Mas «pesimismo de la inteligencia” que  “optimismo de la voluntad»

Por Wilfredo Mattos Cintrón/Especial para En Rojo

Así mismo. Priva hoy más el pesimismo que el optimismo, lo cual quiere decir, en la práctica, que se carece de la pasión que señalaba Gramsci como necesaria para lanzarse a la ardua tarea de organizar un partido, aunar las voluntades para enfrentar al capitalismo. ¿Qué ha enfriado esa pasión? ¿Qué alimenta, entre algunos, el sentimiento de que sólo es posible arrancar algunas reformas que hagan más respirable la atmósfera social? ¿Se trata de un fenómeno irreversible ya, y el destino de los que aún alientan en la resistencia y el anticapitalismo es de remitirse a pequeñas comunas, cónclaves de anacoretas retirados y a espaldas del mundo, milenaristas custodios de la fe en la Segunda Venida del Socialismo?

Si es posible señalar un evento para darle un punto de comienzo a esta coyuntura de relanzamiento del capitalismo como la única forma posible de organizar la producción y la sociedad, ese sería el momento de la defunción de la URSS, o para llamarlo de algún modo, el fin del ciclo bolchevique que se inició con la triunfante revolución de 1917 en Rusia. Libre de toda competencia, el capital se paseó por todas las capitales del mundo haciendo gala de su triunfo, sólo mirando por encima del hombro a los pocos países que de alguna forma se aferraban al socialismo y señalando con un dedo arrogante su atraso y sus carencias: China, Cuba, Vietnam y Corea del Norte. E hizo más. Demostrando que el capitalismo es un sistema global, continuó con el proceso de integración de estos países en su esquema mundial, y en su defecto, su aislamiento. El mercado mundial se lanzó en una ofensiva de apoderarse de todo el espacio aunque tuviese que implicar algún tipo de tolerancia con el control político de los respectivos partidos comunistas en esos países, en la confianza de que percolase hacia el interior la capacidad disolvente del mercado sobre las existentes relaciones de producción.

Para autocelebrarse, el capital recorrió el mundo con las vestiduras del neoliberalismo económico, se volcó sobre las medidas sociales que la socialdemocracia había generado aprovechando el espacio que había impuesto la URSS, para suprimirlas. Como hubiera dicho Marx, vivió días orgiásticos.

En esa marcha triunfal, se ha dado también una nueva adecuación del aparato ideológico, concretamente en la prensa internacional, en el entretenimiento y en los medios electrónicos. Se ha tratado de una profunda renovación para convertir el conjunto de esos medios en una poderosa maquinaria ideológica de destrucción masiva al punto de integrarla en un puntal vital del nuevo tipo de guerra.

Ya para la primera intervención abierta en Iraq, EEUU, abrazado a su papel de eje y espina dorsal del capitalismo mundial, decidió que no se iba a permitir que la prensa internacional, y particularmente la propia, volviera a disfrutar del tipo de independencia que tuvieron en Vietnam. No se volverían a dar los reportajes explosivos que ayudaron a develar sus crímenes en la nación asiática y la brutalidad de sus acciones contra la población civil. La palabra en la prensa estaría ahora modulada por los medios encamados: medios controlados, vigilados y apropiadamente timoneados por los intereses militares. De ahí en adelante, la onda expansiva del control mediático puso paulatinamente a la gran mayoría de la gran prensa, siempre proclive a adaptarse a los intereses imperiales, a reproducir el discurso solidario con la nueva fase del capital. Desde el New York Times a El País y hasta Le Monde, se sometieron al neolenguaje impuesto por el Gran Hermano que llegó a regalarnos nuevas formas de referirse a la tortura física de combatientes enemigos como interrogatorios vigorosos. El lenguaje contra todo intento de oposición derivó rápidamente a la descalificación y a la representación de las dirigencias políticas opositoras al imperialismo como dictaduras y tiranías. Las armas mediáticas de la guerra fría salieron de los armarios, se desempolvaron y aceitaron para recibir nuevas municiones. Poco ha importado, por ejemplo, que el gobierno ruso no pase de ser una nueva modalidad de capitalismo estatal sumado al oligárquico privado surgido tras el desplome de la URSS; sobre él planea el discurso anticomunista de la guerra fría y contra el Terror Rojo.

El internet, que desde los años ochenta del siglo pasado se anunciaba como una democratización de la información, ha derivado a ser también una caja de resonancia para las fake news y las posverdades. Y si bien preserva su potencial para ser el vehículo de redes alternas que pongan en entredicho el discurso imperial, también han fomentado el agnosticismo mediático que contamina con la sospecha a todas las informaciones, veraces o no, salidas de las áreas de combate. Un ejército de ONGes sirve de quintacolumnas que pretende validar con su alegada neutralidad la información distorsionada que surge de los lugares en conflicto y opaca la gestión de aquellas que verdaderamente luchan por mantener activa la solidaridad con las poblaciones afectadas.

La industria del entretenimiento no ha quedado al margen de todo ese disloque. Los nuevos medios electrónicos, juegos de vídeo y series de televisión, se instrumentalizan también, Comienzan por captar el tiempo libre donde el trabajador y el ciudadano medio busca reponer su energía nerviosa y capacidad de trabajo y continúan con una gran proliferación de series televisadas que incluso pueden ser altamente críticas de los males del capital, —contaminación ambiental, corrupción en las altas esferas del gobierno y la industria, narcotráfico, racismo, etc.— pero que en la ausencia de partidos que puedan canalizar las acciones para denunciar y acabar con esos males lo que logran es un proceso de catársis en el cual la solución en la pantalla provoca en el espectador la desactivación de la pasión por la protesta y la demanda de acción correctiva pues ésta se ha vivido ya de forma vicaria y virtual en la pantalla. Los griegos jamás imaginaron que su gran descubrimiento de la catársis inducida por la representación teatral, habría de resonar de una forma tan avasalladora tantos siglos después.

Este poderoso arsenal de armas le sirve al capital para reforzar su hegemonía sobre un amplio sector de las clases subalternas mientras continúa con su proceso fundamental que es el de generar ganancias y privilegios para la burguesía sobre la base de la explotación de los trabajadores. 

Visto así, parecería que a ese Leviatán le queda todavía una larga vida por delante y nuevas alturas aún por conquistar, algunas de las cuales se anuncian ya. Como sistema mundial está sobre el tapete la integración plena de la región Sinorusa, la cual, ya se había advertido, practica ciertas formas de capitalismo de estado. Tanbién están África, América Latina, el Sudeste asiático y el Oriente Próximo como continentes pletóricos de fuerza de trabajo abiertos a la explotación y la producción de plusvalor para toda la clase capitalista. En el horizonte se columbra ya una nueva revolución industrial con el desarrollo de la Inteligencia Artificial, la robótica y el 5g, el nuevo protocolo de comunicaciones. todo lo que bien podría generar un nuevo ciclo productivo que aniquile viejo capital moribundo y le abra las puertas a nuevas décadas de ganancias.

No en balde hay tanta gente que cede al desaliento. Sísifo no lo tenía peor. Pero ¿es el cuadro realmente tan tétrico y no hay más refugio que la resignación y la retirada al desierto a lamerse las heridas?

Es hora ya de ver las contradicciones que están ahí, veladas tras los cánticos de alabanza al imperialismo, pero ineludibles, tercas, testigos de la vulnerabilidad del sistema. Ciertamente no pregonan su fin inminente ni un colapso en tiempos previsibles pero sí un espacio de lucha y de acopio de fuerzas. Nos dicen que hay lugar para la guerra de trincheras, larga y agotadora con flujos y reflujos imposibles de prever y que requerirán que el optimismo de la voluntad se fertilice con la inteligencia de que la lucha será probablemente muy larga. ¿Podrá la pasión y el optimismo sobrevivir a esa tremenda contradicción entre la brevedad de la vida individual y la parsimonia de la historia? El tiempo dirá, pero mientras tanto hay que mirar los pies de barro del gigante.

Lo primero a destacar es la contradicción cada vez más evidente entre la reproducción ampliada del capital y el deterioro cada vez mayor y más peligroso de las condiciones del planeta. La carrera enloquecida del capital por avanzar, valorizarse más y más, ebrio por la sed de ganancias, se enfrenta al daño de toda la ecología del planeta. No se trata ya de la contaminación del aire, los terrenos y el agua de una comunidad. Se ha llegado al envenenamiento creciente de los mares con los desechos del consumo y más aún, a trastocar los ciclos metereológicos del planeta causando un incremento en la virulencia de huracanes, sequías, inundaciones y aumento en los niveles del mar que apuntan ya al hundimiento de amplios predios de terrenos costeros y hasta a la desaparición de sus contornos actuales e incluso de algunas islas. No es mera curiosidad científica lo que ha impulsado en tiempos recientes a la búsqueda de otros planetas y se ha renovado la exploración de la luna y Marte. El capital busca en el espacio nuevos yacimientos y refugio. No se satisface con dañar este planeta. Su voracidad lo ciega. Pero todavía le toca vivir aquí en esta tierra.

Lo segundo a considerar es que a pesar de su pretendida solvencia e inevitabilidad, la economía capitalista se enfrenta, según no pocos economistas, a serios nubarrones en su aparente cielo límpido. Un primer aviso serio fue la crisis financiera de 2008 cuya superación implicó medidas que, de cierta forma preparan las bases de las turbulencias que se perciben ya. El rescate a la banca —ciertamente no a las personas—, ha implicado a la vez estancamiento e incluso de regresión de los salarios reales, lo que a su vez ha reducido la demanda en los mercados, bajas en la producción y una considerable ralentización de las tasas de crecimiento.

De aquella crisis también han surgido los problemas de las deudas soberanas debida a los préstamos con la que el capital internacional sedujo a muchos países y sus pandillas de gobernantes en tiempos de bonanza. Hoy, a la baja, representan deudas cuantiosas imposibles de pagar sin someter a las poblaciones a carencias y sufrimientos en sus aparatos de salario social como la educación y la salud. En el propio metabolismo capitalista interno es evidente que el pago de esas deudas ha impuesto reducciones draconianas de los salarios, incrementos en el desempleo y en la emigración. Los países deudores se desangran y ello implica una reducción del consumo y por ende de la capacidad de pagar la deuda: la serpiente da la vuelta para morderse la cola en una espiral catastrófica.

Todo esto, a su vez, se magnifica con las guerras comerciales, particularmente por la vía del incremento de aranceles, entre EEUU y China. Lo que se magnifica por la ofensiva estadunidense para detener o decelerar, en el campo de las nuevas tecnologías, los avances de China en el protocolo de comunicaciones 5g y en la Inteligencia Artificial pues parece correcto suponer que quien más adelantado esté en esas tecnologías se convertirá en el país líder del nuevo ciclo de revolución en la producción. No hay duda de que ese clima de confrontación trae una gran inestabilidad a los mercados y abona a otra de las particularidades de esta coyuntura que es la fragmentación del sistema, hasta ahora vertebrado por EEUU, en bloques de naciones.

El avance de China, avalada a su vez por Rusia con su desarrollo militar bajo la dirección de Putin, se manifiesta en su ágil política de la nueva ruta de la seda y su capacidad seductora de incluir otros países en Asia, África y América Latina, al ofrecerles mejores condiciones y trato del que usualmente han recibido del bloque de Europa y EEUU. Frente a la tendencia del capital de incluir y someter a la lógica occidental dichas áreas periféricas de capitalismo estatal, se desarrolla una cruda batalla por materias primas, combustibles fósiles y fuentes de energía que generan contratendencias que abonan a la fragmentación, la discordia y la fricción de los bloques antagónicos entre sí.

Estas discrepancias en el sistema mundial incluso se reflejan internamente en el propio bloque de naciones que lidera EEUU. No es descabellado pensar que existe una grieta que deja de un lado al sector angloestadunidense y del otro a la Europa Atlántica. Ambos polos se pelean subrepticiamente la conquista del alma de una Europa central marcada por su previa relación y sometimiento a la URSS y sostenida hasta ahora por los lazos impuestos militarmente por la OTAN. Más aún, en el polo Euroatlántico se manifiestan cada vez más abiertamente iniciativas de llegar a algún acuerdo con el bloque Sinoruso particularmente ahora que se abre más y más la posible explotación de los recursos del Ártico.

Las complicaciones de esta geopolítica superpuesta a las contradicciones del capital han creado una gran inestabilidad de todo el sistema mundial y generan presiones en torno a posibles conflictos armados como salidas. No hay, sin embargo, que esperar a que se materialice una guerra caliente entre los bloques. Ya se dan tanto como elemento de dirimir, por vía interpósita, conflictos entre los bloques —como ha ocurrido en Ucrania—, como para generar ganancias para los capitalistas y empleos para los trabajadores. Las guerras modernas con su alto consumo de capital y empleo de verdaderos ejércitos de trabajadores ha sido uno de los elementos principales para mantener el sistema mundial del capitalismo. Sin embargo, como su cauda de destrucción y sufrimiento para las víctimas tanto en materia de sangre como en desplazamientos migratorios y pobreza, ha sido tan espeluznante, a su vez ha venido creando una reacción creciente de protesta. 

Ante ese cuadro, cabe examinar el sistema mundial desde la perspectiva de su eje central al momento, así como el reclamo de algunos de pasar del sistema monopolar vigente a uno multipolar. Concretamente, echar una ojeada a EEUU que desde la 2da Guerra Mundial se convirtió en dicho eje en contra de la corriente aislacionista que privaba en su política a inicios del siglo pasado.

Por lo visto, en una ampliación de su mitología fundacional, EEUU entró al terreno internacional como si fuera el 7mo de Caballería al rescate de una fortaleza asediada por tribus de indígenas. Con esa imagen de sí mismo asumió su papel central, primero como misión de salvación, luego como obligación ante el mundo libre y ya, desde hace algunos años, como carga que resiente pero que no quiere abandonar. 

Para cumplir con ese papel de gendarme del sistema y asiento de una política económica que ha hecho girar el intercambio alrededor del dólar, ha tenido que cubrir al mundo con una red costosísima de bases militares y de intervenciones bélicas que representan los gastos del imperio. 

Sus presidentes se pasean por el mundo con cierto tufillo de perdonavidas, siempre dispuestos a recibir la pleitesía debida a la “nación esencial”. Basta mirar el aire de deferencia que Trump recibe en las reuniones del G7 por un séquito de mandamases atemorizados, obsequiosos, cuidadosos de evitar algún desliz que lo pudiese enfadar: más que dirigentes de países independientes parecen comportarse como vasallos de un emperador.

Por cierto, la presencia de esta figura aparentemente impredecible, volátil y caricaturesca nos lleva a preguntarnos si el surgimiento del Trumpismo en EEUU es una fluctuación, un fenómeno aleatorio corregible como hecho marginal y prontamente perecedero, o se trata de algo más orgánico y sistémico que se ha venido cuajando en las entrañas del monstruo como expresión del cúmulo de contradicciones del sistema y con lo que habrá que tallar en el futuro inmediato.

Es ante ese cuadro, aquí pintado a trazos muy gruesos, que se presenta la cuestión de hallar el sendero de una acción política que no sea una respuesta marginal o últimamente inconsecuente; una política que se inscriba en sentar las bases para una derrota del capital y una vida mejor para todo el pueblo, para todos los pueblos.

Lo que por lo menos deja claro esta excursión breve, es que un programa mínimo anticapitalista ya está dictado por las propias grietas que se ven en la armadura del sistema:

Lucha ecologista: denuncia de la relación entre el capital y la degradación del ambiente; control de los trabajadores y las comunidades sobre la contaminación

Desarrollo de la producción con el concurso del estado y las cooperativas

Ampliación de la democracia: creación de instancias de participación ciudadana en la toma de decisiones de los organsimos representativos

Salud: política de prevención de enfermedades y servicios médicos gratuitos

Educación gratuita en todos los niveles

Desconocimiento de la deuda y reclamo de que la pague la metrópolis que la fomentó y cobijó la corrupción

Control de la producción por obreros y comunidades

Federación caribeña: creación de instancias de cooperación entre todos los países caribeños

Lucha cultural contra el colonialismo, el racismo y el sexismo

Fomento de la investigación científica de energías alternas propias para el Caribe y el uso controlado de la pesca

Solidaridad con todos los movimientos antimperialistas y búsqueda de cooperación económica internacional

Lucha por la paz y contra el militarismo y la producción armamentista

Como es notorio, no se trata de aspiraciones novedosas. Cada una de ellas ha sido planteada una y otra vez por distintos grupos. Aquí lo que falta es una instancia organizada capaz de canalizar esfuerzos y darle coherencia a las diversas luchas, saber establecer prioridades entre ellas. O sea, la creación de un partido capaz de asimilar las experiencias negativas del pasado y renovar la esperanza y la pasión por un cambio capaz de surgir de las masas mismas.

Que hay un ambiente nuevo para un relanzamiento de un nuevo socialismo lo vemos en el hecho de que cada vez que se percibe una crisis del capitalismo, hay un nuevo interés por reestudiar a Marx, como pasó en el 2008; lo vemos por la movilización que se dio en Puerto Rico durante el verano de este año; lo vemos también en el surgimiento de una nueva generación de jóvenes en EEUU y en otros países, que ya no son presa fácil de la propaganda de la guerra fría y miran con simpatía al socialismo —palabra que ha dejado de ser anatema como lo fue en el pasado reciente. 

Sin embargo la inercia generada por los fracasos pasados sigue ahí. Por el momento se ha perdido entre muchos la confianza de que es posible luchar y triunfar. Por consiguiente la primera tarea debe ser la de renovar esa esperanza sobre la base de acciones concretas, la difusión amplia de las debilidades y fracasos del sistema capitalista y la comprensión de que, en ausencia de algún evento extraordinario que al presente no aparece en el radar, estamos ante una lucha larga y nos espera un largo período en el lodo de las trincheras.

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