Martirio de muchos pueblos

 

Por Marcelo Barros/Especial para En Rojo

Organismos internacionales revelan: en toda América Latina y Caribe, en los años más recientes, la pobreza se ha agravado y la desigualdad social es más escandalosa que jamás. En la primera década de ese siglo, algunos países habían desarrollado políticas sociales independientes del imperio que inmediatamente han repercutido como factores de justicia y liberación de la pobreza injusta y instrumentos de integración de los pueblos, en el nivel de cada país y en todo el continente. 

Desde algunas décadas, en América Latina y Caribe, tenemos miles de hermanos y hermanas que fueran asesinados, por su compromiso con la justicia y la liberación. De esos, diversos eran militantes de grupos políticos que luchaban por cambiar sus países. Otros eran solo cristianos y cristianas que estaban junto a campesinos y gente pobre de las periferias urbanas en su lucha pacífica por justicia y dignidad. Las Iglesias cristianas consideran todos esos hermanos y hermanas como mártires (testigos) del proyecto divino en el mundo. En diversos países, más allá de esos que, conscientemente han dado la vida por la justicia y la liberación, las comunidades conviven con el asesinato de jóvenes pobres o negros que, a cada día, aparecen muertos en las periferias de nuestras ciudades, víctimas de la violencia urbana, del tráfico de drogas, o de la discriminación social siempre presente. Esos querían solo sobrevivir como personas humanas. Como decía el mártir salvadoreño Ignacio Ellacuría: actualmente los mártires no son solo personas y si pueblos crucificados. 

Según la fe cristiana, Jesús ha muerto en la cruz para que nadie más sea crucificado. Quien cree en Jesús debe comprometerse en hacer de todo para bajar de la cruz los pobres. Un Cristianismo que no da prioridad a la solidaridad social y que no opta por proyectos políticos de transformación del mundo puede llamarse cristiano, pero no es de acuerdo con Jesús. 

 En los años 80, en Chile, Ronaldo Muñoz escribía: “Toda injusticia y opresión violenta ocurren, porque Dios no las puede evitar. (…) Asumiendo él mismo, por amor, el mal y la injusticia allí donde esas más hacen sufrir, el Dios que se deja crucificar con el Cristo Crucificado y con los crucificados de hoy, es él mismo quien nos interpela si estamos haciendo lo máximo y lo posible para transformar esa realidad injusta e inicua. (…) Creer juntos con las comunidades originarias y con todos los oprimidos y sufrientes en el proyecto divino por lo cual Jesucristo dio la vida, eso hoy da sentido y fuerza para juntos vivir y luchar “.

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