Luis Muñoz Marín

JUAN MARI BRAS

Por Juan Mari Brás

El martes, mientras la atención del país se concentraba en los boletines médicos sobre  la gravedad de Don Luis Muñoz Marín, escuchaba esporádicamente por la radio las expresiones de angustia de gente a quienes entrevistaban al azar. Todos elogiaban al hoy difunto líder como el hombre que sacó a Puerto Rico de la pobreza extrema, el “padre de los pobres” y el que hizo posible que “tuviéramos educación y nos pusiéramos zapatos”.

Más tarde, mirando el noticiero de televisión, alcancé a ver en la pantalla a un amigo de la infancia. René Sanfiorenzo, haciendo guardia en la antesala de la habitación del enfermo en el Hospital Mimiya. René es uno de ocho hermanos, hijos de un pequeño agricultor y una maestra de escuela en el poblado del Rosario. Vino a mi mente el recuerdo de la primera vez que ví y escuché hablar al fundador del Partido Popular Democrático. Fue allí en el Rosario y debió ser entre el año 37 ó 38. Yo era un muchacho de nueve o diez años y había llegado hasta la pintoresca aldea de mis antepasados en ancas del caballo de mi padre, bajando por el camino vecinal desde el Carro de Las Mesas. No había una sola carretera pavimentada que condujera al Rosario. Allí todo era desolación y miseria, la iglesia y tres callejones de salida hacia San Germán, Las Mesas y El Limón, poblados a ambos lados por casuchas en condiciones de mucho mayor deterioro, formaban el pequeño poblado, junto a la “Jornalería” en la que se apretujaban entre veredas unos bohíos de yaguas y cartones, casi chocando unos con los otros, que eran los albergues de la mayor parte de la población rozareña.

Las palabras de Muñoz fueron precisas y sencillas. Habló de la injusticia social que mantenía en la pobreza de nuestro pueblo, se refirió a los grandes columillús que acaparan la riqueza e instó a que los humildes no se dejaran engañar para mantener encaramados a los que trafican  con el sudor ajeno. Habló también de la independencia de Puerto Rico. Dijo que sin libertad política no podía haber libertad económica y sin libertad económica no pidía haber libertad política. A mí me impactó mucho aquel discurso y la explicación  posterior que me dio mi padre de cómo ese hombre se proponía hacer la libertad de la patria con los humildes y al mismo tiempo hacer la justicia social. Cuando le pregunté a mi padre qué significaba eso de justicia social, recuerdo muy vívidamente que me dijo que era que no hubiera gente que tuviera que vivir  como vivían los de “la jornalería” del Rosario mientras otros vivían en grandes mansiones y con todos los lujos. Ese mensaje dejó una huella permanente en mi conciencia. Antes que Marx y Engels, fue Munoz  quien me abrió el entendimiento y la sensibilidad para transitar al cabo de los años por los caminos del socialismo. El fue el primero que sembró en mí conciencia de niño la idea  de la independencia y la justicia social como una sola causa. Tuve oportunidad de decírselo –ya en conflicto con sus posiciones- casi una década después de  ese primer encuentro, cuando iniciábamos los primeros pasos hacia la fundación del Partido Independentista Puertorriqueño.

Por eso, tengo el mayor respeto y la más cabal comprensión por el sentimiento de admiración y casi veneración que manifiestan centenares de miles de puertorriqueños ante la figura de Muñoz Marín. En la lógica elemental de las masas, condicionada por la idea cristiana de la encarnación, es natural que el progreso de Puerto Rico se identifique sobre todo con la persona de Muñoz. Sencillamente porque fue el iniciador  del movimiento social que condujo a una impresionante transformación de la sociedad puertorriqueña, de una rural a una esencialmente urbana, de la pobreza extrema al semi-desarrollo, a la masificación de la educación, las oportunidades de ascenso en la escala social y el consumo. No culpo, por tanto, a los René Sanfiorenzo y los millares de los hijos de campesinos empobrecidos de antaño que hoy tienen profesiones y oficios, y viven en casas modernas y alternan en una sociedad consumerista, por ser admiradores de Muñoz Marín.

Muñoz no fue un trepador político ni un servidor conciente de  los grandes intereses económicos que objetivamente se enriquecieron bajo su régimen. Bernardo Vega y Lorenzo Piñeiro, que le conocieron desde sus primeros tanteos políticos en Nueva York, decían que él era un socialista intuitivo para aquellos años. Casi todos los Socialistas empezamos siéndolo más por intuición que por comprensión intelectual. El problema es que si uno  se queda en esa fase, y no alimenta la intuición suficientemente con el estudio y la disciplina conscientes, se arriesga a que se lo lleve de frente la corriente del sistema vigente y sus valores falsos. Cuando se tienen responsabilidades de dirigente, ese peligro conlleva consecuencias muy graves. Porque si bien los líderes no son los que forjan la historia, sino que son los pueblos sus protagonistas y aquellos no son más que reflejo de éstos, también es cierto que hay una interacción dialéctica entre pueblo y líderes que hace que el dirigente, en la medida de su influencia, se convierta en factor importante, a veces decisivo, en el desarrollo o estancamiento de la conciencia colectiva.

Esa fue, posiblemente, la gran deficiencia que desvió a Muñoz por los tortuosos caminos de un zigzagueo político que culminó en grandes virajes regresivos. Del socialismo intuitivo, Muñoz cayó en el populismo, luego de transitar por el independentismo liberal y en ocasiones coquetear con el nacionalismo revolucionario de Albizu Campos durante los años treinta. Su pragmatismo le llevó a considerar los hechos concretos del momento como barrera infranqueable que imponía el repliegue y la reculada. No alcanzó la comprensión materialista y dialéctica que le permitiera ver el presente y sus limitaciones en su movimiento para impulsar el seguimiento y profundización de los cambios sociales que su propio genio creador impulsó en el Puerto Rico de los años treinta y los primeros años cuarenta. Su arsenal ideológico se quedó limitado a unas ideas reformistas que en vez de transformarse cualitativamente en revolucionarias ante el embate de la reacción, se fueron disipando hasta revertir por completo a su negación. De ahí, la renuncia a la independencia como primera concesió, que le llevó a negar la premisa básica de su planteamiento original en el sentido de que sin libertad política no puede haber libertad económica. Y como esta premisa era la correcta, y no su contrario, muy pronto el abandono de la independencia condujo al viraje esencial que sustituyó el programa de justicia social del cuarenta  por la Operación Manos a la Obra. Esta fue la base material del auge del anexionismo que trajo como consecuencia, entre otras, el desplazamiento del Partido Popular por el llamado Partido Nuevo Progresista en el gobierno de Puerto Rico. 

No es éste el momento de intentar siquiera hacer un juicio histórico de Luis Muñoz Marín. En gran medida, el balance final que se haga de su obra dependerá del desenlace que tenga el drama puertorriqueño durante la presente década. En Muñoz se amalgamaban en una sola angustia existencial, durante sus últimos años, el sentimiento puertorriqueñista y su incesante preocupación por la justicia social con el fatalismo pragmático que frenó hasta el último momento la expresión plena de sus preocupaciones. Esto quedó dramatizado en las primarias Demócratas celebradas en marzo pasado. Mientras íntimamente, Muñoz manifestaba su aversión a todo el proceso primarista y su repudio a las consecuencias asimilistas del mismo, públicamente recibía al candidato presidencial Edward Kennedy en su casa y declaraba que los Populares debían ir a votar en las primarias.

Tocará a sus discípulos mejores superar las ambivalencias del maestro para recoger todo lo positivo que hubo en su obra, descartar lo negativo, y ayudar al país a salir de la encerrona en que está al momento de la muerte de Muñoz. Al morir, Muñoz deja a su pueblo en una encrucijada. Si sus seguidores juntan fuerzas con todas las corrientes progresistas y puertorriqueñistas en los próximos años para encaminar nuestro destino a la soberanía plena y enfilarnos hacia transformaciones sociales de avanzada; por encima y a pesar de todas sus deficiencias y sus peores acciones, a la larga se le recordará como precursor de libertades. Si, por el contrario, éstos se pliegan por el camino de la asimilación y la carrera enajenante de la dependencia y la desigualdad social y económica, la historia señalará a Muñoz como iniciador de ese sendero desquiciante en la época moderna. Ojalá que sea lo primero y no lo último. El sincero deseo de que así sea es el mejor tributo que podemos rendir a su memoria en el momento solemne que su desaparición representa para el pueblo puertorriqueño. Respetuosos del sentimiento de muchísimos compatriotas, los Socialistas nos unimos al duelo del pueblo.

Publicado en CLARIDAD, Comentario Político Edición 1422 Del 2 al 8 de mayo de 1980.

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