Miel que me das: «Novela de Asclepiades» – Asclepiades

Novela de Asclepiades

 

José desató su furia acumulada de siglos y le dijo a Ángel eres un vago no has hecho nada en todo el día más que mirar la pantalla y ni eso porque estoy seguro que ni la miras que dejas que las imágenes se deslicen y sigan su curso sin hacer el mínimo esfuerzo. Ángel, que gustaba de cazar mariposas, en su imaginación porque allí no habían mariposas, no escuchó ni una palabra de José mientras dejaba que las imágenes se deslizaran y siguieran su curso sin hacer el más mínimo esfuerzo por detener el movimiento en algún punto que le permitiera captar alguna cosa específica, como si fuera él la mariposa que nadie caza, gozando la sensación vertical de caída libre por la que nunca había podido pagar cuando traían el bungee jumping pero él desde chamaquito ya andaba trabajando estos turnos nocturnales. La noche, por su parte, seguía esperando por ambos, más allá de su comunicación fallida, sabiendo que ni el mensaje emitido había sido importante ni la falta receptiva intencional, sino que sólo existía allí el pleno y simple aburrimiento que, sin embargo, no había resultado en amistad. Pero siglos habían transpirado por la voz ruda de José y eso ni la narradora más benévola podría negarlo. Eso le pasa a la gente cuando lee demasiado, le dijo Migdalia al enfurecido compañero, que había levantado la vista del libro sólo para echar fuegos por la boca y rápidamente se arrepintió de lo dicho porque sabía que era puro relleno del vacío para no quedar relegada al plano de muchacha decorativa junto a la lámpara de diseñador local de mil quinientos dólares que ella misma había comprado en un ataque de oscuridad para iluminar con una luz bonita la sala y poder leer a gusto aunque ella sabía que sus lecturas eran tan diferentes a las de José que en ellas radicaba la distancia inmarcesible y todavía hoy le dolía que él se hubiera negado a entrar en el juego de traducción. Una vez se lo propuso pensando que podrían lograr con artificios el amor elusivo que no habían encontrado en tantas otras personas afines. Pero aunque no se delataba en el fraseo ni en la dicción, el mensaje de Migdalia también estaba habitado por centenarios de rabia. Y José lo sintió. Qué es lo que le pasa a la gente que lee mucho, preguntó Ángel, a quien las palabras de Migdalia sí le habían impactado, no como las de José que habían sido tan buenas como el silencio, pero José dijo que cambiaran de posiciones por favor que me duele el cuello. Entonces Ángel le dio el celular a José, José le dio el libro a Migdalia y Ángel se paró junto a la lámpara de mil quinientos dólares y cómo iluminaba el cuarto con una bombilla amarilla que imitaba la luz del amanecer en el tope de la montaña. Creemos en la justicia, sólo que no tenemos la más mínima idea de cómo hacerla acontecer. Ángel no aguantó ni cinco minutos en posición y le dijo a Migdalia que podía quedarse con el libro pero que por favor ocupara el lugar junto a la lámpara porque su espalda era delicada y ella era más bajita. José miró fijamente a Ángel y a Migdalia mientras llevaban a cabo el cambio de posiciones a todas luces abusivo y egoísta y francamente misógino y dirigiendo nuevamente su ira ancestral contra el pobre esqueleto abatido de su compatriota gritó CÓMO PODEMOS DECIDIRNOS ENTRE CELEBRAR NUESTRA CULTURA O CONDENARLA CUANDO CONDENARLA NOS ALINEA CON LOS COLONIZADORES Y CELEBRARLA CON LAS ÉLITES LOCALES A QUIENES LES SIRVE Migdalia lo miró fijamente y estuvieron los tres sumidos en la atmósfera azul/verde y silenciosa por minutos que nadie contó hasta que la voz comenzó a brotar por la boca de la mujer como una pintura que bañó todo en un calmante tono de violeta bajo el embrujo de la canción. It’s a dead end. It’s a dead end. The question and the sea are but a dead end. But your love gives me strength. The topic of love again lurking its way into what seemed to be an exciting political statement. Why should my songs always talk about love?, asked Migdalia, placing her mouth against the small mirror in her hand so that the question turned into small drops of dew on the surface that would have otherwise reflected her disturbed gaze. Entonces Ángel, saliendo de la modorra milenaria en la que parecía a todas luces sumido levantó primero la mirada y luego elevó todo su cuerpo de la silla, impulsado por una fuerza misteriosa que él sabía dormía en sus músculos o más allá, más allá, pero dónde si el espacio como que se acaba en algún punto, se acercó lentamente a Migdalia y le dijo algo al oído, Ángel, que gustaba de cazar mariposas y no sabía de la rabia milenaria que inundaba las venas de sus compatriotas. José protestó ferozmente ante los “secretismos” indecorosos entre Migdalia y Ángel, por lo que Migdalia se sintió obligada a escupir las palabras que Ángel, Ángel, tan delicadamente, le había susurrado al oído: pero José la detuvo mientras salía la baba y flotaba en el aire iluminada por la luz amarilla que a decir verdad era preciosa: pero a Migdalia no le importó la interrupción de José que al fin y al cabo siempre estaba movido por el odio y dijo las palabras como si fueran caricias reciprocando el efecto erizante que antes había tenido sobre su piel la boca de Ángel en su oreja:

 

Ἰὼ παρέρπων, μικρόν, εἴ τι κἀγκονεῖς, ἄκουσον

Τὰ Βότρυος περισσὰ δῆτα κήδη,

Ὅς πρέσβυς ὀγδώκοντ᾽ἐτῶν τὸν ἐκ νέων ἔθαψεν

Ἤδη τι τέχναι καὶ σοφὸν λέγοντα.

Φεῦ τὸν τεκόντα, φεῦ δὲ καὶ Βοτρυος φῖλος παῖ,

Ὁσσᾶν ἄμοιρος ἁδονᾶν ἀπώλευ.

 

¡¿QUEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEÉ?!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Gritó José desesperado con todos los pulmones que le quedaban después de jalar del cigarrillo ¿POR QUÉ DICES COSAS QUE NADIE ENTIENDE ERES UNA SNOB ELITISTA PRETENCIOSA Y A NADIE LE IMPORTA LO QUE TENGAS QUE DECIR MIENTRAS NO SEA AUNTÉNTICO FIEL A LO QUE TÚ ERES Y A DONDE NACISTE Pero Migdalia le dijo que se fuera del cuarto si se iba a poner a gritar nacionalistamente macharranamente como el buen localoide que es y pseudo postcolonialista y lo remató diciéndole que si no se hubiera puesto tan agresivo hubiera procedido a traducir bellamente este epitafio de Asclepiades en el que se lamenta la muerte de un hijo y que si tuviera la mente y el corazón en su sitio vería la gran analogía subyacente y el dolor que conecta todo lo humano y que si acaso le va a venir con que él no está de acuerdo con que sería bonito ir por un camino arbolado y encontrarse una piedra bien labrada que dice Ay caminante, por un breve momento, aunque vayas de prisa, reconoce el duelo de Botris. A los ochenta años enterró un hijo que desde joven fue un buen poeta. Coño digo por el padre y coño digo por el hijo, de cuántos placeres te privó la muerte. Y en eso Ángel era bien sensible y sabía que había cierto consuelo en la repetición de las palabras que monumentalizan el duelo. ¿Por qué no te calmas y te olvidas y nos sentamos a estudiar de nuevo?

 

Fragmento de novela en el que se incluye el epitafio de Asclepiades AP 13.23 en traducción de Cristina Pérez Díaz

Portada: Dibujo en tinta sobre papel de Emanuel Torres

 

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