Mirada al País: Matar la vida con cuatro palabras

 

Por Eduardo Lalo/Especial para CLARIDAD

Recientemente conseguí un paquete con algunos discos clásicos de Miles Davis y por primera vez en mucho tiempo volví a escuchar ´Round About Midnight, Sketches of Spain y Kind of Blue.

Quizá fuera la experiencia de estar en un cuarto solitario mientras sonaba “So What”, la que me ha llevado a estas reflexiones. Esta pieza es un clásico indiscutible en la historia del jazz y en ella la trompeta de Miles Davis adquiere una dimensión expresiva destacadísima, acompañada por músicos formidables, entre los que se destacaban John Coltrane y Bill Evans.

Al igual que las restantes cinco piezas de Kind of Blue, “So What” se plasmó en un solo día de grabación y como ellas, a excepción de una, lo que escuchamos es la primera y única toma de sonido. El hecho es todavía más admirable cuando se conoce que al ingeniero apretar el botón de grabar, ni Davis ni los músicos tenían un fragmento de melodía ni una escala ni un ritmo. Todo nacía en el momento. La música se convertía en una manifestación inmediata de la vida.

Entusiasmado por el reencuentro con un músico como Davis, me he acercado a algunos de sus contemporáneos. Las anécdotas sobre el carácter irascible de Charles Mingus son innumerables como las de su compromiso y pasión por la música. Tanto Davis como Mingus fueron personas incómodas. Davis era negro y Mingus mulato en un Estados Unidos que todavía no había visto las conquistas de la lucha por los derechos civiles. Mingus llegó a afirmar que el color de su piel no satisfacía a nadie. Hasta este punto estaba entonces polarizada por la raza la sociedad estadounidense.

En un documental sobre la obra de estos maestros, aparecen escenas de los albores del movimiento por los derechos civiles. Las secuencias de imágenes son terribles. En una, un hombre negro espigado y con gabán es perseguido por una turba callejera de blancos que lo insultan, empujan y golpean. El hombre cae, se levanta, tropieza, vuelve a caer y a levantarse mostrando una entereza y dignidad sobrecogedoras. En otro momento, se ve a policías con feroces pastores alemanes rompiendo un grupo de manifestantes y como potentes chorros de agua dispersan a las multitudes. Sin embargo, mi atención se detuvo en las tomas que documentaban al otro bando: los blancos empeñados en que continuara la política de segregación racial en Estados Unidos. Un grupo de jóvenes cantaba consignas racistas con ligereza y gozo; en otra escena se veía la complicidad entre civiles y policías y más adelante a un gobernador opuesto a las reformas recibiendo el respaldo en las calles de un grupo de blancos. Entre estos un manifestante cargaba una pancarta con la consigna “Race Mixing is Communism” (“el mestizaje es comunismo”).

La frase era una forma de matar la vida en cuatro palabras. La fuerza incalculable que surgía entonces de un pueblo vejado y oprimido por siglos chocaba frontalmente contra el sinsentido y los estragos de la propaganda. El blanco portador de la pancarta prefería no ver ni entender y proponía una noción que reunía tóxicamente el miedo y la ignorancia. Una vez más, la estupidez triunfaba.

Resulta ineludible relacionar estas escenas con nuestro país. Después de los acontecimientos extraordinarios de las últimas semanas, en tantos sentidos similares al despertar del movimiento por los derechos civiles en el sur de Estados Unidos, parecen haber muchos que esperan que el polvo levantado por las protestas descienda exactamente a los lugares de donde se levantó. Aguardan a que todo vuelva a ser como antes y que cientos de miles de compatriotas vuelvan a estar narcotizados con consignas similares a la antes aludida y asocien cualquier reivindicación social o nacional con el comunismo. El bipartidismo, e innumerables intereses poderosos, aguardan y confían en que volvamos, para usar un término de época, a ser pendejos.

Puerto Rico tiene políticos en dos partidos, medios de prensa, asociaciones empresariales y profesionales, empeñados en la preservación del engaño de una colonia sin salidas, en la que cualquier alternativa se percibe como una equivocación o una obra de diabólicos regímenes.

Entre otras muchas cosas, los acontecimientos de este verano fueron una liberación de las palabras. Para amplios sectores ya no existen “malas” palabras. “Pendejo” y “puta” pasaron a tener otros significados y en sus nuevos usos expresan una comprensión mayor de la realidad que en los burdos insultos de antaño. Para decirlo de alguna manera, durante unas semanas “Race Mixing” dejó de ser “is Communism” en Puerto Rico y esta experiencia fue memorablemente liberadora.

Como en las piezas de Miles Davis y Charles Mingus, los puertorriqueños entramos al estudio de grabación de la historia sin dirigentes ni líneas melódicas, sin saber cuáles iban a ser el ritmo ni la clave. Pero alguien dio la primera nota y a partir de ella nació la improvisación de un país que se sintió vejado y agredido e interpretó por las calles la dignidad de su dolor.

Me viene a la mente una frase de Bill Evans, el extraordinario pianista que tocó con Miles Davis: “…when the moment came, bang! I went out into jazz.” (“¡…cuando llegó el momento, bang, toqué jazz!”) Puerto Rico lo hizo hace unas semanas, pero en las sombras se preparan las pancartas que pretenden detener la música y volver a ahogarnos en el miedo y la ignorancia. No dejemos que vuelvan a matarnos la vida con cuatro palabras.

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