Mirada al País: Un mundo raro

 

Especial para CLARIDAD

En las postrimerías del 2021 es casi obligado concluir que está cerrando otro año extraño. Puerto Rico, desde hace rato, ha estado marcado por la contracción económica – en la que no han faltado inseguros “rebotes” provocados por el influjo de fondos federales –, por el peso de una deuda cuyo ajuste se anticipa como insostenible, por un desangramiento emigratorio que amenaza con desdibujarlo y por un gobierno inepto bajo la regencia de una junta imperial de corte neoliberal. Ni el gobierno ni la junta han estado ni están a la altura de los retos. Para colmo, contribuyen a la intensificación de los problemas.

Como si lo anterior no fuera suficiente, hace cuatro años el país sufrió el impacto de un poderoso y destructivo huracán del que todavía no se ha recuperado a cabalidad. Luego fue visitado por numerosos sismos que insisten en permanecer como huéspedes, sobre todo en los municipios del suroeste.

Tal vez sirva de consuelo que la última calamidad – hasta la fecha – es de alcance mundial: la pandemia. Sin embargo, no se debe olvidar el viejo dicho: “Mal de muchos, consuelo de tontos”. Las mascarillas quizás protegen, pero no unen.

De todas maneras, la pandemia le ayuda a todos a recordar que forman parte de un mismo mundo. Pero, como escribiera y cantara José Alfredo Jiménez, se trata de “un mundo raro”. En la triste canción del compositor mexicano, evidentemente inspirada en los consabidos infortunios románticos, se aconseja recurrir como consuelo, o recurso de disimulo, al subterfugio de la mentira: “Di que vienes de allá, de un mundo raro. Que no sabes llorar, que no entiendes de amor y que nunca has amado”.

Desafortunadamente, la indiferencia e insensibilidad de la que se intenta presumir con tal mentira se asemeja a la cruda verdad que revela el historial de las sociedades humanas. El “mundo raro” no es extraño, ni singular o atípico. Es el que es, el que se manifiesta en la desigualdad, la pobreza, la violencia, la intolerancia, el crimen, la corrupción, el discrimen, la depredación ambiental… En todo caso, lo extraordinario y admirable es que en esa misma fragua puedan forjarse afectos, amores, acciones solidarias, en fin, relaciones sociales sanas.

El mundo es raro. También cambiante, sobre todo luego de superarse el pasado lejano. Durante el último milenio han aumentado significativamente, debido a numerosas innovaciones tecnológicas e institucionales, la producción de bienes y la población mundial. Un indicador que ilustra el cambio es la expectativa de vida al nacer como media mundial: se estima que hace un milenio era 24 años, hoy excede los 70 años. Pero el mundo no es menos raro. También han aumentado los males. Baste destacar dos: la desigualdad en ingresos y la degradación ambiental.

La brecha en ingresos y riquezas en el mundo es más amplia en la actualidad que en cualquier otro momento de la historia. El aumento en la desigualdad de la distribución de ingresos ha sido particularmente notable durante los últimos doscientos años. En el año 1820 la brecha interregional mundial – la diferencia en el ingreso per cápita entre la región más rica y la más pobre – era de tres a uno (3:1). Hoy, según las cifras del Banco Mundial, es más de veinte a uno (20:1). Cuando en lugar de comparar grandes regiones se comparan países tales brechas son superiores. En casos extremos se llega a sobrepasar la razón de cien a uno (100:1). Demás está decir que cuando se trata de clases sociales y de la instancia familiar las brechas se tornan abismales, con razones de miles a uno. Imagínese la impúdica distancia entre los multimillonarios, como muchos de los que gozan de privilegios tributarios bajo la ley 22 de Puerto Rico, y los asalariados o los desposeídos.

Tanto la desigualdad en ingresos y riquezas como la degradación ambiental, así como las otras características del llamado mundo raro, obedecen a las acciones de los seres humanos. El Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la Organización de las Naciones Unidas, compuesto por centenares de científicos de diferentes países, ha publicado una serie de voluminosos informes en los que se demuestra la responsabilidad de los seres humanos en el calentamiento de la tierra, el océano y la atmósfera. Es evidente – cada día que pasa lo será más – el aumento de la temperatura, el deshielo, el incremento del nivel del mar y la multiplicación de fenómenos meteorológicos extremos: olas de calor, lluvias torrenciales, huracanes…

Si la rareza de este mundo es responsabilidad del ser humano también lo es la búsqueda de soluciones a los males que se incuban en el mismo. No obstante, falta voluntad en los gobiernos, en las empresas privadas y en los propios ciudadanos para actuar en correspondencia con los retos. Las más de las veces les inhiben estrechos intereses económicos en camino a tornarse académicos – inoperantes en la puertorriqueñísima acepción de la palabra – si el calentamiento global llega al extremo de colocar en entredicho a la propia vida.

La desigualdad económica y la depredación ambiental no están desvinculadas. Así lo advierte Thomas Piketty, prominente economista cuya investigación sobre la desigualdad se ha convertido en un clásico del siglo 21: “…la solución al desafío climático no será posible sin un movimiento poderoso de reducción de las desigualdades sociales a todos los niveles…el uno por ciento más rico por sí solo emite más carbono que la mitad más pobre del planeta”.

El dilema que suscita la desigualdad es claro: por un lado, los países pobres, así como las clases pobres de los países ricos, quieren acceder a más consumo; por otro lado, los países ricos, así como las clases ricas de los países pobres, quieren mantener el suyo e, incluso, aumentarlo. Los pobres luchan por alcanzar el consumo de los ricos mientras los ricos quieren aumentar el suyo para conservar la distancia respecto a los pobres. Por su parte, el aparato corporativo no vacila en alimentar los deseos de unos y otros.

Por fortuna, hay científicos, organizaciones sociales y movimientos progresistas que no son indiferentes a la injusticia social ni a la degradación ambiental. Reconocen que la vida está en juego y, por tanto, trabajan con sentido de urgencia en vías de acción para conjurar los males, para lograr la alteración en los patrones de producción y de consumo que esto supondría. Pero, a la luz de los indicadores en ambas dimensiones, sus agendas no han calado lo suficiente. Ya se dijo. Se trata de un mundo raro…

 

 

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