Lo que trajo Frank Báez que trajo el mar.

Como deberían saber, Ediciones Aguadulce ha publicado un libro de crónicas del escritor dominicano, Frank Báez (Santo Domingo, 1978). Recientemente fue uno de los escritores nombrados por el Hay Festival en su edición de Bogotá 39 de 2017 como uno de los mejores narradores menores de cuarenta años en América Latina.

Báez nos visitó camino a Medellín para presentar el libro mentado, Lo que trajo el mar: crónicas, en Libros AC. En Colombia participó en el Festival del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo organizado por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Se trata entonces de un esfuerzo y producto caribeño. Ediciones Aguadulce es una editorial independiente dirigida por la poeta Cindy Jiménez que editó, diseñó e imprimió en la isla este libro viajero.

Frank Báez llega a la redacción de En Rojo con una camisa de estampados color pastel que parece un jardín. Hace un calor de madre como corresponde a nuestra insularidad. Sin embargo, viene tranquilo, fresco. Como si llegara del mar. Percibo un gesto leve de curiosidad cuando entra a la oficina. No es para menos. Aquí hay un calendario chino que recuerda a una oscura novela china tropical, una foto de Fidel castro en uniforme de béisbol, afiches con el rostro del Che, obras de Rafi Trelles, Homar, Dennis Mario, y unos cinco elefantes coloridos sobre mi cabeza, que son herencia que dejó la directora del semanario cuando laboraba culturosa.

–Este es un semanario cultural y político– le aclaro.

–Ya veo– comenta, riéndose.

Su formación es en sicología. Curiosamente, su primer libro se titula Págales tú a los psicoanalistas (Editorial Ferilibro, Santo Domingo, 2007), con el que obtuvo el Premio Internacional de Cuento Joven de la Feria Internacional del libro. Pero su oficio es escritor. No solo porque hace su propia obra, sino que creó una revista digital, Ping Pong, cuyo propósito es dar a conocer la obra de autores emergentes de su país, y es editor de la revista Global. Pero, hablamos de la crónica y el poeta señala que le gusta el género porque, aparte de lo subjetivo que es todo ejercicio de escritura, en la crónica se trata de crear una subjetividad con una clara pretensión de honestidad. Eso aunque sabemos que, como lectores o escritores, las voces objetivas son sospechosas y modificables.

–Ser poeta es, de suyo, casi la creación de un personaje. Una ficción.

–Eso es la literatura– responde.

Y es eso, sin duda, un objeto, un mecanismo hecho de palabras.

AUTORRETRATO

Rodé al año y medio por las escaleras

hasta el segundo piso.

A los seis casi me ahogo en una piscina.

A los siete me arrastró la corriente de un río.

Me golpearon con un palo, con la culata de un fusil,

con una tabla. Me propinaron un codazo en la cara

y otro en el estómago, rodillazos,

machetazos, fuetazos.

El perro del vecino me mordió un brazo.

Me cortaron una oreja haciéndome el cerquillo.

Noqueado. Abofeteado. Calumniado.

Abucheado. Apedreado.

Perseguido por sargentos en motor. Por dos cobradores.

Por tres mormones en bicicleta.

Por muchachas de Herrera y del Trece.

Me han atracado treinta veces.

En carros públicos. Taxis. Voladoras. A pie.

Alguien me dio una bola y me dijo I am gay.

Me robaron un televisor, un colchón,

seis pares de tenis, cuatro carteras,

un reloj, media biblioteca.

Se llevaron varios manuscritos y cometieron plagio.

(Con lo que me han robado pudieran abrir

una compraventa en Los Prados).

Me fracturé el brazo derecho, el anular,

la cadera, el fémur y perdí cuatro dientes.

El hermano Abelardo me dio un cocotazo que todavía me duele.

En la fiesta de graduación me cayeron a trompadas y botellazos.

Luego publiqué un libro de poesía y una vecina lo leyó

y escéptica dijo que era capaz de escribir

mejores poemas en media hora, y lo hizo.

Accidente con un burro en la carretera.

Intento de suicidio en Cabarete.

Taquicardia. Hepatitis. Hígado jodido.

Satanizado en Europa del Este. Pateado por mexicanos en Chicago.

En Montecristi una mesera me amenazó de muerte

(ahora mismo, clava alfileres en un muñeco idéntico a mí).

Los vecinos sueñan conmigo baleado.

Los poetas con dedicarme elegías.

Otros con rociarme gasolina en la cabeza

y arrojar un fósforo y ver mis rizos en llamas.

Otras con llevarme a la cama.

Y hace semanas un policía me detiene y me pregunta

si yo no era el poeta que había leído poesía

aquella noche y le digo que sí y el policía

dice que son buenos poemas

y hace una reverencia o algo así.

El libro contiene textos que comenzaron a publicarse hace una docena de años. La idea inicial era crear un libro de viajes. Uno de esos viajes, el que correspondía al periplo Santo Domingo–San Juan, no logró realizarse al incendiarse el ferry que cubría la ruta marítima. Luego, el libro fue tomando forma con reseñas, reportajes, textos biográficos, ensayos, que se publicaron en revistas, suplementos y sitios de internet.

Le cuento a Báez que me emocionó “Mi padre y La isla del tesoro”. Mi padre me enseñó a leer y a escribir. El padre de Frank, el sociólogo Franc Báez Evertsz, le mostró al poeta la maravilla de las letras y, además, a nadar, a cuidar animales, a ser honesto, a ser libre.

“Los libros en casa, la biblioteca, la figura de mi padre en su cuarto de trabajo, el modo en el que me leía, eso me marcó. Nunca se me ocurrió que los libros o la lectura fueran algo que me traería problemas. Al contrario. La lectura es algo que me causa placer. Una de mis pasiones, gracias al ejemplo y enseñanza de mi padre, es la lectura.

Yo tendría catorce, quizás, quince años cuando me leyó un poema de Dylan Thomas que cambió mi vida. Pero, igual me pudo cambiar la vida Miguel Hernández, porque las lecturas eran amplias y con un gran criterio. También se alimenta uno de la música, el cine, hay tantas cosas, tantos escritores con los ue se siente uno cómodo y afín”.

–¿Qué hay después de las crónicas? Me atrevo a preguntar.

–Creo que narrativa. Después de tanta verdad quiero volver a la imaginación, donde puedo cambiar nombres y donde hay más posibilidades.

–¿Y la poesía?

–La poesía es siempre. La poesía siempre está ahí. Es el laboratorio en el que no hay prisa. Lo que me gusta de la poesía es que en ella hay más riesgo, que es más experimental y atrevida. Los géneros te permiten esos cambios naturales.

Son como estaciones de descanso sin descanso.

Exacto. Escribir para descansar de escribir.

Mejor que el sexo

Lo mejor es cuando

le pones seguro a la puerta

y sólo están tú y el poema

y no tienes más remedio que preguntarte

si eres tan bueno como te dijeron el otro día

o tan malo como dicen siempre.

O cuando uno escribe un poema

tan intenso que acabas viniéndote

con los pantalones puestos.

O cuando sientes que estás escribiendo uno

que van a leer tus tataranietos

y piensas que ellos van a sentir

lo que una vez sentiste

y creo que es Joyce quien dice

que se siente como si el otro al leer

estuviera inventando las palabras

del poema nuevamente.

Así como el guitarrista del metro

de Chicago que tocó una hermosa melodía

y luego golpeó su guitarra

contra el piso hasta hacerla añicos,

he roto papeles y poemas

para mi propio deleite.

Y escribir es como caminar.

Cada palabra que escribo

es un paso que voy dando.

¿Hasta donde he llegado?

¿He encontrado mi hogar?

Yo quiero invitarlos a leer Lo que trajo el mar, de Frank Báez, para que descansen de leer. Quizás se pregunten porque aderezo esta breve conversación que transcribo con poemas, si la razón para el encuentro es la publicación de un libro de crónicas. La respuesta es sencilla. Si quieren leer las crónicas busquen el libro.

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