Los infinitos de Einstein

Albert Einstein solía decir que sólo dos cosas son infinitas: el Universo y la estupidez humana. Nosotros, jóvenes de la generación de los 60 del siglo pasado, pensábamos lo contrario (sobre lo segundo). Creíamos en la Revolución con mayúsculas y en aquello de que EL PUEBLO ES SABIO. Apenas habían pasado algunas décadas desde que Mussolini y Hitler llegaran al poder por abrumadora mayoría, pero nosotros creíamos igual, con místico fervor, en la infinita sabiduría de ese ente ideal llamado “el pueblo”.

Ahora tenemos a un Donald Trump, el Brexit, las vallas anti inmigrantes, el “no” a la paz en Colombia, y un largo y deprimente etcétera de fenómenos avalados por decisión popular. ¿Es que no sirve la democracia como forma de gobierno o es que somos demasiado tontos para darle buen uso? Lo único cierto es que, al combinarse con el idiota que todos llevamos dentro, el resultado es un cóctel letal.

Preguntarnos si funcionaba la fórmula de la democracia en la Atenas en el Siglo V a.C., con sus ciudadanos ociosos parloteando en el Ágora, no nos dice mucho. Era aquella una sociedad esclavista donde el ejercicio del poder estaba restringido a una reducida élite de ciudadanos libres, de sexo masculino, y lo de “gobierno del pueblo” era un eufemismo para un novedoso tipo de oligarquía. Después, a partir de la Ilustración y las revoluciones americana y francesa, vuelve a retomarse el hermoso ideal de un pueblo soberano que se autogobierna por su propia voluntad.

Hoy en día, tras muchísimos altibajos, la democracia acaba por imponerse –al menos como objeto del deseo– en todo el mundo occidental. Sin embargo, a la luz del panorama actual de nuestra convivencia en el mundo, no queda claro si la democracia sirve o no sirve. O si nosotros servimos para ejercer la democracia. En el mejor de los casos, elegimos libremente a unos gobernantes de un Estado sin poder real, al servicio de los grandes intereses económicos o impotente ante ellos. Sin mencionar que en la sociedad de consumo los políticos por los que votamos son un producto más de la industria publicitaria.

Y entonces ¿Quién podrá rescatarnos? ¿El Chapulín Colorado?

Cuando me levanto de buen humor pienso que hay esperanza. El problema consiste en que una verdadera democracia no la hemos tenido nunca. Cómo lograrla ya es otro cantar, pero podríamos empezar por un sistema de educación pública de excelencia y la redistribución de la riqueza. Casi nada…

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