Mirada al País: Cidre y los robots

 Especial para CLARIDAD

El señor Manuel Cidre, secretario de Desarrollo Económico, no puede hablar dos minutos sin mencionar a Singapur. No es raro entonces que, al referirse a la huelga en los muelles, les advierta a los trabajadores que no protesten tanto, pues en Singapur la descarga de los barcos ya la realizan robots. No tengo tiempo para averiguar si esto es cierto, pero sí reconozco que Cidre tiene razón, al menos en parte.

Las máquinas en un mundo racional, en términos del ahorro de esfuerzo y de la satisfacción de las necesidades humanas, serían, o pueden ser, una bendición: permiten aligerar las tareas de los trabajadores, permiten producir más en menos tiempo y permiten, por tanto, reducir la jornada de trabajo a la vez que satisfacemos nuestras necesidades. Nos permiten trabajar menos y vivir mejor. Pero no vivimos en un mundo racional, sino en una sociedad capitalista en la que la que las máquinas no son propiedad común, sino de una minoría. Son propiedad de empresas que compiten entre ellas para obtener la mayor ganancia posible, extrayendo la mayor producción posible del trabajador al menor costo posible. Por eso la máquina se convierte y se esgrime como un arma del capital contra los trabajadores.

Una máquina más eficiente no se usa para reducir la jornada laboral con igual paga, sino, en muchos casos, para desplazar al trabajador y mandarlo al desempleo. Y se usa para hacer más exigencias a los que retienen sus empleos, que no quieren caer también en la condición de desempleados. Esa es la amenaza que Cidre formula: acepten las imposiciones patronales o serán remplazados con robots, como en la tierra legendaria de Singapur. De hecho, en este sistema económico, la amenaza del desempleo es un mecanismo indispensable para mantener los salarios en niveles compatibles con la explotación capitalista.

Así, bajo el régimen de la irracionalidad capitalista, la máquina se convierte en maldición: no reduce, sino que acelera el ritmo de trabajo; no asegura mejor vida para todos, sino que lanza a unos al desempleo y empeora las condiciones de empleo de los demás; no crea mayor seguridad de vida sino mayor precariedad; no satisface las necesidades sociales, sino que aumenta la desigualdad y las ganancias de unos pocos.

Alguna gente me critica por seguir leyendo a Marx «a estas alturas». Bueno, hace siglo y medio Marx escribió en el primer volumen de El capital (lea el lector o lectora con la declaración de Cidre en mente): «Sin embargo, la maquinaria no actúa solamente como competidor invencible e implacable, siempre en acecho para «quitar de en medio» al obrero asalariado. Como potencia hostil al obrero, la maquinaria es proclamada y manejada de un modo tendencioso y ostentoso por el capital. Las máquinas se convierten en el arma poderosa para reprimir las sublevaciones obreras periódicas, las huelgas y demás movimientos desatados contra la autocracia del capital». Parecería que Marx está comentando las declaraciones de Cidre. ¿Qué hace el secretario sino «proclamar y manejar de modo tendencioso y ostentoso» a los robots contra la huelga en los muelles? Pero, esto no debe sorprendernos: las leyes de funcionamiento del capitalismo que Marx investigó en el siglo XIX siguen vigentes en el siglo XXI.

¿Será que vamos a un mundo robotizado? No, el capitalismo supone la producción y venta de mercancías. La plena robotización implicaría distribuir los productos ya que nadie tendrá ingreso para comprarlos. En palabras de Ernest Mandel, un gran economista marxista: «bajo el capitalismo la automatización completa, el desarrollo del robotismo en escala amplia, es imposible pues supondría la desaparición de la producción de mercancías, de la economía de mercado, del dinero, del capital y las ganancias». Por tanto, el capitalismo puede robotizar algunos sectores, pero no todos, ni siquiera la mayoría. Para hablar un lenguaje que Cidre entiende: para que su negocio prospere necesita que haya trabajadores asalariados. Los robots no compran pan sobao.

Ya planteaba Ernest Mandel en 1985 (apoyándose en la teoría de Marx) cuando el tema de la robotización empezaba a discutirse: «Así que la variante más probable bajo el capitalismo es precisamente el […] desarrollo tan solo parcial de la automatización y la robotización marginal; ambas acompañadas por sobrecapacidad en gran escala (sobreproducción de mercancías), por desempleo también en gran escala y […] creciente presión hacia la sobreexplotación de la clase trabajadora (bajando los salarios reales y los pagos de seguridad social), para debilitar o destruir el movimiento obrero organizado y menoscabar las libertades democráticas y los derechos humanos». El párrafo describe muy bien lo que hemos vivido en las pasadas tres décadas y lo que estamos viviendo: automatización parcial, desempleo masivo, ataque a los niveles de vida de clase trabajadora, las organizaciones obreras y las libertades democráticas.

Que el capitalismo tienda a la robotización, pero que no pueda completarla sin menoscabar sus fundamentos es una de sus muchas contradicciones. Esta es una de las contradicciones a las que Cidre se enfrenta. Como secretario de Desarrollo Económico quiere crear empleos, como promotor de la «competitividad» en el mercado capitalista sabe que con la innovación tecnológica la misma inversión genera cada vez menos empleos.

¿Quiere esto decir que los trabajadores deben dejar de luchar por sus exigencias, pues efectivamente pueden ser remplazados por nueva tecnología? Para nada. La mecanización (y la robotización) seguirá avanzando, aunque los trabajadores abandonen sus exigencias salariales. La competencia capitalista obliga a las empresas a reducir costos, a mecanizar y a renovar su base técnica. No luchar por mejores condiciones para los trabajadores y trabajadoras es resignarse al empobrecimiento y la precariedad en medio de los cambios técnicos. Hay que redoblar la lucha por mejor paga, por la seguridad de empleo, por la reducción de la jornada laboral con igual paga, y por que la introducción de nueva tecnología se haga con la participación de los trabajadores y trabajadoras. Pero a la larga sabemos que solo hay una solución: mientras las máquinas (y los robots) sean propiedad del capital, serán utilizadas contra los trabajadores y trabajadoras. Por eso, a la vez que resistimos todos los abusos patronales, tenemos que construir el movimiento para lograr que las máquinas se conviertan, de propiedad de unos pocos, en propiedad social, propiedad común, en propiedad de todos y todas. Entonces, podremos administrar esas fuentes de riqueza para satisfacer las necesidades de todos y todas, a la vez que reducimos la jornada de trabajo y ganamos el tiempo libre para el pleno disfrute de la vida. Todo eso está al alcance de la mano, desde el punto de vista técnico. En palabras de Mandel: «Bajo una economía socializada, el robotismo sería un instrumento maravilloso de emancipación humana. Haría posible la reducción de la jornada de trabajo semanal al menos a diez horas. Otorgaría a los hombres y las mujeres el tiempo libre para la autogestión de la economía y la sociedad, el desarrollo de una rica individualidad social para todos, la desaparición de la división social del trabajo entre los administradores y los administrados, la extinción del estado y de la coerción entre los seres humanos». El problema no son los robots, sino el capitalismo. Hasta Cidre sería más feliz en ese otro mundo posible, aunque su punto de vista patronal no le permita darse cuenta.

 

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