Mirada al País: Neoliberalismo y Coronavirus

 

Por Francisco A. Catalá Oliveras/Especial para CLARIDAD

El neoliberalismo – con su preferencia del espacio privado sobre el público, del individualismo sobre el colectivismo y del mercado sobre el Estado – nació como programa intelectual, aunque con antecedentes, con la fundación de la Sociedad Mont Pelerin, nombre de la villa suiza en la que se celebró su primera reunión en 1947. Convocada por Friedrich von Hayek, reunió a varios notables de distintos países, entre los que sobresalieron Karl Popper, Bertrand de Jouvenel y Ludwig von Mises. Cabe destacar también, por la prominencia que tuvo luego, al economista estadounidense Milton Friedman.

La Sociedad Mont Pelerin, que sigue activa, ha sido fuente de inspiración en la formación de innumerables organizaciones que han servido de base para forjar toda una serie de políticas neoliberales guiadas por intereses privados en perjuicio del público: privatización de activos públicos, liberalización de mercados, austeridad fiscal, reformas tributarias, flexibilización laboral, sustitución de sistemas de pensiones por esquemas de ahorro… Así, poco a poco, la institucionalidad pública – aquí y fuera de aquí – se ha tornado ineficaz, enclenque, lacerada por la cacería de rentas proveniente de entidades privadas.

Para muestra con pocos botones basta. En Puerto Rico no existe, desde hace mucho tiempo, un Departamento de Salud digno de su nombre. Fue sustituido por unas lucrativas empresas aseguradoras bajo las cuales operan proveedores privados de servicios de salud. La incoherencia  ante la pandemia del coronavirus no es accidental. Al coro desentonado se suman los departamentos del Trabajo, Familia y Educación. Tampoco existe la Junta de Planificación. Ahora, cuando más planes se necesitan, particularmente económicos, ésta descansa en paz bajo la pesada lápida del Departamento de Desarrollo Económico y Comercio, otra agencia que no honra su nombre. Y así, agencia tras agencia, oficina tras oficina, se advierte el cuadro de desmantelamiento en todo el aparato gubernamental.

El neoliberalismo no es únicamente un programa intelectual y una agenda política. Es también un modelo de vida. Lo resumió crudamente Margaret Thatcher cuando era primera ministra de Gran Bretaña: “No hay sociedad, sólo individuos”. Esta dimensión personal, la que confunde individualidad con individualismo, es la que más preocupa porque se diseña para seducir. No hay doctrina más eficaz que la que se practica sin tener conciencia de ello, la que se convierte en hábito, la que domina la cotidianidad, la que se conjuga con la tecnología…

La tecnología no es neutra. Propicia unos usos y destruye otros. Valida la famosa expresión de Joseph Schumpeter, “destrucción creativa”, para resumir la dinámica del capitalismo.  Hace varias décadas había más actividad en las calles y plazas de los pueblos de Puerto Rico de la que se ve, si alguna, hoy día.  Muchos se han convertido en cascos desolados. Y esto, antes del coronavirus. El  automóvil, la televisión y los centros comerciales los vaciaron. ¿Tendencias inevitables? Tal vez. Pero, ¿por qué cultivarlas en correspondencia con los “valores” neoliberales y no enriquecer los espacios comunes y de acción solidaria?

La internet, el medio de comunicación más extraordinario en la historia de la humanidad, es una ventana para ver y conocer al mundo. ¡Qué duda cabe! No obstante, paradójicamente, no deja de usarse como instrumento de alejamiento, empezando por convertir al vecino en otro desconocido. Sirve como mecanismo de defensa para justificar la distancia y la soledad. Y esto, antes del coronavirus.

Las crisis, como la desatada por la pandemia del coronavirus, revelan tendencias ya existentes, acentúan  contradicciones, sacan a flote vicios y virtudes, provocan que unos ganen y otros pierdan, tornan evidente al brutal proceso de “destrucción creativa”… Alphabet (cuya principal filial es Google), Amazon, Microsoft y Facebook, entre otras, están que explotan de efectivo. Zoom, que contaba con diez millones de usuarios diarios cuando apenas comenzaba la crisis del coronavirus, registró  doscientos millones de usuarios diarios en abril. Ahora, vaya usted a saber hasta dónde llegarán. Se ha convertido en pocos meses en una base infraestructural clave para las teleconferencias. Google ha expandido su servicio de drones para la entrega de medicinas; Sysco, dedicada al mercadeo y distribución de alimentos y de equipo de cocina, dispone de una nueva cadena de suministros y de un nuevo sistema de facturación; IBM responde a la crisis apuntándose en la búsqueda de terapias; y Nike aumentó sus ventas por Internet gracias al mercado chino. Mientras tanto, otras empresas convencionales, sobre todo medianas y pequeñas, languidecen o desaparecen.

Aunque algunos sectores se mantienen activos con relativa normalidad – por ejemplo, las farmacéuticas  — otros tienen que reducir o cesar sus operaciones, inclusive el propio sector público. En algunas instancias se recurre al “trabajo en línea”, recurso supuestamente de excepción que, de convertirse en norma,  muy bien puede abrir el camino a la precarización: transferencia de costos de la empresa a la vivienda, reducción de beneficios marginales, disloque de la vida hogareña, fraccionamiento de la clase trabajadora… Huelga decir que esto no  es ajeno a  la agenda neoliberal.

Con el coronavirus y la cuarentena aumenta de manera generalizada el desempleo. Se manifiestan también las debilidades de la economía informal. Muchos gobiernos aumentan considerablemente las ayudas. Sin embargo, la masividad del efecto de la crisis las hace lucir modestas. La debilidad del andamiaje institucional del Estado provocada por años de políticas neoliberales se deja sentir. En Puerto Rico se hacen patentes la ineficiencia y los desencuentros entre las distintas instancias gubernamentales, incluyendo a la Junta de Supervisión (Control) Fiscal y al gobierno de Estados Unidos. Y claro, como siempre, a los cazadores de rentas no se les escapan las oportunidades.

La pandemia del coronavirus es, obviamente, mundial. También lo es el neoliberalismo. Al coronavirus hay que controlarlo. Sobre esto hay consenso. Al neoliberalismo hay que derrotarlo. Sobre esto no hay consenso. Domina las estructuras de poder y ha logrado convertirse en un discreto y contagioso virus político. Por eso sobrevive. Pero sus recurrentes fracasos, como la crisis financiera de hace unos años, lo debilitan. Tanto entonces, como ahora con la crisis del coronavirus, ha sido necesario un   “intervencionismo” estatal reñido con la filosofía neoliberal. Las consecuencias políticas, las  que sean, están por verse.

 

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