Mi Vecino y los Aburridos

Por Francisco A. Catalá Oliveras/Especial para CLARIDAD

En los condominios se hace difícil conocer a los vecinos y, mucho más, establecer algún lazo de amistad. Los cacerolazos del verano de 2019 me permitieron conocer a uno de ellos que, como yo, participaba en la ruidosa –a mí se me antojaba musical– protesta. En medio de los cacerolazos le dije, por aquello de romper el hielo, que lo estábamos haciendo tan bien que merecíamos ser considerados para formar parte de la sección de percusión de la Orquesta Sinfónica. Poco a poco incursionamos en otros temas. En una ocasión me señaló, con toda seriedad, que Puerto Rico necesitaba, como también tantos otros países, líderes aburridos. Estos líderes –políticos, sindicales, empresariales, cívicos, etc.– no se caracterizarían por su carisma ni por la grandiosidad de sus sueños, sino por su modestia y sensatez así como por la concreción e inteligencia de sus planes, producto más de planificar “con” que de planificar “para”. Mi vecino casi siempre cierra sus propuestas con el mismo estribillo: “¿Es esto pedir más de la cuenta?”

Ser aburrido no significa ser mudo. Lo que sí significa es no creerse el centro del Universo. Estoy seguro que mi vecino quiere líderes que puedan comunicarse claramente y con respeto con todos los componentes de la sociedad, con los suyos y con los que no son los suyos. Quiere, sin lugar a duda, líderes que sepan escuchar –de verdad, no de embuste– a los diversos actores que componen la sociedad, condición necesaria para una buena gestión gubernamental, sindical o empresarial. “¿Es esto pedir más de la cuenta?”

Mi vecino es, evidentemente, un hombre sensible y quiere que los líderes del país también lo sean. Quiere, como a él, que les duela la pobreza, la desigualdad, la degradación ambiental, la injusticia, la corrupción… Le molestan las mujeres y los hombres cuyo norte es dictado por el ego, el bolsillo o ambos. Insiste en el establecimiento de prioridades coherentes en campos como los del desarrollo económico, la salud, la educación, la seguridad social, la descomposición social, la energía y el ambiente. Critica el oportunismo de los que manipulan aviesamente el tema del estatus político y la pusilanimidad de los que lo eluden o posponen su solución indefinidamente. Le desagradan los que usan la soberanía como si fuera “una flor en la solapa”.

Aunque mi vecino no simpatiza con la Junta de Supervisión (Control) Fiscal se conforma, por el momento, con que el liderato del país esté a la altura de lo que requiere la defensa de los intereses de Puerto Rico. Para ello lo que necesitan los líderes es, a tono con sus talantes de aburridos, valor moral, muy distinto a los aspavientos del guapo de barrio. ¿Es esto pedir más de la cuenta?”

En síntesis, al amigo vecino le basta con que las personas a cargo del país sean honrados, sin delitos ni escombros tras bastidores. Se asemeja a Diógenes, filósofo de la antigua Atenas que, lámpara de aceite en mano, agotaba los días buscando a un ser humano honesto por todas las plazas de la ciudad. No crea, amigo lector, que es tarea fácil.

Pero que algo sea difícil de encontrar o de ver no significa que sea escaso ni, mucho menos, que no exista. Diógenes usaba la lámpara para sacar a los honestos de las sombras porque partía de la premisa de que éstos no brillan hacia afuera. Su luz es interior.

Los que brillan hacia afuera son los fáciles de ver, los que deslumbran, los de las palabras vanas, los de los gritos estentóreos, los de pura imagen, los que no cesan de colgar idioteces en las redes sociales. Son los narcisistas que no ven otra realidad que la de su imagen y que conciben al prójimo y al mundo como la extensión de sus deseos. Son los que carecen de moderación psicológica porque consideran que no es la ruta más adecuada para lograr la grandeza para la que, en su delirio, se sienten predestinados. Y son los que responden a la vieja consigna de “dinero para acceder al poder y poder para amasar más dinero”. No en balde el mundo político está lastrado de cinismo, mendacidad, vulgaridad, fraude… Todo esto oculta a los aburridos.

Las condiciones materiales cuentan. Alimentan el conformismo de los que viven cómodos en la abundancia y, paradójicamente, de los que se desenvuelven en la inseguridad de la medianía o en la precariedad de la pobreza y la dependencia. También cuentan recursos como la propaganda, la publicidad creadora de reflejos condicionados, la demagogia… Son muchos los fuegos fatuos y los cantos de sirenas. No es por casualidad que acceden al poder las personas y organizaciones políticas que no están a la altura de los problemas que abaten al país. No pueden enfrentar la crisis porque son parte integral de la misma. La situación se complica cuando se toma por gesto progresista o por disidencia a casi cualquier cosa: presumir de apolítico o carente de toda afiliación, participar de la cultura de la trivialidad, vestir de manera distinta, decir palabrotas a diestra y siniestra… Así se brilla artificialmente. Parece no advertirse que estos patrones de conducta están cómodamente asentados en el sistema vigente. Entonces se torna más difícil dar con los aburridos –el apelativo no es, quizás, el más adecuado– del vecino o con los honestos de Diógenes o, como señalara Thorstein Veblen a principios del siglo pasado, con mujeres y hombres normales capaces de forjar buenas instituciones.

¿Qué se puede hacer? Creo que mi vecino recomendaría persistencia. Es imperativo mantener la lámpara encendida hasta que la gente gire la vista hacia el débil rayo de luz en la penumbra. Hay precedentes.

El autor es economista y miembro de la Junta Directiva de CLARIDAD.

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