Mirada al País: Regla  De  Oro

 

Por Francisco A. Catalá Oliveras/Especial para CLARIDAD

 

La temporada navideña se asocia con generosidad, solidaridad, reciprocidad… Por ello siempre recuerdo una ocasión, ya hace bastante tiempo, en la que yendo de paseo con mi familia  el automóvil se averió, lo que provocó que un automovilista desconocido se detuviera para ofrecer ayuda. Resultó ser mecánico. Luego de bastante trabajo logró arreglar el cacharro que entonces poseía. Cuando me dispuse a pagarle, lo que consideré muy razonable tratándose de un mecánico que ejercía su oficio, aclaró que él también estaba de paseo. Insistí y entonces sentenció: “Págueme haciendo un favor cuando se presente la ocasión”.

Con su acción y consejo el mecánico fue fiel a la ética de la solidaridad, resumida en la conocida y tantas veces citada regla de oro: “Trata a los demás como querrías que te trataran a ti”. Pero los tiempos cambian: cambian las tecnologías, las ideas, los usos, las costumbres, las normas de interacción social, las prioridades políticas… Antes no existía el teléfono celular ni el seguro de asistencia en la carretera. Ahora el buen samaritano – todavía abundan, aunque en peligro de extinción – no dispone de tantas oportunidades para ejercer sus buenos oficios. El favor ha sido desplazado por el contrato y el prójimo se  ha transformado en el “otro”.

Nadie en su sano juicio disputaría la conveniencia del celular ni del seguro de asistencia en la carretera, sobre todo en un país que le  ha dado la espalda a la transportación colectiva. No obstante, los procesos de atomización y mercantilización que se dan en el capitalismo moderno bajo el dominio de la doctrina neoliberal trascienden el uso del automóvil y al espacio de la carretera. Atentan contra la ética de la solidaridad.

La atomización aísla a los seres humanos. Los convierte en personas solitarias cuyas necesidades se satisfacen vía el mercado. Hasta las tareas tradicionales de la familia, como cocinar, comer juntos y cuidar de los niños, se convierten en relaciones dictadas por el mercado.

La interacción social espontánea se empobrece. Desaparece hasta el juego improvisado de los niños del vecindario. Como muy bien dice Jaime Córdova en su poética visita a Barrio Obrero: “Ahora vecindario de balcones apagados. La pantalla que no calla te robó las noches, cerró tus cuatro cines, desterró de tus calles la casualidad de un encuentro”.

Este separatismo social le resulta conveniente al neoliberalismo, de cuyas políticas muchos se hacen eco. Se elogia al mercado, a la privatización y al individualismo a la misma vez que se degrada al espacio público, a lo colectivo, a lo “común”. Se degradan los recursos naturales, el conocimiento, las instituciones culturales, la memoria social…

¿Acaso es casualidad el peso creciente de los planes médicos privados, el menoscabo de la educación pública y la sustitución de los sistemas de pensiones basadas en beneficios definidos por el esquema de contribuciones definidas? En cada una de estas instancias se favorece al interés privado,  se postula la inviabilidad de planes universales y se erosiona la solidaridad. Últimamente se ha destacado, debido a las políticas tanto de los gobiernos de turno como de la Junta de Supervisión (Control) Fiscal, el caso de los sistemas públicos de retiro.

El objetivo de la política pública debería ser la provisión de seguridad social tanto a los empleados del sector gubernamental como a los empleados y auto-empleados del sector privado. Este plan universal sería una verdadera alianza público-privada orientada por el interés general. En su gestión participarían jubilados y cotizantes de todos los sectores: empleados, auto-empleados, patronos privados y gobierno. Entre sus principios y ventajas centrales – para evitar los errores del pasado y del presente – cabría destacar el manejo profesional de activos, el beneficio definido, el balance actuarial, la base amplia, las economías de escala, la responsabilidad compartida, la portabilidad y la dispersión del riesgo. Pero la ofuscación neoliberal impide tal orientación. Se utilizan como excusa las innegables deficiencias actuariales del presente  para, por razones ideológicas, empujar a los planes hacia las cuentas individuales.

Los planes de ahorro individual han probado ser insuficientes. Planes como  los  401-k  o las Ira, en los que se inspira la transición del beneficio definido a la contribución definida, no fueron diseñados como pensiones sino como mecanismos de ahorro con ventajas tributarias que, en efecto, solo resultan funcionales para una minoría de personas de altos ingresos o para los que los complementan con un plan de beneficio definido.

Las cuentas de ahorro individual, como las que supone el esquema de contribución definida, aparte de ser insuficientes,  tienen el efecto de individualizar el riesgo y de exponer a los jubilados a ser víctimas solitarias de los avatares del mercado de valores. Minan la solidaridad entre las generaciones y representan otro paso más en el camino de la claudicación pública. Mientras tanto, los acólitos del neoliberalismo aplauden fervorosamente.

La ética de la solidaridad del amigo mecánico luce en estos tiempos como una vieja pieza de colección y la regla de oro se confunde ahora con la fuerza motriz del lucro y la especulación. Con tal receta la sociedad se desdibuja.

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