Miel que me das: «Escrito sobre una piedra» – Ánite

Escrito sobre una piedra

Extranjera, descansa bajo el olmo tus temblorosos miembros,

una brisa suave te habla en los pétalos verdes.

Y bebe el agua fría de la fuente; este lugar, es cierto,

da a las viajeras reposo, amigo en el calor.

 

Epigrama de Ánite de Tegea (AP 16.228), en traducción de Cristina Pérez Díaz 
Dibujo en tinta sobre papel de Emanuel Torres

 

Ánite de Tegea es una poeta de los siglos 4to y 3ro a.C. Después de Safo, es la poeta mujer de la antigüedad griega de quien más textos conservamos, aunque realmente se lee y conoce muy poco. Su género fue el epigrama; compuso epigramas fúnebres (epitafios) y votivos, y además innovó con dos gestos de su estilo: la invención del epigrama bucólico, como el que presento aquí en traducción, en donde el paisaje agreste toma prominencia sobre otros elementos: nótese el olmo, los pétalos verdes, la fuente de agua fresca, el calor del verano. 

Los epigramas solían inscribirse sobre piedra u otros materiales duraderos en lugares públicos (tumbas, caminos, edificios, monumentos, etc.), ya para hacer visible para la memoria una persona o un evento, ya como ofrenda a los dioses. En general, son composiciones breves, usualmente compuestas en dupletos elegíacos: una primera línea en hexámetro dactílico (el verso de la poesía épica) seguida de una línea más corta conocida como “pentámetro”.

Eventualmente el epigrama dejó de ser un género primeramente utilitario u ocasional y se convirtió también en un género “literario”, en el sentido de que comenzaron a componerse epigramas ficticios como imitaciones de epigramas reales, sin relación con una persona, lugar o evento específico, y más bien publicados en libros para la mirada privada, en vez de en superficies exteriores para la mirada pública. Este epigrama 228 de Ánite probablemente perteneció a un libro y no a una piedra.

La segunda innovación de Ánite fueron los epitafios para animales, pioneros de un género que se popularizaría más tarde, cuyo exponente más conocido es Catulo, el poeta romano del siglo 1ro a.C.: se trata de poemas breves escritos en el estilo y metro de los epigramas inscritos en tumbas, pero compuestos para animales en vez de personas. El poema que Catulo escribió para la mascota muerta de la novia del yo lírico de su libro Amores es famoso; los epigramas para animales muertos de Ánite, en cambio, a penas se conocen. En las próximas semanas, los estaré publicando en esta columna. 

Artículo anteriorDe luces y sombras
Artículo siguienteClub 700