Los ingenios del destino

 

Especial para En Rojo

Es verdad, pues: reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.

Calderón de la Barca

Los juegos son, a la vez, ejercicio, y espectáculo. Simulan la realidad, son modelos a escala pequeña, esbozo de tinta, o de pixeles que se mueven. Los deportes son juegos del cuerpo y simulan la guerra. La distancia de las actividades del maratonista al legionario es poca: el disfraz y la intención. Los jugadores de basketball, hockey, y soccer se pelean por territorios y botines. La pelota, en cambio, es una saga heroica, donde la corrida del jugador simboliza la búsqueda del héroe y su regreso triunfante al país natal. Es más amada por mis compatriotas y por los japoneses que por los americanos, país que se la inventó. La pelota se originó en el siglo dieciocho descendiente de los antiguos juegos de bolas y manos de los colonos ingleses. Cada región de las primeras colonias tenía su versión propia. En la versión moderna del juego, la variante de Nueva York, la odisea ocurre en un territorio definido por una geometría precisa y romboide. En la versión de Massachusetts, el juego se parece más a la vida, porque los jugadores podían salirse de las bases, irse por los campos corriendo, por cualquier lado, perseguido por sus enemigos.

De la sinceridad y ferocidad de los seguidores de los deportes, no nos queda duda. Sedientos de sangre, acuden a los estadios, y con sus rugidos acompañan los movimientos de los jugadores. Como los soldados que confiesan que nunca se sintieron más vivos que en el momento de la batalla, los fanáticos regresan a sus casas, sudando energía y emoción, ya felices, ya derrotados. Los juegos de la mente a su vez ejercitan la estrategia y la toma de decisiones. Son tal vez un poco más fríos que los juegos del cuerpo, pero no menos intensos. La concentración silenciosa del ajedrecista, los gritos animados del cuatro de dominó (“¡Que juegue, ‘ño, que juegue!”), la sonrisa maliciosa del jugador de barajas al poner las cartas sobre la mesa, son todas muestras del poder de estas actividades. Si los deportes son del general y sus soldados, los juegos de mesa son del estratega y el procurador. Suyo es el lenguaje de recursos almacenados, ahorros, riesgos, y manejo de las contingencias del azar.

Los muchachos de la nueva generación hacen talvez menos deporte y casi no conocen los juegos de mesa. Su territorio natural son los juegos de pantalla. Los video juegos logran integrarlo todo: simulan el deporte, implementan los juegos de azar, y, en su guisa de RPG (role-playing game), le otorgan a cada jugador sentado frente a la pantalla la dote de participar en un drama de su propia selección, actuando de Hamlet o de Fuente Ovejuna. En vez de un guion fijo, se sigue uno abierto, que, como la vida, combina lo inmutable, y lo aleatorio. Iniciada la sesión, el jugador es ahora actor, soldado, piloto de cohetes, genio militar supremo, ama de casa, asesino solitario y personal de emergencias. Estos juegos se iniciaron solitariamente, pero con la evolución del internet acabaron por congregar enormes comunidades virtuales que cruzan océanos.

Los mejores videojuegos, como las buenas novelas, exigen la verosimilitud. Sofía me explicó una vez que escribir bien es ser buen mentiroso: inventarte algo, pero escribirlo con arte para que te lo crean, o que se queden con ganas de creerlo. Con el juego, parte de la verosimilitud es visual. La pantalla muestra una simulación del universo material, y los que diseñan juegos tienen que integrarle al juego un ingenio de la física, o simuladores de movimiento. En el diseño, los programadores tratan de emular, no la física de Newton, sino la física intuitiva, esas expectativas subconscientes que mantenemos sobre objetos y sustancias y sus propiedades dinámicas dentro del espacio. Los expertos en simulaciones proponen tres conceptos básicos de diseño:

  • El contraste entre lo estático y lo dinámico
  • El poder de detectar y resolver colisiones
  • La distinción entre dormidos y despiertos

No logro entender por qué leer esta lista de conceptos me apabulla. Sospecho, con cierto instinto supersticioso, que encierra las claves secretas del destino.

Le pregunto a Liz y Paul, ciudadanos de la generación digital, que cual ha sido el mejor videojuego que hayan construido hasta ahora. Liz, que estudia diseño de interfaces y experiencia digital, propone Chrono Cross, por su complejidad, porque combina jugosamente las narrativas de otros juegos clásicos, y por lo abierta de su estructura. Las decisiones y acciones que adoptes para tu personaje al inicio del juego determinan grandes diferencias en su destino. Es decir, así un poco, como la vida.

Ha sido larga la pandemia. Al comenzar a asomarnos al mundo de afuera, poniendo el piecito en la calle por primera vez en meses, todo resulta extraño. Zoom nos torturaba al forzarnos a mirar nuestra propia imagen, sacrificándola al altar de la autocrítica. Ahora salimos a la calle y nos asalta un impulso reflexivo de verificar como nos vemos en la pantalla. No sabemos como interpretar esos entes en movimiento que ayer eran botones en zoom, ni como anticipar la velocidad de los otros viajeros y vehículos en el pavimento. Como Chuang Tzu, que al despertar se preguntaba si era un hombre que había soñado ser mariposa, o una mariposa que estaba soñando ser hombre, dudamos hoy si la vida no es más que tremendo juego de pantalla, o si es el juego el que se imita a la vida.

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