Mirada al País:Mal de fondo

Por Francisco A. Catalá Oliveras/Especial para CLARIDAD

Referirse al mal en singular, habiendo tantos, puede conducir a errores de omisión. Sin embargo, la pluralidad de males y problemas sociales sirve muchas veces como pantalla para ocultar o subestimar las raíces de los mismos, es decir, los males de fondo. Por ello resulta útil su singularización.

Supongamos, por ejemplo, que a su casa se le están agrietando las paredes y el techo. Ya ni las puertas ni las ventanas encajan en sus marcos. Además, aunque leve, se advierte cierta inclinación en el piso. Un amigo ingeniero realiza un estudio pormenorizado del asunto y concluye que el mal de fondo consiste en que la base de su vivienda, la zapata, se construyó mal, es inadecuada, no sirve. Puesto que la casa puede colapsar recomienda, aparte de demandar a la empresa constructora, una reconstrucción total. Usted considera que tal vía de acción es muy ambiciosa y radical.

Comienza entonces a lidiar con los males visibles. Se concentra, por tanto, en las consecuencias y no en la causa. Empañeta paredes, sella el techo, cambia puertas y ventanas y hasta se entretiene alterando continuamente la ubicación de los muebles. Pero sus esfuerzos no rinden fruto. El mal de fondo no da tregua. La casa continúa desvencijándose.

Algo similar sucede cuando de problemas sociales se trata. Una de las dimensiones de la desigualdad que no se destaca lo suficiente se remite a la distribución factorial o funcional del ingreso: qué proporciones le tocan al trabajo y al capital. Durante mucho tiempo se aceptó la idea, sobre todo entre los economistas, de que dichas proporciones eran bastante estables, estimándose en alrededor de 67 por ciento para los empleados y 33 por ciento para los propietarios del capital. Ahora, con más perspectiva histórica e información, se ha alterado tan “conveniente” pero errada premisa. Tarde o temprano los males de fondo salen a flote.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó recientemente (4 de julio de 2019) una investigación en la que se destaca la continua reducción de la fracción que le corresponde al trabajador en la distribución del ingreso a nivel mundial. Tal tendencia se intensificó a partir de los inicios de la década de 1980, años en los que comienza el reinado neoliberal en muchos lugares, siendo las administraciones gubernamentales emblemáticas las de Margareth Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados Unidos. Según el estudio de la OIT, en años anteriores tal fracción en la instancia global llegó a rondar el 70 por ciento, reduciéndose a 51.4 por ciento en el año 2017. Al capital le corresponde, claro está, el restante 48.6 por ciento.

Los sesgos en el proceso de globalización y en los usos de nuevas tecnologías no han favorecido al trabajo en la distribución funcional del ingreso. De acuerdo a la OIT, los salarios se han desconectado de los aumentos en productividad, hecho corroborado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) que, ciertamente, no es la entidad más progresista del mundo. Ante esto, la OIT subraya los efectos adversos del debilitamiento de las organizaciones sindicales frente a gigantescos y poderosos entes corporativos, de la desreglamentación o llamada flexibilización de los mercados laborales así como de la erosión de la progresividad en los sistemas tributarios.

Al considerar la distribución funcional del ingreso en Puerto Rico es imperativo distinguir, debido al enorme peso del capital externo fomentado por exenciones tributarias y al consecuente flujo de rendimientos hacia el exterior, entre el Ingreso Nacional y el Ingreso Interno. El primero se circunscribe a los pagos que reciben empleados y propietarios residentes; el segundo incluye también los pagos que se remiten al exterior. En ambos se refleja la disminución de la fracción que corresponde al trabajo.

De acuerdo a la información que anualmente publica la Junta de Planificación en el Apéndice Estadístico del Informe Económico al Gobernador la “compensación a empleados” se redujo, como proporción del Ingreso Nacional, de 80 por ciento en 1980 a 51 por ciento en 2018. El mismo patrón se observa respecto al Ingreso Interno, excepto que más pronunciado como consecuencia de la significativa suma de los “ingresos procedentes de la propiedad” que se le pagan a propietarios del exterior. En esta instancia la fracción que le correspondió al trabajo se redujo de 60 por ciento en 1980 a 30 por ciento en 2018.

La compensación a los empleados, definida estrecha y convencionalmente como costo, es fuente de demanda de artículos y servicios y, por tanto, de ventas y actividad productiva. Nutre al fisco vía el pago de contribuciones. Además, constituye la base de la que nacen las cotizaciones para la seguridad social, como las pensiones. Su debilitamiento, como la fragilidad de la zapata en el ejemplo de la casa, es un mal de fondo que, si no se atiende adecuadamente, provoca el resquebrajamiento de toda la estructura social.

Desafortunadamente, son otros intereses y no los males de fondo los que llaman la atención del gobierno y de la Junta de Supervisión (Control) Fiscal. Destacan los juegos contables de las consecuencias (insuficiencia fiscal, endeudamiento, déficit actuarial de los sistemas de retiro) para entonces, como en la casa, justificar el empañetado: “austeridad” lesiva para los “vulnerables” y beneficiosa para los privilegiados, recorte de pensiones, menoscabo del presupuesto de la Universidad y políticas adversas a la clase trabajadora y favorables a la clase capitalista que terminan acentuando el mal de fondo que revela la desigual distribución funcional del ingreso.

Puerto Rico, no cabe duda, necesita confrontar el problema de la deuda y generar crecimiento económico para lograr mayor producción y empleo. Pero tales imperativos tienen que traducirse en desarrollo orientado hacia la sustentabilidad y la justicia distributiva. Hay que fortalecer la zapata de la casa. De lo contrario, el País, la casa grande, continuará, con o sin crecimiento, desvencijándose…

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