Los libros sagrados que Dios nos revela

Por Marcelo Barros /Especial para En Rojo

 

En la Iglesia Católica, septiembre es el mes de la Biblia. En el próximo domingo, celebramos, por excelencia, «el día de la Biblia«. Parece que, actualmente, la mejor forma de celebrar el día o el mes de la Biblia sería liberar a la Biblia de un uso instrumental y opresivo.

De hecho, no es nuevo que las religiones sean utilizadas para fines contrarios ala espiritualidad que proponen. Y desde la antigüedad, eso ha ocurrido con la Biblia. En la historia de las iglesias cristianas, en nombre de la Biblia, los herejes eran quemados en la hoguera. El mismo Jesús fue condenado a muerte en nombre de la Biblia, como alguien que blasfemó contra el templo y se llamó a sí mismo hijo de Dios.

En nombre de Jesús y de la Biblia, imperios conquistaron y colonizaron la América. Hasta casi nuestros días, misiones cristianas han atacado y demonizado culturas indígenas y templos afrodescendientes.

En los evangelios, a cada momento, Jesús dice: en la Biblia, se lee así, pero les doy otra interpretación. Si somos discípulos de Jesús, debemos desarrollar en la lectura bíblica la misma libertad espiritual que Jesús vivió.

En el entendimiento judeo-cristiano, Dios se nos revela a través de dos libros: el primero es el libro de la vida. La Tierra y la naturaleza son palabras que nos comunican permanentemente el amor divino. Y este Dios nos da también su Palabra a través de los acontecimientos de la vida. Pero para descifrar este mensaje, necesitamos el segundo libro sagrado que Dios ha revelado: la Biblia.

En esta forma de comprender, la Biblia no es directamente Palabra de Dios. Es escritura de la Palabra de Dios. La partitura musical es importante para los que tocan un instrumento o cantan. Pero, con la misma partitura, la canción puede ser interpretada en expresiones diversas.

Este mes de la Biblia puede ayudarnos a descubrir una palabra de Dios en los textos antiguos para discernir lo que el Espíritu de Dios dice a las Iglesias y al mundo de hoy. Hay quienes piensan que la Biblia es una luz que lo ilumina todo. Sin embargo, esta no es la experiencia de los primeros cristianos. En la segunda carta atribuida a Pedro, el autor describe los textos bíblicos, no como un faro o una luz, sino como una pequeña lámpara «a la que conviene prestar atención». Brilla (la palabra de la Escritura) en lugar oscuro hasta que el día ilumine el lucero de la mañana, el sol, brilla en vuestros corazones» (2 Pe 1:19).

El autor es monje benedictino y ha escrito más de 40 libros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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