Mirada al País: Mi prima y la generación del Yo no me dejo

 

Especial para CLARIDAD

Desde que regresé a Puerto Rico hace unas semanas, ya perdí la cuenta de la cantidad de veces que me han preguntado “cómo veo la cosa” en la isla. Tanto familiares y amigos de aquí, como gente de afuera, han querido saber si vislumbro algún cambio inmediato en la situación política del país.

La pregunta, hasta cierto punto, es válida. Mis amigos de afuera esperan que, ahora que estoy de vuelta, les cuente con lujos de detalle lo que pasa aquí dentro. Para mi familia y mis amigos, en cambio, haber vivido allende los mares por varios años me ha otorgado esa mirada distante y crítica que sólo puede dar la distancia y el tiempo. Pero disparar una respuesta así, de la baqueta, aún me cuesta muchísimo. Todo cuanto se ha vivido en este chispazo de tierra en el mar por los pasados cuatro años y la intensidad con que se ha hecho, me impide hacer observaciones precisas y mucho menos cortas –paradójicamente, justo lo que se espera de un periodista en funciones. Para encontrar una respuesta, opto, entonces, por mirar aquello que me resulta más cercano, más confiable.

Las “nuevas generaciones”, esa frase ya tan masticada y escupida, con la que cada cuatro años las clases políticas pretenden extender sus bases electorales, pero a la que históricamente los partidos de aquí han obviado de hecho. Hasta este cuatrienio, los  y las jóvenes en Puerto Rico –a los que clichosamente se les llama “el futuro del país”– no eran más que una masa inamovible y apolítica, acusada de preferir irse a la playa el día de las elecciones o de seguir la herencia fanática del bipartidismo político de sus padres y abuelos. Pero si algo sacó a relucir el ‘Verano del 19’ fue la prueba fehaciente de que nuestros jóvenes tienen en sus manos y en sus conciencias la oportunidad de impulsar un cambio. Real, palpable.

Tomo como ejemplo una prima paterna. Tiene 20 años, estudia enfermería y es rebelde. Ella y yo no hablamos mucho, la verdad. Nuestra marcada diferencia de edad nos condenó desde pequeños a una de esas relaciones familiares en las que se conocen y se tienen mutuo afecto, pero no suelen pasar mucho tiempo juntos. De su vida y de sus cosas estilo enterarme más por las redes sociales que por ella misma. Pero desde las sombras de Instagram y Facebook veo con esperanza sus andares.

A sus dos décadas de vida, mi prima representa a esa generación del “yo no me dejo”, esa masa joven contestataria, negada a guardar más silencio ante la corrupción, la mala gestión de gobierno y un sistema que viene precarizando su presente y su futuro desde que nacieron. Es rebelde porque ha logrado resistir a un sistema diseñado para consumir y enajenar nuestras mentes, que incita a no pensar y a repetir como papagallos la diatriba politiquera que nos ha traído hasta aquí.

“La resistencia no tiene miedo”, lee el título de una de sus fotos en Instagram, y sé que ella no tiene ninguno. Condena el patriarcado y el machismo despampanante de este país, ataca sin remordimientos la politiquería barata y defiende la lucha anticolonial de nuestro pueblo. Es uno de esos tantos miles de jóvenes que tomaron las calles en 2019 para estremecer a este país desde sus cimientos y dar la sensación de movilidad que tanto hace falta por estos tiempos. También es posible que fuera parte de ese 44% de electores hábiles, la mayoría de ellos jóvenes, que no votó en 2016, pero que este año “lo tienen claro”.

Es probable que este año no sea el del tan esperado cambio que muchos quisiéramos. Si bien el ‘Verano del 19’ despertó esperanzas de un nuevo y mejor país en gran parte de la población, ninguna gran revolución se hizo de la noche a la mañana. Mas no por eso han de perderse las ilusiones. Veo a mi prima y me digo que los cambios, más temprano que tarde, terminan por llegar y la chispa de la incomodidad ya está sembrada en aquellos que vivieron estos tiempos.

Mi prima no lo sabe, yo tampoco he tenido la oportunidad de decirle, pero la admiro mucho y en sus manos veo, más que el futuro, el presente de nuestro país. Ese que se va escribiendo a pulso, día a día, y que no espera mañana para despertar el alba.

El autor es periodista y trabajo para TeleSur.

 

 

 

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