborto
Artículo siguienteQuince años de aprendizaje, crecimiento y agradecimiento