Los barrios incomunicados: El Corcho, Utuado

Por Kriztia Pabón

Especial para CLARIDAD

Cuando las cosas van mejorando en el área metropolitana, la gente se olvida de los que viven en el campo. Así se sienten las comunidades de la montaña en Puerto Rico, como los vecinos de El Corcho en Utuado. La poca ayuda que han recibido ha llegado desde el otro lado del Atlántico por vía de Kam, portavoz de los Sikhs Unidos, que recientemente llegó desde California.

El hombre llegó a Utuado de la mano de Andrea “Andy” Cruz, ponceña preocupada por la escasez de alimentos en el área. Así que junto a Kam montaron una cocina en La Iglesia Bautista La Nueva Jerusalem. El pastor Daniel y su esposa Rosa sirvieron de cocineros y también de protagonistas en el cuento que su hija Arelis le contaría en la cancha a los más chiquitos.

Llegamos y fuimos por el área a buscar a los residentes. Ana y su vecina iban en el carro cuando me las encontré. Le pedí pon para seguir anunciando que había comida preparada y ella me dijo que eso mismo hacían. “¡Coge pa’ la cancha que están repartiendo comida!”, vociferaba por cada casita en que parábamos. Me contó que éramos los primeros “de afuera” en haber llegado a donde ellos, queriendo decir que en dos semanas a su vecindario no ha llegado nadie: ni el gobierno municipal, ni la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA) , ni la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), y ni hablar del Federal Emergency Management Agency (FEMA).

Ana es mamá de cuatro y lleva los 51 años de su vida viviendo en El Corcho. Sobre cómo se las habían arreglado para sobreponerse a los retos que les había dejado el huracán me confesó que “no es fácil”. Guiando me relataba como más de 10 casitas del barrio habían perdido el techo y, por consiguiente, todo lo que estaba adentro. En una casa se metió un tornado y destruyó todo lo que tenían. “Al papá de mis hijos le tumbó la finca completa. A mi mamá, a mis primos… Se perdieron plátanos, guineos, chinas, ajíes, café. Todo».

Su vecina, que iba sentada en el asiento del pasajero, me explicaba que ella labora en una fábrica y que no habrá trabajo por semanas. Ella no ha salido para guardar la poquita gasolina que tiene. Tuvo que ir hasta Camuy para conseguir un poco de señal y para obtener dinero en efectivo hizo una fila cuatro horas en ese mismo pueblo, ya que la ATH más cerca de ellos aún sigue fuera de servicio.

Cuando llegamos a la cancha, los vecinos ya reunidos comían y recordaban la destrucción que trajeron los vientos. Las ráfagas no pararon desde la madrugada del miércoles hasta entrado el jueves. “Mi esposo y yo estuvimos aguantando la puerta [toda la noche]; nos turnábamos. Él aguantaba, después yo la aguantaba, porque es que se quería ir…”, describió la señora. En su casa ella usó 23 toallas para secar la inundación que dejó el huracán María; toallas que ha ido lavando poquito a poco porque no tienen agua.

“Yo le dije [a mi esposo], Emilio, esta es la calma de la que hablaban”. Decía Roselin, quien se atrevió a salir durante el ojo del huracán. “¿Pero después? Ahí fue que se destruyó todo. Después de la calma. Yo decía, Dios mío ¿qué más se va a llevar? ¡si ya no queda nada!”

El servicio de AAA ha sido intermitente en esa zona por fallos del generador y el aparente robo de diésel. Sikhs Unidos confirmaron que movilizarán una brigada de voluntarios especializados en ingeniería mecánica para restablecer el bombeo en estas comunidades utuadeñas y algunas más en el pueblo de Lares.

El problema de la comida se sigue agudizando para los residentes más vulnerables de la Isla. Sin un suplido constante de víveres y agua, los agricultores, niños y ancianos de los llamados barrios incomunicados podrían verse forzados a emigrar en masa en momentos que no tienen manera de subsistir.

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