Lula es el anti-Bolsonaro

 

Por Emir Sader

La tesis de polarización entre Lula y Bolsonaro se basa en encuestas, en las que estos dos candidatos suelen representar alrededor o incluso más del 80% de las preferencias de los votantes, quedando menos del 20% para quienes opten por la tercera vía. Y la tendencia a la caída del apoyo a Bolsonaro -que parece haberse detenido en torno al veinte y tantos por ciento- no se traduce en un aumento del apoyo a esos candidatos de la tercera vía, sino en un traspaso de preferencias a Lula.

La tesis de la polarización tiene, pues, un fundamento real: cuatro de cada cinco brasileños prefieren en este momento a Lula o Bolsonaro. No obstante, esta tesis puede resultar engañosa y está siendo utilizada de una forma muy torpe para fines políticos de dudosa valía.

En primer lugar, no son dos posiciones extremas: a la derecha Bolsonaro, a la izquierda Lula. No hay duda de que Bolsonaro representa posiciones de extrema derecha, que han venido para quedarse, aunque hoy estén más debilitadas, y más que estarán tras la derrota de Bolsonaro.

Pero Lula no representa el polo opuesto, la extrema izquierda. Lula gobernó Brasil con medidas democráticas, en el marco del respeto a las instituciones, conviviendo democráticamente con los demás poderes de la República, con los medios de comunicación -que lo atacaban, en su mayor parte, todo el tiempo- y con sus opositores. Además, bajo su mandato se redujeron drásticamente las desigualdades, el hambre y la pobreza en Brasil, con políticas insertas en el marco de las instituciones existentes.

Es cierto que su gobierno y sus propuestas actuales tienen un fuerte tono antineoliberal, debido a la toma de conciencia de que son éstas el tipo de políticas en materia económica que están detrás del aumento de las desigualdades en Brasil, de la intensificación de la concentración del ingreso y del desarrollo del capital especulativo, en vez de la producción, y de la incapacidad de este modelo para generar empleo y desarrollar políticas sociales. Este es un hito al que Lula no renuncia, sabiendo que si quiere gobernar para todos, favoreciendo a los más pobres, tiene que impulsar políticas que fomenten el crecimiento económico, priorizando las políticas sociales y generando empleos con contratos formales, como ya hizo en sus anteriores gobiernos. Consciente de que le costará mucho trabajo reconstruir el país que se encontrará enfrente, porque heredará, si es elegido, un Brasil en una situación mucho peor que la que él heredó en 2003 de FHC.

Lula polariza contra Bolsonaro, porque es el único candidato que tiene la fuerza para derrotar al actual presidente y a todos sus aliados, sean del tipo que sean. De hecho, aunque perdió muchos apoyos, Bolsonaro todavía cuenta con aliados en gran parte del mundo de los grandes negocios, con el apoyo de los militares, de parte de los medios de comunicación, de las milicias y de buena parte de los evangélicos. Por esa razón, no solo se trata de derrotar a un presidente desconcertado, que ya no gobierna, que tan solo es capaz de generar conflictos, que no sabe qué hacer con el país, que piensa más en cómo enfrentarse a Lula en las elecciones, que en cómo enfrentarse al estancamiento económico, la inflación, el hambre y la miseria, que hoy dominan Brasil. Asimismo, el objetivo es derrotar a quienes apoyaron a Bolsonaro, a quienes lo llevaron a la presidencia y a quienes aún hoy lo prefieren a Lula, entre quienes se encuentran, como acabo de decir, gran parte del empresariado, de los militares y, entre otros, de los medios de comunicación.

Lula sabe que no será con una posición de extrema izquierda que podrá seguir sumando apoyos a su nombre, por lo que deberá privilegiar una posición expresamente favorable a la reconstrucción de Brasil, tanto desde el punto de vista económico como político, social, cultural o moral, poniendo el acento en la recuperación de la soberanía nacional. Sabe que para ganar, en la primera o en la segunda vuelta, necesita el mayor apoyo posible por parte de la población brasileña, canalizando el amplio rechazo existente contra Bolsonaro y su gobierno.

Para gobernar, asimismo, Lula tendrá que contar con el apoyo de amplios sectores del país, incluidos sectores del mundo empresarial, sin cuyas inversiones no será posible recuperar la economía, ya que ésta no puede depender únicamente de inversiones públicas, a pesar de que jugarán un papel determinante como palanca para la recuperación económica del país.

Lula es el anti-Bolsonaro, aunque no por ello sus posiciones son de extrema izquierda, como sí son de extrema derecha las que representa Bolsonaro. Lula representa a 2/3 de la población brasileña, representa a quienes no están dispuestos a votar por Bolsonaro, a quienes quieren que sea derrotado, para de esa forma poder salir de la catastrófica crisis en la que Bolsonaro ha metido al país.

La tesis de la polarización como oposición de dos extremos es, en este sentido, falsa, como lo es la tesis de que un sector significativo de la población no quiere ninguna de esas dos opciones y busca alternativas en una ‘tercera vía’. La gran mayoría rechaza a Bolsonaro y ve en Lula a su candidato. Además, cuanto más nos acerquemos a las elecciones, más personas dejarán de apoyar candidatos de la tercera vía en favor de Lula, dándose cuenta de que esta es la única forma de derrotar a Bolsonaro y de rescatar al país de la desastrosa situación en la que vive la gran mayoría de la población.

Lula, cada vez más, aparece ante los brasileños como el anti-Bolsonaro, como la alternativa al gobierno catastrófico de Bolsonaro. En este sentido, Lula se opone a Bolsonaro en una polarización entre democracia y dictadura, entre la política de bienestar para todos y la política de favorecer el capital especulativo, entre gobernar para todos y gobernar para una élite minoritaria.

Esta es la polarización del país hoy, cuando se polariza entre Lula y Bolsonaro, entre un gobierno para rescatar a Brasil y uno que solo lo hunde en la miseria y la desesperación.

Reproducido de www.rebelion.org

 

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