Maradona y su legado en Puerto Rico

Especial para CLARIDAD

El paso por la vida terrenal no es perfecto, como tampoco lo somos los que transitamos dicho camino. Sin embargo, existen seres humanos que dejan una huella imborrable por generaciones. Este es el caso de Diego Armando Maradona.

Como puertorriqueño fanático del deporte, crecí como muchos en los años setenta admirando la pelota, el baloncesto y el boxeo.  Disciplinas deportivas de las cuales provienen mis héroes; el inmortal Roberto Clemente, el pirata por excelencia Raymond Dalmau y el niño de Las Monjas, Wilfredo «Bazooka» Gómez, respectivamente.  En esa misma década, mientras nuestra situación colonial nos mantenía mirando sólo hacia el norte sin percatarnos de lo que ocurría en el resto del mundo, Diego Armando Maradona, un adolescente de dieciséis años, nacido y criado en un barrio pobre de la Argentina, se abría paso en el fútbol. Gracias a él, a su genio y sus ejecutorias deportivas, a partir de los años ochenta, se desveló ante los niños puertorriqueños un nuevo mundo deportivo y sanó la miopía que hasta entonces nos había impedido disfrutar y enamorarnos del llamado deporte “rey del mundo”. Por fin, en el plano deportivo, nos unimos al mundo.

Como latinoamericano, sentí enorme orgullo cuando Diego Armando “El Pelusa” alzó la Copa Mundial del 1986 en el histórico Estadio Azteca de México, mítico lugar donde, para esos mismos años, el grupo musical puertorriqueño llamado Menudo puso el nombre de Puerto Rico en alto. Si bien es cierto que el deporte no se debe mezclar con la política, no es de extrañar que ese triunfo sobre el equipo británico representó para los gauchos una devolución de la derrota militar del 1982 por la recuperación de las Islas Malvinas -que les había sido arrebatada por Inglaterra. Solo bastaron dos memorables goles -uno bautizado “la Mano de Dios” y el otro recordado en la eternidad como “el Gol del Siglo”- para que Maradona diera motivos a los argentinos para volver a levantar la mirada. Cuatro años antes, en las Islas Malvinas, la capacidad bélica había favorecido al ejército británico, en ese momento, en el terreno de fútbol en ese Mundial en México, la capacidad estaba bastante más igualada solo que había una salvedad: los gauchos tenían un arma de destrucción masiva: Diego Armando Maradona.

Para toda la América Latina el triunfo de la Argentina, y de Maradona, significó un acto de redención y de orgullo. En aquella coyuntura de continua intervención norteamericana en diversos países latinoamericanos, para un adolescente puertorriqueño -criado dentro de una familia independentista, en una colonia en el Caribe- el triunfo de los argentinos representaba una victoria y una esperanza para mí y para mi nación caribeña.

Maradona, como todo ser humano no fue perfecto; sin embargo, nadie puede cuestionar su genio dentro de las canchas al hacer del fútbol un arte. Como dijo Guardiola, entrenador del equipo inglés de fútbol Manchester City, haciendo alusión a una valla publicitaria que había visto hacía un año en Argentina y que leía No importa lo que Diego hubiera hecho con su vida, lo que importa es lo que ha hecho por nuestras vidas: “… Expresa perfectamente lo que ese chico nos dio…”. Fuera de las canchas demostró el valor de la amistad y su compromiso consecuente con las causas justas, las verdaderamente importantes. Nunca olvidó sus raíces, de dónde vino y a quién se debía, al pueblo humilde.  Su vida, al igual que la de Muhammed Alí, impactó a varias generaciones.

Los puertorriqueños le debemos mucho por sacarnos del insularismo deportivo y ver el resto del mundo, uno que hoy día nos regala a otro genio del fútbol, Lionel Messi.  Ojalá pronto superemos el otro insularismo, el político, y nos unamos realmente al resto de las naciones como, sin duda, Maradona, como latinoamericano, hubiese querido.

El autor es el Comisionado Electoral Partido Independentista Puertorriqueño

 

Artículo anteriorMaradona
Artículo siguienteCon pandemia y sin Maradona