Memorias teatrales: Sobre un libro de Rosa Luisa Márquez

Especial para En Rojo

Rosa Luisa Márquez, una de las figuras más relevantes del teatro puertorriqueño de nuestros días, no cree en la obra terminada: “…no hay producto final, …la obra está en permanente cambio” (p. 185) dice en su nuevo libro: Memorias de una teatrera del Caribe.  Conversación con Miguel Rubio Zapata (San Juan, Ediciones Cuicaloca, 2020).  Esa lección, aclara, la aprendió de uno de sus grandes maestros, Peter Schumann, el fundador del Bread and Puppet Theater.  Aunque Rosa Luisa (Tengo que confesarlo: no la puedo llamar Márquez, como debía en un texto como este.) se refiere a la obra de teatro cuando enuncia estas palabras, las mismas se pueden aplicar a su libro de memorias, libro que queda abierto y tiene una estructura fragmentada como sus piezas dramáticas.  Estas, definitivamente, no son unas memorias a la usanza y hasta se podría argumentar – idea que no comparto – que ni son en verdad memorias.

Por ello mismo hay que describir, aunque sea a grandes trazos, el texto, texto que surgió de conversaciones electrónicas que mantuvo durante el encierro por la pandemia con otro gran teatrero latinoamericano, el peruano Miguel Rubio Zapata, fundador del Grupo Cultural Yuyachkani, otro teórico del teatro que Rosa Luisa reconoce como uno de sus maestros.

Tras una presentación y una introducción, breves ambas, el libro consta de cinco partes compuestas por breves textos.  La primera es la más directamente autobiográfica, pues incluye textos donde se presentan a su familia y a personas que la formaron, entre las que se destacan tres teatreras boricuas: Myrna Casas, Victoria Espinosa y Gilda Navarra.  La segunda parte la forman otros textos donde, también a través de figuras importantes en su vida, presenta su visión del teatro.  La tercera, la cuarta y la quinta son muy parecidas, aunque se pueden diferenciar por las obra que comenta.  En ellas presenta sus visión del teatro a través de personas con quien ha trabajado directamente – Antonio Martorell, Osvaldo Dragún, Augusto Boal, entre otros y otras – y obras que ha presentado – Esperando a Godot, Jardín de pulpos, Abracadabra, por ejemplo –.  En el libro también se recogen breves textos ajenos que sirven perfectamente bien para la construcción de estas inusuales memorias.  Esas apropiaciones le dan al libro un aire de “collage” lo que reafirma su estructura fragmentaria.  Hay que añadir que Miguel Villafañe ilustra muy efectivamente el libro con dibujos de gran elegancia y que dialogan con su contenido.

La primera parte, la más directamente autobiográfica, es un tanto distinta al resto de la obra.  Las otras partes se semejan entre sí, lo que le da al libro una fuerte unidad.  Este en su totalidad puede verse como el intento de definir el concepto del teatro de la autora, explicado a través de la presentación de personas que la han marcado y de obras que ha montado. Unidad.  Los recuerdos y el relato de la vida de la autora sirven siempre para presentar su estética teatral.  Esta es la función principal de estas memorias.

Ya Rosa Luisa había intentado presentar más directamente una definición de su visión del teatro en un manual que surgió de su actividad como profesora de teatro en la Universidad de Puerto Rico, Brincos y saltos: el juego como disciplina teatral (1992), y en una edición (2002) de Historias para ser contadas de Osvaldo Dragún en la que recogía entrevistas al autor, notas de su montaje de la pieza y otros documentos relacionados para darnos así una idea clara de su método de trabajo.  Pero esos dos libros, aunque importantes para entender su visión del teatro, no nos presentaban todas sus ideas sobre el tema.  En Memorias de una teatrera del Caribe se ofrece un cuadro más amplio de estas, aunque se hace de manera a veces indirecta y siempre de forma fragmentada e inconclusa.  Pero, no cabe duda, que este nuevo libro es mucho más ameno y sugerente que los anteriores.

Por razones de tiempo y, sobre todo, por mis propios intereses, no concentraré mi atención en este comentario en la estética dramática que la autora define y defiende, aunque, obviamente, no dejo de valerme de esta para construir mi argumento central que es muy sencillo: la práctica del género de la memoria queda aquí profundamente marcada por su vida en el teatro y su visón de la teatralidad.  Es imposible desentenderse por completo de estos en estas memorias.  Pero, por razones personales, privilegio en esta nota la memoria.

Este prejuicio mío me lleva a valorar sobre todas las partes del libro la primera, donde se presenta lo autobiográfico más directamente.  La memoria domina aquí, donde se agrupan hermosos textos que recuerdan a personajes centrales en la vida de la autora.  En textos recogidos en otras partes – pienso, por ejemplo, en “Cuatro semanas en Machurrucutu” – la memoria y la narración de un momento de la vida de la autora están en función de la explicación de su concepto del teatro a través de una experiencia concreta.  Pero en los textos de la primera parte, aunque pueden haber elementos que también se refieren a la visión de este género – el teatro es el centro absoluto de su libro y de su vida – domina la memoria.

Recalco que para mí esa primera parte es la mejor del libro y me hubiese gustado que los textos que la componen u otros similares estuvieran esparcidos e integrados por todo el libro.  En otras palabras, me hubiera gustado que la memoria y la meditación sobre el teatro hubieran estado más fundidas, aún más de lo que ya están, o, mejor aún, que la autora en todo el libro nos hubiera contado más sobre su vida, dentro y fuera de las tablas.  Rosa Luisa está consciente de ello y juega con sus lectores al abrir y volver a cerrar de inmediato puertas narrativas sabiendo que queremos saber más: “Pero, esas son otras historias”, dice al final de uno de sus texto porque no quiere contarnos más y porque sabe que nos vamos a quedar con las ganas de saber más y más sobre esas “otras historias” que ella coquetamente se calla.

Pero en las que sí relata sus memorias se evidencia su capacidad como narradora.  Esos textos, como he apuntado, son, sobre todo, los que recoge en la primera parte.  Por ejemplo, en “Marcello”, donde cuenta su fortuito y efímero contacto con el gran galán del cine italiano, demuestra que sabe manejar la narración y esta le sirve para presentar a dos personas importantes en su vida, su madre, y su hermana.  Los retratos de personas centrales en su vida pueblan toda esa primera parte donde además de su madre, su padre, su hermana y su esposo aparecen otras personas que marcaron su vida, especialmente figuras del mundo del teatro: Pedrito Santaliz, Miriam Colón, Mari Paz Ballesteros, entre otras.

Para mí, el más conmovedor texto de esa primera parte y de todo el libro es el que retrata a su tío Manolo.  Quizás me conmueva tanto este texto porque fue escrito a raíz de la muerte de este y en él, más que en ningún otro, la autora deja ver directamente su mundo sentimental.  Pero lo hace de manera comedida, aunque con elementos teatrales.  Aquí se ve su capacidad dramática que se manifiesta, sobre todo, con la repetición de una pequeña frase que le decía el tío cuando ella era niña, frase que condensa el espíritu juguetón, cariñoso y radical del Tío Manolo.  Repito porque me importa y porque es mi observación central de este comentario: me hubiera gustado leer más textos como este, textos basados en la memoria, textos entrelazados con los otros, los de teoría del teatro.

También me hubiera gustado saber más sobre las experiencias de Rosa Luisa en un lugar muy concreto – el Pasillo de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, así, con mayúsculas, Pasillo – y en una fecha muy concreta: mayo de 1968.  Es que ambos, ella y yo, somos hijos de un mismo momento y nos formamos en un mismo lugar.  Por ello es que me gustaría saber más sobre cómo ese lugar y esa fecha la marcaron, porque también me marcaron.  Somos hijos del Pasillo de Humanidades y nacimos ideológicamente en un momento que marcó profundamente el mundo: mayo de 1968.

Me quedé con las ganas de saber más y más sobre Rosa Luisa.  Es que Memorias de una teatrera del Caribe, ya lo había dicho, es a propósito, un texto fragmentario e incompleto.  Lo que la autora nos ofrece en el mismo es ya mucho.  Pero como soy un lector que casi nunca queda satisfecho cuando un libro es bueno, pues quiero más, más, más, espero que Rosa Luisa me/nos complazca con otro libro de memorias donde se cuente más y no cierre tantas puertas.  Ya lo espero.

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